El nuevo fantástico
Constelaciones familiares | Crítica
Ana Llurba se adentra con su narrativa en mundos apocalípticos donde los personajes no parecen estar vivos ni muertos del todo. En 'Constelaciones familiares' sigue facturando imágenes insólitas
La ficha
Constelaciones familiares. Ana Llurba. Aristas Martínez, 2020. 240 páginas. 21 euros
Ya hemos hablado aquí de la deriva más reciente del realismo mágico sudamericano. Algo incómodas con aquella etiqueta que en muchas ocasiones pecaba de ingenuidad o excesivo colorido, cuando no de marca de fábrica que adjudicar a cualquier producto que surgiera del cono sur, las nuevas generaciones han optado por, sin deshacerse de algunos de sus presupuestos mayores, hacerla girar en direcciones más oscuras y frías, más relacionadas con el terror, con la angustia o con las múltiples incertidumbres que nos ha aportado el cambio de milenio. Si atendemos al parecer de ciertos de sus teóricos (Carpentier, Cortázar) o de la gran mayoría de quienes lo practicaron (los antedichos, más Rulfo, Arreola, el propio Borges, el inevitable García Márquez y sus apéndices), el realismo mágico intentaba ser un retrato fiel de la realidad sudamericana, donde no regían las mismas leyes cartesianas que en los educados barrios de Europa. Alrededor del ecuador y debajo de él, el mundo era desaforado, excesivo, a menudo atroz; la conciencia no contaba con asideros sólidos para distinguir la vigilia del sueño o cualquiera de sus sucursales; lo que es, lo que parece, lo que debería ser se mostraban porosos y se contaminaban mutuamente, colocándonos frente a un universo maravilloso o terrible, según la página, que nunca estábamos seguros de poder interpretar con certitud.
El matrimonio de la literatura sudamericana con lo fantástico viene de largo y puede remontarse hasta los últimos cuartos del siglo XIX: este del realismo fantástico no fue sino su coletazo más ruidoso. En el XXI, el interés por las distorsiones de la percepción, por la ambigüedad del presente y los múltiples niveles de realidad y sentido que oculta hasta la experiencia más anodina sigue manteniéndose, aunque quizá encaminado en otras direcciones y partiendo de referentes distintos. Si bien los autores del boom eran de filiación mayormente francófona (se habían educado en París) y se inspiraron en el academicismo surrealista a la hora de pergeñar sus visiones, la nueva hornada mira más hacia el idioma anglosajón y busca orientación en el medio norteamericano. Unido a esto va la importancia que otorga a los iconos audiovisuales, y a la cultura popular en general: donde las balizas de un cuento de Cortázar o una novela de Carpentier conducen a Éluard y Duchamp, los nuevos fantásticos remiten a The Velvet Underground y Freddy Krueger. En esto no se distinguen de la gran multitud de literaturas del presente, infectadas sin distingos por el modo norteamericano de escribir, por el modo en que los talleres norteamericanos consideran que se debe escribir.
Un último punto llamativo de la nueva ola fantástica austral es el protagonismo de las mujeres. Había alguna en las previas (pienso en Silvina Ocampo o Ana María Shua), pero es que entre las más recientes son auténtica legión: Mariana Enríquez, Valeria Correa Fiz, Samanta Schweblin, Giovanna Rivero, María Fernanda Ampuero. No resulta extraño; de hecho, por su condición marginal, crepuscular, ambivalente, la fantasía ha sido practicada muy a menudo por escritoras, y tiene en el género femenino a muchos de sus principales representantes. De especial significación parece que en una zona del mundo como Latinoamérica, donde la mujer ha vivido supeditada durante décadas y sigue padeciendo el pisoteo diario de sus derechos, su voz se eleve con una especial rotundidad, y sobre todo en el terreno de lo posible, de lo futurible, de lo deseable y temible. Pues no pocas de las ficciones de las integrantes de esta nueva hornada giran en torno a la posición de lo femenino en el nuevo orden social, y a qué hipotético aspecto revestiría éste si las tornas cambiaran: junto al temor y la espera de una nueva sociedad, de una nueva inteligencia, hay también los de un nuevo sexo.
Todo lo antedicho puede y debe ser aplicado con rigor al trabajo de Ana Llurba. Argentina y residente en Berlín, recién entrada en la cuarentena, Llurba nos sorprendió hace un par de años con una novela extraña y bellísima, La Puerta del Cielo, donde mezclaba de un modo muy particular preocupaciones metafísicas con ciencia ficción de cuño pop y traicioneros arrebatos de horror y ternura. Vuelve a hacer lo mismo con Constelaciones familiares, una recopilación de trece relatos (el número no es azar) que, desde diversos prismas, visita de nuevo los temas, los personajes, las atmósferas de su título anterior. Las fantasías de Llurba suelen tener lugar en un mundo postapocalíptico, donde una inundación ha asolado la ciudad ("Villa Amahita Ruin Porn") o un virus está a punto de vaciarla ("Lo más parecido a la felicidad"). Esos paisajes sombríos (basuras, chatarra, escombros, casas abandonadas) sirven de fondo al periplo de personajes que no están vivos ni muertos del todo, y que se mueven entre ambos planos de la existencia con una cansada indecisión: vampiros ("Una sonrisa"), zombis o algo que se les asemeja ("Roberto y yo"), muñecas de cera que cobran vida y que en realidad son otras personas, o aunque a lo mejor no (mi favorito: "Las vírgenes negras"). Sirviéndose de un lenguaje plástico y muy fluido, la autora nos hace circular a través del circo privado de sus obsesiones, donde cuestiones eternas como la maternidad, la pasión amorosa, la convivencia familiar, la interacción de culturas, adoptan nuevos moldes y se visten de imágenes insólitas para acentuar aspectos no abordados hasta el momento: haciéndonos así reconocer, por si no lo teníamos lo suficientemente claro, que el fantástico es un género tan legítimo como cualquier otro a la hora de atacar cualquier asunto, por profundo y capital que se presente, y que todavía tiene mucho por descubrir a quien se atreva a visitarlo sin prejuicios.
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