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El experimento negro de Coover

El estadounidense, maestro de la metaficción, reformula con 'Noir' en clave de parodia la novela detectivesca

Manuel Barea

01 de agosto 2012 - 08:55

Noir. Robert Coover. Traducción Benito Gómez Ibáñez. Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2012. 146 páginas. 18 euros.

Relato en blanco y negro -Noir y Blanche, sus protagonistas-, Noir es la incursión del escritor Robert Coover (Iowa, 1932) en la novela de detectives o criminal, novela negra para entendernos, esa que los difusores del marketing editorial proponen a los lectores para estas fechas, que si el libro bajo la sombrilla, en la playa, al borde de la piscina o de la alberca, cuando en realidad no se conoce decorado más inadecuado que ese -niños chillando por todas partes y speakers de fútbol playa y animadoras de aerobic senil y el incombustible trenecito turístico y todo envuelto en una densa nube de exóticas tufaradas de cremas ¿protectoras?...- para sumergirse en la lectura de una oscura historia poblada por personajes grises como el otoño y perversos como la primavera. Ah, el verano y la lectura. Qué postal. Un libro en la maleta. Bueno, ahora nosecuántos centenares, o miles, dicen, con el electrónico. Sacudo el mío, de papel, que se me ha caído en la arena…

A lo que iba (que sube la marea): al igual que Denis Johnson con Que nadie se mueva y Thomas Pynchon con Vicio propio, también dos autores estadounidenses más conocidos por su obra en otros mares de la literatura -oceánica en el caso del segundo, aunque la travesía de Árbol de Humo del primero es de una singladura muy alejada de las del barco del capitán Stubing-, Coover, ya octogenario, se zambulle en la novela negra y pone a funcionar -aunque esto es un decir, dada su propensión al piciazo- a Phil M. Noir, un detective privado astroso, un sabueso sin olfato abonado a recibir una somanta en cualquier momento.

Parece que el autor de El hurgón mágico y de La fiesta de Gerald ha disfrutado. Noir es otro experimento de este mago de las letras americanas, un juego con las archisobadas piezas del género: junto al detective, su (algo-más-que) secretaria, la mujer fatal de piernas deslumbrantes y tórrida viudez que encarga el caso de la muerte de su marido, el poli quemado al que cabrea la intromisión del huelebraguetas, el Baranda, socio del fiambre, el Gusano, impúdico encargado del depósito de cadáveres... Y así hasta completar el elenco. Nada nuevo bajo la luz de las farolas en las callejuelas encharcadas y malolientes de New London, por donde deambula Philip M. Noir mientras llena el depósito en los bares a la caza del asesino.

Y esto último es lo de menos en la parodia de Coover, que tunea el género negro para narrar de manera distinta algo ya mil veces narrado. No hay nada nuevo que contar, salvo la forma de hacerlo. Al autor de esa gema que es Azotando a la doncella no lo paraliza la idea de que ya esté todo dicho -es pública la pleitesía que rinde al "maestro" Cervantes-, pues de lo contrario bien que habría evitado, a sus ochenta tacos, dar codazos con Noir para encontrar acomodo en los ya de por sí sobresaturados anaqueles que las librerías dedican a la novela negra (donde, dicho sea de paso, cada vez es más difícil dar con una flor entre tanta basura). El desafío de Coover con esta novela al género criminal sigue los pasos del que se planteó su amado "don Miguel" con los libros de caballerías: ya hay metaficción -de la que el estadounidense ha sido uno de sus máximos exponentes- en el Quijote, no es una milonga posmodernista.

Como siempre, Coover muestra una gran audacia por ir todo lo más lejos posible en su afán innovador. O transformador. Y no se le puede negar su talento para hacerlo. Desecha la linealidad y teje la historia a base de bifurcaciones. Y en Noir resultan más atractivas las sombras que la luz.

Escrita en segunda persona -hay todo un guiño autoreferencial al final cuando el propio detective pregunta "¿De dónde coño hemos salido?"-, Coover ejecuta con el género negro lo que ya hiciera con otros pilares de la cultura de masas, transgrediéndolos para extirparles una segunda o más lecturas, no importan que sean las fábulas infantiles más tradicionales de las que oferta una visión más siniestra, menos dulce y tierna, o clásicos del cine de los que propone, como el en caso de Casablanca, una parodia pornográfica.

Y para hacerlo no duda en emplear el humor en la línea en que lo ha hecho siempre, a la manera en que Norman Mailer defendió este recurso en El test del excremento, incluido en su ensayo Un arte espectral: "El humor no es una dama con aroma a lavanda, sino una camarera de bar". Ahí brilla el autor de Noir, alguien del que el jurado del Premio Rea de cuentos destacó su "capacidad para encontrar inspiración en la escoria de lo cotidiano y tejerla mágicamente para convertirla en mito, un escritor que ha conseguido deliberadamente e incluso perversamente mantenerse fiel a sí mismo, ofreciendo a la vez su generosa visión y sus versiones de Estados Unidos".

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