El caballero, la muerte y el diablo

El caballero, la muerte y el diablo
El caballero, la muerte y el diablo
Manuel Gregorio González

10 de agosto 2014 - 05:00

'Vigilia'. José Julio Cabanillas. Selección y prólogo de Juan Carlos Abril. Renacimiento. Sevilla, 2014. 216 páginas. 12 euros

Durero, en su buril de 1513, acuña una variante de la vanitas clásica mediante este encuentro de un caballero con la muerte y el diablo. No hay aquí, como en el siglo barroco, una insistencia en lo perecedero, en el despojo humano que nos mira, ya sin ojos, desde la profundidad del nicho. Esta contención del pintor alemán, y esta memoria de la caducidad humana, subrayada por la tentación diabólica, es lo que encuentra uno en la poesía, ahora antologada, de José Julio Cabanillas. No un abismarse de lo negro en lo negro (la armadura y la adarga no impedirán que, al cabo, nos devore la tierra), sino un discreto guarecerse de la abrasión del mundo.

Por otra parte, Juan Carlos Abril, antólogo del volumen, señala el magisterio de Machado y Rosales como voces presentes en la poesía de Cabanillas. También un tono reflexivo, un viso coloquial, que vuelve su mirada a las obras opuestas del tiempo y la memoria. En este sentido, de honda meditación, de viva conciencia de la hora, Cabanillas procede, no sólo de Machado o Rosales, sino de Bécquer, de cierto Juan Ramón, de Luis Cernuda. Su singularidad, en cualquier caso, es aquella que establece la recuperación de un mundo, hoy en declive: el mundo de los pueblos, del surco y la campana, del secular anclaje del hombre a su paisaje. Una recuperación en la que han participado otros poetas de su generación, como Pedro Sevilla y Rafael Adolfo Téllez, y cuya inmersión en el ayer inmediato de los hombres cabría tildarla, quizá, de extemporánea. Sin embargo, la modernidad, la pertinencia de este modesto hallazgo en la poética de Cabanillas es, precisamente, el de haber dado la intimidad humana por sus márgenes. No en su vertiginosa faceta urbana, sino en la estrecha vecindad del meteoro. En rigor, el linaje aquí expresado es un linaje de sombras: el número de los antepasados, más reales si cabe que los vivos. A esa espectral secuencia ha querido vincularse el poeta. Aún así, este obrar melancólico no es una negación, no es un repudio despectivo del presente. Con mayor exactitud, se trata aquí de relevar el carácter y la naturaleza de lo humano: "Y tuve que cruzar mi vida entera / para ser ese hombre, hoy que me acabo". Según Cabanillas, en la última hora se nos revelará, como quien topa con una tribu extraña, quienes fuimos.

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