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El fantasma de Eurabia

La nueva novela de Michel Houellebecq plantea el polémico e improbable escenario de un Gobierno islamista decidido a refundar Europa sobre la base de la fe musulmana.

El escritor francés Michel Houellebecq, el pasado martes durante su visita a Barcelona para presentar la edición española de 'Sumisión'.
Ignacio F. Garmendia

03 de mayo 2015 - 05:00

Sumisión. Michel Houellebecq. Trad. Joan Riambau. Anagrama. Barcelona, 2015. 288 páginas. 19,90 euros.

A la hora de acercarse a los escritores mediáticos, definidos por el cliché periodístico como amados y odiados, hay que intentar abstraerse del ruido -provocado por ellos mismos o en el que por lo demás se sienten cómodos- para centrarse en lo que realmente proponen, o sea no en las declaraciones epatantes ni en los subterfugios promocionales sino en sus libros. De Michel Houellebecq pueden decirse muchas cosas poco halagüeñas, pero no que sea un mal escritor -ocurre más bien todo lo contrario- ni que carezca de olfato para detectar, entre la confusa amalgama de la actualidad, algunos de los temas 'candentes' de nuestra época. Su nueva novela, Sumisión, contiene páginas excelentes en el estilo frío, eficaz, despiadado y antirretórico que caracteriza su prosa felizmente alejada del grand style, pero ni cumple lo que prometía al comienzo ni puede ser calificada, pese a los aciertos, como una obra perdurable o a la altura de las suyas mejores. Tampoco lo era o lo estaba la anterior El mapa y el territorio, defendida por sus entusiastas -a los que no falta razón cuando hablan de su capacidad para retratar la desolación de los tiempos- pero igualmente lastrada por la incontinencia discursiva.

Algo más apaciguado, sin abandonar las embestidas asociadas a su marca pero cediendo a un fondo de progresiva melancolía, Houllebecq plantea una ficción política -no propiamente una distopía, porque el futuro inmediato, ciertamente inquietante, no se presenta con rasgos negativos- que parte de la sospecha o de la convicción de que Francia y Europa entera están abocadas a una "guerra civil", fruto del distanciamiento creciente entre la población y quienes hablan en su nombre. El protagonista de Sumisión, François, un profesor universitario instalado en el nihilismo, piensa que ese desencuentro tomará la forma de "algo caótico, violento e imprevisible", pero los 'hechos' -el horizonte cercano se sitúa en las elecciones presidenciales de 2022- muestran que lo impensable puede imponerse de un modo no traumático y hasta secretamente deseado. El desmoronamiento de los partidos tradicionales ha dejado paso a dos bloques formados por la candidata del Frente Nacional y el líder, islamista moderado, de la Hermandad Musulmana, que planea ampliar la Unión Europea a los países de la otra ribera del Mediterráneo y hacer realidad el sueño de un nuevo "imperio romano" con la religión del Corán como sustento espiritual. Ambos muestran un rostro amable que tiene su vertiente extrema en los militantes "identitarios" o los yihadistas. La izquierda y la derecha republicana han sido vencidas o fagocitadas y subsisten en la irrelevancia.

En conjunto destartalada y poco convincente, lo mejor de Sumisión, a nuestro juicio, está en el descarnado retrato de su protagonista, vinculado desde los años de su "triste juventud" al escritor decadentista Joris-Karl Huysmans, presencia constante en la novela, al que dedicó su tesis doctoral y sobre el que prepara una edición crítica para La Pleiàde. El tortuoso proceso de conversión al catolicismo del autor de Al revés o Allá lejos, su "desesperado deseo de incorporarse a un rito" y episodios como la estancia en la abadía de Ligugé a la que peregrina el propio François, que también lo hace a Rocamadour, prefiguran el movimiento de un estudioso desengañado que lo va perdiendo todo -a su joven amante judía, Myriam, que emigra con la familia a Israel; a sus padres, con los que no mantenía relación ninguna; su fe vacilante o hasta el oficio intelectual, que deja de interesarle- hasta que acepta transigir y someterse, menos por convicción que por conveniencia. Pasa de este modo de identificarse con el "esteta misántropo y solitario" que ha sido durante años su objeto de estudio a buscar un bien remunerado lugar en el redil, entre los hombres -de hombres se trata- seducidos por el nuevo orden. De los demás personajes, sólo el rector islámico de la Sorbona -refundada con el patrocinio de los saudíes- y después ministro, el ambicioso Rediger, está caracterizado con un cuidado que por desgracia no se extiende a su discurso. "Decididamente hablo demasiado", dice después de una de sus peroratas, pero lo malo es que el narrador las continúa en una parte final donde la novela, rematada como con prisas, descarrila definitivamente.

El problema no son las tesis conspiranoicas, deudoras de la "fantasía del complot de Eurabia", sino los argumentos o la falta de distancia con que son abordados. Aunque ocasionalmente brillante e incisivo, Houellebecq apenas se despega del reportaje, nombres propios reales incluidos, y ejerce en largos pasajes más como comentarista que como narrador, si bien no faltan los guiños -sólitos escarceos con prostitutas de lujo- dirigidos a los fieles. El resultado, en demasiados momentos, es un cóctel hecho de consideraciones sociológicas o geopolíticas abstrusas que se pretenden escandalosas pero parecen demasiado simples o abiertamente inverosímiles y, lo que es peor, abundan en perezosos lugares comunes, como cuando se habla -frente al "humanismo ateo"- de la inmensidad del universo y la perfección de su diseño o se presenta la poligamia -que más allá del chiste sería para muchos una pesadilla- como el sueño inconfesado de todos los varones. Pese a lo dicho, Sumisión es una novela entretenida y mantiene la expectativa, pero de un escritor inteligente como Houellebecq cabía esperar algo más de sutileza. También en el haber, dejando aparte la escritura afilada -de "viejo cabrón", como califica con gracia a Nietzsche- que asoma cuando le dejan hueco las divagaciones del publicista, está una reflexión de fondo que no tiene que ver con el Islam o lo trasciende: la indiferencia, la falta de coraje, esa forma de conformismo -o de inconformismo- que atiende sólo al bienestar y rehúye las zonas conflictivas, apuntan a un tácito deseo de servidumbre.

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