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El compositor espía

El último disco de Cecilia Bartoli se acerca a la música operística del compositor y diplomático Agostino Steffani.

Una imagen publicitaria del nuevo trabajo discográfico de Cecilia Bartoli.
Pablo J. Vayón

06 de octubre 2012 - 05:00

Mission (A. Steffani). Cecilia Bartoli, mezzosoprano. I Barocchisti. Diego Fasolis Decca (Universal).

A pesar de las consignas publicitarias que acompañan el lanzamiento del último trabajo de la mezzo romana Cecilia Bartoli, Agostino Steffani (1654-1728) no es en absoluto un compositor desconocido ni olvidado. No tiene obviamente la fama de los más célebres músicos del Barroco, pero su causa ha sido defendida en los últimos años por grandes intérpretes, su nombre es bien conocido por los buenos aficionados y cualquier búsqueda por la red proporcionará al curioso datos suficientes sobre su vida y su obra, incluidas no menos de veinte referencias discográficas.

Nacido en el norte de Italia, Steffani desarrolló casi toda su carrera en Alemania, entre Múnich, Hannover y Düsseldorf, compaginando su tarea artística con el sacerdocio y con diversas empresas diplomáticas. Su existencia se complicó por ello con tramas en las que los más altos asuntos de estado se mezclaban con el espionaje, los lances de alcoba y hasta los crímenes, lo que llamó la atención de la escritora estadounidense Donna Leon, que le ha dedicado su última novela, Las joyas del paraíso, puesta a la venta (en España, editada por Seix Barral) a la vez que el CD, en una sinergia literario-musical que no es novedad en el mercado, pero sí poco habitual.

El prestigio actual de Steffani se sustenta sobre todo en sus dúos de cámara, ya que sus óperas, que rondan la veintena, han sido poco frecuentadas, si bien existe alguna grabación completa (Orlando generoso, por ejemplo, fue registrada hace poco en el sello MDG) y abundan las antologías, en algunos casos dedicadas a sus muy interesantes oberturas (como la de los Sonatori de la Gioiosa Marca para Divox). Steffani ocupa un lugar intermedio entre el desarrollo del belcanto asociado a Cavalli y su posterior materialización en un Haendel, pero a esto añade su conocimiento del estilo francés, que empleó con frecuencia, por lo que se adaptó a la perfección a ese gran crisol musical que fue la Alemania de su tiempo (todas sus óperas se estrenaron en tierras del Imperio, algunas incluso traducidas al alemán).

En Steffani no se encuentran aún las grandes arias da capo dieciochescas: suelen ser más bien breves, aunque muy bien concebidas para la voz (el compositor se formó como cantante, e incluso se ha sugerido que pudo ser un castrato), y no faltan en ellas ni un delicado lirismo melódico ni los adornos más exigentes, que permiten a Cecilia Bartoli explotar su bien conocido armamento de espectaculares agilidades ornamentales a la vez que hacer gala de ese canto spianato con la que no se la relaciona tanto, pero que es ideal para las más íntimas confidencias. Apoyarse en el acompañamiento de Diego Fasolis e I Barocchisti es garantía de dramatismo, contraste y vitalidad. Participan también el estupendo Coro de la Radio Suiza de Lugano y el contratenor francés Philippe Jaroussky, que aporta a tres dúos la belleza sensual de su timbre y el refinamiento de su fraseo.

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