Aprender el nombre de los árboles
Literatura
La galerista Carmen Aranguren publica 'Parques y jardines', un poemario intimista y hermoso en el que compara el descubrimiento de la flora con la aceptación y la celebración de la vida
"Tío Ignacio me decía: / cuéntalo, / los geranios del patio, la despensa, / el despacho de abuelo con la Espasa, / y la foto de todos los veranos: / los once primos ante el limonero". Los versos con los que se presenta la producción poética, hasta ahora inédita, de la marchante y galerista de arte Carmen Aranguren eligen una intimidad conmovedora, los "muros encalados", las "inmaculadas sábanas planchadas" de "aquella casa grande, / en la que fui feliz una y mil veces". La autora volverá en otros fragmentos a esa vivienda, pero su primer libro, Parques y jardines, que edita Renacimiento, es un emocionante diálogo a cielo abierto con "el fervor de mayo", los magnolios, la primavera.
"He vivido siempre muy cerca del Parque de María Luisa", señala la poeta sevillana, "y había estado en él muchas veces sin ver nada, como nos ocurre a todos. Sin apreciar su grandeza, como uno no repara en los cuadros de su casa y descubre un día que tiene una obra que es, por ejemplo, de la Escuela de Murillo. Algo similar se da con los árboles y con las flores: yo he atravesado el parque mil veces, sin ser realmente consciente, hasta que un día empecé a mirar, empecé a poner nombres", asegura. "Las etapas vitales influyen en lo que escribes, y yo estaba viviendo cierto encuentro conmigo misma, cierto renacer después de un momento crítico, y proyecté eso en los árboles y en las flores", apunta sobre un hermoso poemario en el que la flora arraiga también en el ánimo de la escritora, se despliega ante ella "tal como si / fuera / la primera primavera de mi vida".
Tal vez porque pasaba las vacaciones en Villafranca de los Barros, Badajoz, en aquella casa que "si perdura en la memoria como un refugio es porque mis tías trabajaban para que todo allí fuera seguro y agradable", también en un paisaje "árido, marcado por la sequía, que con los años me ha llevado a celebrar la lluvia aunque sea incómoda", Aranguren tardó en sucumbir al encanto de su ciudad, Sevilla, y a la belleza de los parques, "que incluso en verano resultan frondosos y frescos. Ha sido un descubrimiento tardío, pese a que como digo yo vivía cerca de ellos, y en este libro lo que hago es dejar constancia de esa revelación, de ese ponerle nombre a las plantas y a los árboles, que siempre estuvieron ahí pero que empecé a hacer míos al nombrarlos".
Con una elegante sencillez que ha sido aplaudida por Alberto González Troyano, y a la que su autora no quiere dar importancia –"sería pretencioso decir que hay una voluntad en ese sentido, escribo así porque no sé hacerlo de otro modo"–, Parques y jardines transita también por las estancias del recuerdo. "Te repetía: / Qué felices éramos en Londres. / Fuimos felices uno, dos, tres / y hasta siete días, / fuimos felices pese al carnaval", anota en uno de los poemas. "Sí, hay mucha evocación en el libro", reconoce Aranguren. "Creo que, igual que hay una edad de la razón, de la que hablan los psicólogos cuando un niño cumple siete años, hay una edad de la memoria, cuando alguien empieza a tener muy presente lo que ha vivido, tan presente como el hoy y el mañana, como a mí me ha pasado. Puede que de ahí nazcan todas las letras de este poemario".
Pese a que asoma por los versos el "desencanto vital" y los desvelos e inseguridades se suceden, el conjunto desprende la serenidad de quien ya ha aceptado las reglas del juego, ha aprendido a "aceptar, para vivir en paz, / el galope del tiempo en nuestras sienes; / abandonar la lucha, / la batalla perdida de antemano; / llegar al armisticio / y así poder vivir con uno mismo". "Supongo", explica al respecto, "que escribir los miedos es una forma de librarse de ellos, de comprenderlos, de afrontarlos. De hecho, me parece que ya soy muy distinta a la que escribió esos versos: muchos de esos temores los he ido superando, he tardado mucho, y pensaba que algunos me acompañarían hasta el final de mi vida, pero, sin embargo, un día comprendí que ya no los tenía. Esa conquista, en parte, se debe a la escritura, que como todos sabemos tiene un componente de terapia".
En esa comprensión del mundo también jugó un papel la maternidad, a la que Aranguren dedica algunos de los poemas. "Nacieron / y hubo que llevarlas / al parque y al médico, / y descubrimos / los árboles , / y les pusimos nombre / y recordamos / cómo fuimos / porque eso es la infancia, / territorio de los padres, / vivir de nuevo / tanta pérdida", se lee en el poema Las niñas. En la entrevista, la escritora regresa a esos versos: "Le oí decir una vez a Juan Bonilla, no recuerdo si era suyo, que la muerte es algo que le pasa a los demás, no a ti. Que a los demás es a quien se les muere alguien, porque si tú te mueres a ti ya no te sucede nada. Cuando yo tuve a mis hijas sentí que la infancia es algo que viven realmente los mayores, que están siendo testigos de esa niñez. Cuántas cosas sabemos por lo que nos han contado nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros tíos, o por las fotos que nos hicieron entonces: crees recordarte de niña dando de comer a las palomas en el parque, pero esa escena te viene porque una vez una cámara te retrató. Al estar criando a mis hijas, yo recuperé mi infancia, y debo decir que, aunque fui una niña querida, afortunada con la familia que me tocó, no es para mí ese paraíso perdido que suelen ver los demás", admite una autora que tiene a Antonio Machado, Cernuda, Juan Ramón Jiménez y Jaime Gil de Biedma en su santuario particular.
En Parques y jardines no hay apenas referencias al arte, sector en el que trabaja Aranguren –"y que me funcionaría más en una novela", opina–, tal vez porque el libro viaja a lo esencial, a la intimidad del ser humano, y en él la poeta busca mirar "por la ventana / y ver que sigue ahí, intacta, / mi emoción. Conservar, como un tesoro, / ahí, a buen recaudo, tras la cortina, / lo que fui, lo que sueño, / lo que soy".
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