El futuro puede volver a ser una promesa
Crítica 'Tomorrowland'
Tomorrowland. Fantástica, EEUU, 2015, 129 min. Dirección: Brad Bird. Guión: Damon Lindelof, Jeff Jensen y Brad Bird. Fotografía: Claudio Miranda. Música: Michael Giacchino. Intérpretes: George Clooney, Hugh Laurie, Britt Robertson, Judy Greer, Kathryn Hahn, Lochlyn Munro, Chris Bauer, Tim McGraw, Paul McGillion, Raffey Cassidy.
Le debemos a Brad Bird -formado en el departamento de animación Disney bajo el magisterio de algunos de sus nombres históricos- grandes obras de animación como El gigante de hierro, Los increíbles o Ratatouille, y la cuarta y discreta entrega de Misión imposible. Con Tomorrowland ha logrado por fin unir la inteligencia y el encanto de sus películas de animación y la imagen real.
Un brillante inicio. Clooney habla a la cámara anunciando un futuro terrible de hambrunas, sequías, guerras y regímenes inestables. Una voz le corrige obligándole a empezar de nuevo. "Cuando era niño el futuro era diferente", dice ahora. Y saltamos a 1964. Un maravillado niño prodigio llega a la Feria Mundial de Nueva York cargado con una máquina voladora de su invención. Allí conoce a una misteriosa niña que le abre las puertas de una Ciudad del Futuro en el que una mayor inteligencia evitará las guerras y los avances tecno-científicos solucionarán todos los problemas de la humanidad. No se olvide que esta producción Disney está realizada a partir de una de las más populares atracciones de la Disneylandia inaugurada por el propio Walt en 1955 -La Tierra del Futuro o Tomorrowland, una visión entusiásticamente optimista de la ciencia- y de las atracciones pacifistas y futuristas Es un mundo pequeño y Carrusel del progreso que Disney creó para la Feria Mundial de Nueva York de 1964. Se detiene el recuerdo. Otra vez Clooney ante la cámara: "…Y luego todo se fue a la basura". Es entonces cuando realmente empieza esta hermosa, optimista e inteligente película. Su mayor mérito es unir estos tres calificativos que en el último cine raramente coinciden.
Han pasado muchos años. El niño prodigio es un adulto escéptico que vive recluido para evitar el catastrófico presente en el que se ha convertido el prometedor futuro. En ese mismo mundo que sólo parece poder ir a peor una adolescente se pregunta por qué, si todo está tan mal como todos dicen y estará aún peor si se cumple lo que todos anuncian, nadie hace nada por impedirlo. Un pin mágico (que resultará proceder -no hay casualidades- de la Feria Mundial de 1964) cambiará su vida, sobre todo cuando se una al amargado Clooney en una aventura que les conducirá a la verdadera Tierra del Futuro diseñada a lo largo de los siglos por una sociedad secreta integrada por Eiffel, Verne y Edison entre otros artistas, ingenieros y científicos que hicieron realidad sus sueños.
Proyectos del propio Disney, leyendas urbanas sobre el genio de la animación y revolucionario del entretenimiento y el talento de los guionistas Damon Lindelof (Lost, Crossing Jordan, The Leflovers), Jeff Jensen (autor de la novela Antes de Tomorrowland, precuela de esta película) y del propio Brad Bird han trenzado una historia que habría emocionado a Disney por dar vida a su optimismo científico plasmado en sus mundos del futuro. La película se ve como si el espectador fuera un niño de principios de los años 60 que soñara con un futuro ideal después de haber visitado el Tomorrowland de Disneylandia. Una solitaria y por eso más valiosa denuncia de las distopías (pronosticar futuros terribles acarrea el mal de las profecías autocumplidas, las predicciones que son la causa de que se haga realidad lo que anuncian) y un hasta emocionante elogio de las utopías (el mejor futuro se construye soñando y después luchando para convertir ese sueño en realidad). Éste es el mensaje -a veces excesivamente verbalizado- de una película que, hay que repetirlo, además de buen cine y espectaculares imágenes, ofrece optimismo e inteligencia.
Tal vez no se haya hecho ninguna película tan disneyana desde la muerte de Walt Disney, que hasta el último momento trabajó en el diseño -que su muerte impidió hacerse realidad- de una verdadera ciudad del futuro que se llamaría La Comunidad Prototipo Experimental del Mañana o Epcot. Hay que recordar también a Spielberg y Lucas -directamente citados, al igual que Disney- sin cuyas aportaciones al espectáculo de fantasía de esta película hubiera sido imposible. El único reparo que le puedo poner no es imputable a ella, sino a mí: no ser un niño para disfrutarla del todo.
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