Los años duros de las vanguardias artísticas
Caixafórum Construyendo nuevos mundos, 1914-1945 | Crítica
El Caixafórum de Sevilla revisa la colección del IVAM, una de las mejores y más completas de España basada en el perido de entreguerras
La ficha
'Construyendo nuevos mundos, 1914-1945'. Caixafórum de Sevilla. Hasta el 4 de noviembre.
No abundan en España las colecciones de arte moderno, arte de las vanguardias históricas, comprendido entre 1860 y 1950. El Reina Sofía, partiendo del antiguo Museo Español de Arte Contemporáneo y de la llegada del Guernica, ha ido tejiendo, durante 30 años, un panorama convincente (quizá no equilibrado). Tarea difícil porque, a excepción de Barcelona, la cultura de este país ignoró el arte moderno. Sólo en la Segunda República, el crítico Gutiérrez Abascal (Juan de la Encina) abrió caminos que la dictadura se apresuró a cortar.
El tiempo no pasa en balde y mientras aquí reinaba la indiferencia, si no la hostilidad, hacia el arte moderno, otros países se hicieron con sus mejores obras. El MOMA Nueva York, fundado en 1929, fue un adelantado pero tras la Segunda Guerra Mundial, la Tate Britain abre su fondo a las vanguardias y otros museos se forman por administraciones que compran, aceptan la cesión de colecciones privadas o protegen el mecenazgo.
Dada esa carencia de nuestra cultura, se agradecen colecciones como la del Institut Valencià d’Art Modern (IVAM). Basada en los años de entreguerras, reúne obras de diversos dadaísmos (Berlín, París, Nueva York), constructivismos (no sólo el ruso) la Bauhaus y el grupo holandés De Stijl (van Doesburg, Vantongerloo).
El conjunto funciona porque, junto al rechazo dadaísta a las convenciones del arte (incluido el moderno), ofrece trabajos de autores sensibles a la realidad social, sea desde el entusiasmo utópico o desde una idea, el diseño, que quiere dignificar la vida cotiana.
Esas dos líneas surgen con la Primera Guerra Mundial. No es casual. Aquella guerra llevó la técnica a las armas y la organización racional de la industria al ejército, por eso fue una brutal máquina de destrucción. Empezó al son de nacionalismos tardorrománticos y acabó en una matanza sin precedentes. Por ello el arte se rebeló contra los usos de semejante sociedad (incluidos los artísticos) o intentó que la técnica sirviera para mejorar la vida y no para destruirla.
Ya en la muestra, destacan las obras de Marcel Duchamp (tan opuesto al militarismo como a las convenciones artísticas): a la Caja Verde –expuesta, no sé por qué, cerrada– acompañan las obras sobre el lenguaje (Cinéma anémic) y la visión (Rotoreliefs), y una breve aparición en Entr'acte, el filme de René Clair. Con Duchamp se relacionan las obras de Picabia y las imágenes y el filme de Man Ray, irónicamente titulado El retorno a la razón.
Del dada berlinés, las obras de Hausmann se prolongan en los duros trazos de Georg Grosz (escenas de la ciudad rota: parados, mutilados y prostitutas frente a especuladores y resentidos militaristas) y en los diseños de John Heartfield, en especial los de la revista sindical AIZ (Arbeiter Illustrierte Zeitung) que llegó a vender 500.000 ejemplares. Junto a esas obras una representación de Schwitters que siempre negó el apelativo dada para sus collages: no eran antiarte, decía, sino un modo de pensar el tiempo sobrevenido tras la guerra. Esa atención a la sociedad fue clave en trabajos de la Bauhaus y los holandeses de De Stijl.
De la Bauhaus destacan los diseños de Marianne Brandt, Gropius, van der Rohe y Wagenfeld, y las piezas de Moholy Nagy: la escultura en plexiglás, Leda y el cisne, a la que no son ajenos sus dibujos abstractos. La colección Alfaro Hofmann señala cómo un nuevo arte, el diseño, comenzó a cambiar la vida doméstica.
Es extensa la presencia del constructivismo: un diseño de Sophie Täuber-Arp para el proyecto de L'Aubette en Estrasburgo, obras de su marido Jean Arp, trabajos de Torres García y una excelente escultura de Antoine Pevsner. Las obras de los autores que permanecieron en la URSS son casi todas de los años en que, desautorizado el formalismo por el Estado Soviético, trabajan sobre todo en la elaboración de carteles. Los debates e indagaciones habidos en los años anteriores dejan su huella en carteles como los de Klucis y Kulagina que se valorarán mejor si se tienen en cuenta los bocetos previos, algunos incluidos en la muestra.
En la representación española, escueta pero densa, hay obras de Julio González (a destacar la titulada Máscara 'Sombra y luz', el cartel de Lorenzo Goñi y los diversos diseños gráficos de Josep Renau. Los fechados durante la Segunda República dan que pensar: señalan a una sociedad que empezaba a ser moderna y fue después sofocada desde cuarteles y sacristías.
En la exposición sólo una deficiencia: el exceso de obras, quizá por respetar la integridad de la colección. Hay piezas de Grosz imposibles de ver, los filmes, algunos incompletos, no se escuchan y carecen de buenas condiciones de visualización y sobre todo, no hay espacio para explicar y orientar al público. Puede que las visitas guiadas remedien este defecto.
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