Éste es mi cuerpo
El Picasso de Málaga inaugura 'He estado en el infierno y he vuelto', la mayor retrospectiva dedicada a Louise Bourgeois en España, con un centenar de piezas realizadas entre 1938 y 2009.
Vino al mundo Louise Bourgeois (París, 1911-Nueva York, 2010) en el seno de una familia acomodada que regentaba un taller restauración de tapices. La imagen de su madre, una mujer de fuerte carácter, tejiendo a destajo inspiró en la artista las figuras de las monumentales arañas que realizó durante los años 90. Pero también el insecto representaba a la misma Bourgeois, como alguien que crea su obra, de manera incesante, a partir de su propio cuerpo. A tenor de su biografía (un padre tirano y déspota que nunca apoyó sus inclinaciones artísticas, la muerte de la madre en 1932, la salida de Francia y la llegada a Estados Unidos en 1938 para casarse con el crítico e historiador Robert Goldwater, la soledad y la nostalgia, los problemas para quedarse embarazada y las posteriores dificultades para repartir su tiempo y su dedicación entre el arte y los tres hijos que finalmente pudo dar a luz), el nombre de Bourgeois viene asociado al trauma y al conflicto en su acepción más psicoanalítica; pero es el cuerpo, su cuerpo, ya sea en las primeras evocaciones anatómicas completas o en los fragmentos que fecundaron su producción a partir de los años 50, el territorio exacto donde todos estos ejércitos entran en combate: el anhelo, aun en su acepción más onírica, halla siempre en miembros, cabezas y torsos una concreción material precisa. Y es el cuerpo el protagonista esencial de He estado en el infierno y he vuelto, la exposición dedicada a Bourgeois que inauguró ayer el Museo Picasso, donde podrá verse hasta el 27 de septiembre. Conviene subrayar, de entrada, que se trata de uno de los proyectos más ambiciosos, reveladores y conmovedores de cuantos ha acogido el centro en su historia.
Comisariado por Iris Müller-Westermann, He estado en el infierno y he vuelto es un proyecto compartido por el Museo Picasso Málaga y el Moderna Museet de Estocolmo, donde la muestra se ha exhibido en los últimos meses con éxito de crítica y público. Las 101 obras que la componen, realizadas entre 1938 y 2009, y de las que el 30% no se habían presentado nunca al público hasta la puesta en marcha de esta exposición, la convierten en la mayor retrospectiva de cuanta se han dedicado en España a la artista. Müller-Westermann confirmó que, tras las paradas en Estocolmo y Málaga, He estado en el infierno y he vuelto no tiene previstas futuras reválidas, lo que convierte esta cita en ocasión definitiva. Con préstamos procedentes del Centro Pompidou de París, la mayor parte de las obras (incluidas las inéditas) proceden de la Fundación Louise Bourgeois, cuyo presidente, Jerry Gorovoy (verdadera mano derecha de la artista desde los años 80), presente ayer en la inauguración, aprovechó para anunciar que la nueva sede de la institución abrirá sus puertas el próximo septiembre en la casa de la creadora en Nueva York (con todos sus archivos, imágenes y documentos a disposición por primera vez del público). Junto a Müller-Westermann y Gorovoy comparecieron ayer en la puesta de largo el director del Museo Picasso, José Lebrero; el presidente del Consejo Ejecutivo de la pinacoteca, Bernard Ruiz-Picasso; y el consejero andaluz de Cultura en funciones, Luciano Alonso.
El título de la exposición está extraído de un lema que Bourgeois cosió en un pañuelo (incluido en la exposición) en 1996: "He estado en el infierno y he vuelto. Y dejadme decir que fue maravilloso". Y es en este tránsito de descenso y ascensión donde la muestra narra el modo en que la artista fraguó su propia redención a través de su obra. Su creación tardó en ser reconocida (el MOMA no le abrió sus puertas hasta 1982, cuando Bourgeois tenía ya 71 años), pero su influencia llegó a ser de difícil parangón en el salto del siglo XX al XXI; más aún, en sus últimos años Bourgeois fue celebrada por legiones de jóvenes seguidores como una inspiración no sólo artística, también social: su discurso feminista y su defensa de los colectivos de gays y lesbianas la convirtieron, también, en un símbolo de los derechos civiles, aunque Müller-Westermann y Gorovoy matizaron en la presentación que, a pesar de este activismo, Bourgeois nunca quiso ser reconocida como una artista feminista, si bien tampoco dejó claves para la interpretación de su obra (este reto hay que jugarlo a título individual).
Setenta años de entrega incondicional al arte -"En Bourgeois arte y vida se confunden. Necesitó crear hasta el último día, jamás se le pasó por la cabeza dejar de hacerlo", apuntó Gorovoy- suponen mucha tela que cortar a la hora de montar una exposición. Y la propia comisaria explicó que, cuando se decidió la puesta en marcha del proyecto, "nos preguntamos qué podíamos mostrar, si era posible contar algo nuevo de Louise Bourgeois. La respuesta vino de la mano de su dedicación al arte durante 70 años. Podíamos ofrecer una amplia gama de obras, con muy diversos tamaños, formatos, materiales y desarrollos, y esto nos permitía demostrar que en su trayectoria hubo momentos distintos, que no podemos asociarlo todo al trauma y a las zonas oscuras". En relación con esta idea, el recorrido expositivo obvia el elemento cronológico y atiende a "temas recurrentes": la historia en carne viva de la artista.
Presidida por la imponente escultura Araña (1996), que con sus ocho metros de diámetro y tres de altura se ha instalado en el patio del Palacio de Buenavista, la exposición se distribuye en nueve salas (La fugitiva, Soledad, Trauma, Fragilidad, Estudios naturales, Movimiento eterno, Relaciones, Dar y recibir y Equilibrio) en las que predomina la escultura, desde los personajes realizados en madera que Bourgeois creó para mitigar su soledad neoyorquina en los años 40 hasta sus reconocibles figuras de látex, pasando por otros materiales como la goma, el aluminio y la escayola. Los traumas infantiles, la condición femenina, el cuerpo como principio antropológico, la lectura psicoanalítica de la sexualidad y su plasmación en el mundo onírico, la dificultad problemática con la que Bourgeois distribuyó su tiempo y su alma entre el arte y su familia, la pasión por la geometría (que le valió el ingreso en el Colegio Patafísico), la sublimación del dolor a través de la creación, el encuentro del yo con el tú como principio armónico y otros muchos aspectos alimentan una propuesta que se percibe, ciertamente, como una redención, de abajo a arriba. La conclusión, con una celda hexagonal dentro de la que Bourgeois se representa a sí misma rodeada de personajes que evocan a sus propios hijos y bajo un espejo que ejerce cierta función de vigilancia divina, es bien explícita: el equilibrio entre todas estas fuerzas ha sido consumado en un gesto de paz. Todo, al cabo, está cumplido.
La exposición se completa con un amplio muestrario biográfico en fotografías y la proyección del documental de Nigel Finch Louise Bourgeois: No Trespassing. Pero quizá el mejor complemento del envite sea la propia colección permanente del Museo Picasso, un aspecto sobre el que llamó la atención Bernard Ruiz-Picasso: Bourgeois admiró al malagueño, se confesó aturdida por sus obras; como él, trabajó en un país distinto al que le vio nacer; y, como él, no dejó de crear hasta morir. De cualquier forma, la lección de Bourgeois es de las que suben a las lágrimas. Éstas son más sabias.
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