La verdad del arte
Escribir | Cartas escogidas | Crítica
Los ensayos y las cartas de Proust aportan datos muy relevantes sobre las afinidades, los intereses y las relaciones del escritor que negó el valor de los testimonios biográficos
Las fichas
Escribir. Marcel Proust. Traducción de Mauro Armiño. Páginas de Espuma. Madrid, 2022. 592 páginas. 37 euros
Cartas escogidas (1888-1922). Marcel Proust. Traducción de José Ramón Monreal. Edición, prólogo y notas de Estela Ocampo. Acantilado. Barcelona, 2022. 496 páginas. 28 euros
Al margen de la gran obra a la que dedicó su vida, casi contra reloj en los últimos años, y de sus predecesoras Los placeres y los días (1896) o la reconstruida Jean Santeuil, probablemente redactada entre 1896 y 1900, entre otros títulos póstumos, Proust escribió muchos artículos o ensayos que en algunos casos serían aprovechados por el novelista de A la busca del tiempo perdido. Son textos que tienen interés por sí mismos, naturalmente, pero también permiten fijar una especie de itinerario intelectual que arroja luz sobre los fundamentos y el proceso de creación de una de las grandes novelas del modernismo europeo, fruto de un larga inquisición cuyo propósito ya está formulado en Contra Sainte-Beuve. Recuerdo de una mañana, otro libro reconstruido póstumamente, a partir de los célebres cahiers u otros manuscritos del autor, y considerado por los estudiosos como un antecedente directo de la Recherche. Los intentos de ordenación de todo ese material previo se han enfrentado a la dificultad de acceder al conjunto o sobre todo al carácter híbrido, entre la narración y el ensayo, de muchos de ellos, que antes de encontrar acomodo en el magnum opus de Proust, a veces casi literalmente, existieron como borradores o asedios de la futura novela o serie de novelas. Estos Escritos sobre arte y literatura recogen textos propiamente ensayísticos, tomados de sus cuadernos o publicados en periódicos y revistas o recogidos en esos libros póstumos, piezas de una constelación de intereses que podemos considerar indisociable de su mundo.
Al cuidado de uno de los grandes conocedores de Proust entre nosotros, el veterano traductor Mauro Armiño, cuya monumental versión de A la busca del tiempo perdido está reeditando El Paseo, la recopilación de Páginas de Espuma sigue de cerca las ediciones francesas de Pierre Clarac y Antoine Compagnon, coordinador de la más reciente y completa recopilación de los Essais (2022) en la Bibliothèque de la Pléiade. Con su acostumbrada pulcritud, también apreciable en el apéndice donde se datan y contextualizan los ensayos y en las notas finales, que aportan valiosa información, tomada de los mencionados editores, sobre los personajes y episodios abordados, Armiño distribuye los textos en secciones que contienen los primeros escritos, los dedicados a músicos, pintores o literatos, los asociados a Ruskin o el "periodo Contra Sainte-Beuve" y los ensayos postreros, casi cuarenta entradas que dan cuenta de las predilecciones y las fobias de Proust, de la evolución de sus ideas estéticas y del sustrato sobre el que se erige su formidable monumento narrativo. Al margen de las colaboraciones escolares en las revistas del liceo, los primeros artículos de Proust datan de la década de los noventa y suman a sus impresiones sobre el arte, la literatura y la música el tratamiento de temas mundanos, la moda o la revista de los salones de la alta sociedad en la que el devoto ruskiniano, que años después se mostraría muy crítico con ella, aspiraba a integrarse. Pero la base de su obra crítica tiene que ver con su famosa oposición a las ideas de Sainte-Beuve, el crítico más reconocido de su siglo, para quien el estudio de la literatura no podía emprenderse sin atender a la biografía de los autores y a su red de relaciones y circunstancias.
De esa oposición viene la también célebre distinción que trazaba Proust entre el yo social y el yo interior de los escritores, así como su reivindicación de las impresiones subjetivas, el instinto y la memoria involuntaria, que no niega el concurso de la inteligencia pero la relega a un segundo orden. La selección de Armiño contiene escritos ineludibles como los dedicados al "mundo misterioso de Gustave Moureau", al "profesor de belleza" Robert de Montesquiou, al citado Ruskin, tan influyente en el joven Proust, o a la contraposición de los presupuestos de la crítica biografista y su propio ideario, que rescata de la incomprensión a autores como Balzac o Nerval. Mención aparte merecen los dos ensayos finales sobre Flaubert y Baudelaire, piezas maestras en las que el narrador ejerce como fino y lúcido analista. El primero, como señala el traductor, fue considerado un texto fundacional de la crítica moderna por los formalistas rusos. El segundo, no menos perspicaz, celebra a uno de sus autores predilectos –Flaubert, aun reconocido como estilista, no lo era del todo– como un "gran poeta clásico" al margen de su leyenda. La verdad del arte, su sentido profundo, no tiene nada que ver con la apariencia.
Un diálogo espontáneo
Hasta cierto punto complementarias de los ensayos, las cartas de Proust, prolífico corresponsal que no se mostraba en ellas tan cuidadoso como en sus páginas literarias, brindan una perspectiva distinta, la de un escritor que no se adorna, pero cuya voz es esencialmente la misma que la del Narrador de la Recherche. La reciente edición de Acantilado, impecablemente editada y prologada por Estela Ocampo, recoge, en traducción de José Ramón Monreal, casi doscientas cartas de los miles de ellas que se han conservado, contra el deseo expreso de un hombre, muy celoso de su intimidad, que siempre desdeñó los testimonios biográficos. Como recuerda la editora, Proust no escribió diarios, ni dietarios ni memorias, pero gracias a la correspondencia podemos acceder, desde otro lado, a la "médula de su pensamiento", en una suerte de "autobiografía espiritual" que ofrece la impresión de un "diálogo espontáneo". En sus cartas el escritor –cada vez más recluido, pero nunca desinteresado de la realidad exterior– se muestra natural y versátil, adaptando el registro en función del interlocutor, e invariablemente pudoroso, acogido a un sistema de claves y sobreentendidos que renuncia a las expansiones eróticas. Dividido en secciones que remiten a su mundo sentimental, a la extravagante vida cotidiana, al contexto histórico y sociológico de su tiempo, y a las reflexiones sobre el arte y su propia obra, el epistolario de Proust revela mucho de quien afirmó que la verdadera vida –la única "realmente vivida"– es la literatura.
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