'El inventor' de Miguel Bonnefoy: El placer de la mentira
DE LIBROS
'El inventor' (Libros del asteroide), del francés Miguel Bonnefoy, novela la vida de Augustin Mouchot, pionero de la energía solar
La ficha
'El inventor'. Miguel Bonnefoy. Traducción de Regina López Muñoz. Libros del Asteroide. Barcelona, 2023. 163 páginas. 17,95 euros.
Augustin Mouchot es uno de esos personajes fascinantes que poblaron un siglo marcado por la utopía y la técnica, una época capaz de parir a la vez el marxismo y el Segundo Imperio, el ferrocarril y los falansterios. Hechos a la medida de un progreso desatado, los sueños del XIX son tan increíbles y originales como las pesadillas del XX. Traían consigo esa forma de ver el mundo que llamamos modernidad y todavía tenían un poso de lejana religiosidad primitiva que, contra el dogmatismo institucional, alimentaba en ellos la igualdad y la justicia. Los inventores creían más que nadie en el hombre. Las máquinas nos ahorrarían el dolor, el sufrimiento, el esfuerzo innecesario, y nos regalarían tiempo para ser libres. Aunque el tiempo precisamente haya demostrado más bien lo contrario, todavía nos conmueven esos ideales, todavía estaríamos dispuestos a luchar por ellos, y nos emociona oír los relatos de esa época de fe en la humanidad. El inventor de Miguel Bonnefoy es eso, un relato emocionante sobre el primer hombre que consiguió atrapar y aprovechar la energía solar.
Miguel Bonnefoy (París, 1986) es un escritor francés que, desde 2013, ha recogido algunos de los premios más prestigiosos de las letras galas, como el Fénéon por Le voyage d’Octavio (2015) o el Renaissance por Sucre noir (2017), y se ha posicionado firmemente en otros como el Fémina o el Goncourt. Sus primeros libros han aparecido en español, traducidos por Amelia Hernández, en la editorial Armaenia: El viaje de Octavio, Azúcar negra y Herencia. El inventor, sin embargo, aparece de la mano de Libros del Asteroide, en magnífica traducción de Regina López Muñoz. Hijo de venezolana y chileno, en Miguel Bonnefoy se da una interesante mezcla de espíritus que alivia y renueva las dos tradiciones que marcan su prosa: la francesa y la caribeña. Puede resultar tópico decirlo –está un poco trillado el mestizaje literario–, pero es cierto y hay que señalarlo… La frase clásica y ordenada del correcto escritor francés se enreda en la rocalla del caribeño. Resuena la densa literatura del Caribe (el cubano Alejo Carpentier y el venezolano Rómulo Gallegos sobre todo) bajo las frías bóvedas del Panteón, y la verdad es que resuena maravillosamente bien.
El inventor es la biografía legendaria del pionero Augustin Mouchot, que sobrevivió de milagro a una dura infancia en la miserable cerrajería familiar, llegó a presentar su máquina solar ante el emperador Napoleón III y viajó en busca de la luz a las montañas de Argelia. Se conservan pocos datos de su vida; Bonnefoy ha rescatado muchos y en base a ellos ha construido una ficción que nos presenta a un humilde profesor de matemáticas de provincias empeñado a liberar al mundo de la dependencia del carbón, entonces en boga, gallina de los huevos de oro de Francia, Bélgica o Alemania. Cautivado por la luz del sol, imagina que con su energía, que se desperdicia alegremente en la atmósfera, podría llegar a activar incluso una máquina de vapor. Sus primeras experiencias lo llevan a la frustración, pero, poco a poco, y gracias a la providencial casualidad que con frecuencia asiste a los descubridores, consigue poner en marcha un concentrador parabólico lo suficientemente potente como para fabricar, gracias al calor solar, un bloque de hielo.
La guerra franco-prusiana, la Comuna, la pobreza no lo desalientan, y hasta consigue el reconocimiento científico, académico y militar, con su correspondiente consagración en la Exposición Universal de 1878, de la que se conservan grabados que hoy nos impresionan. El imperio, la guerra, la república y todos los episodios de aquel tiempo fabuloso se mezclan con la leyenda de una vida dedicada exclusivamente a ese invento obsesivo, a esa lucha increíble con el sol y con el mundo. Una de las virtudes del libro consiste en dejar ver a través de la fábula la historia y la vida de personajes reales, muchos de ellos tan famosos como el propio emperador. Los personajes reales en una novela son como un mueble de la infancia que desentona en nuestra habitación de adultos, y del que no podemos desprendernos con facilidad. Hay algo en esos hombres y mujeres que nos resulta tan violentamente familiar y lejano que nos expulsa de la narración. Sobre este raro efecto advirtió el también novelista Julien Gracq en su ensayo sobre escritura Leyendo escribiendo.
Bonnefoy ha conjurado esa irrealidad por exceso de realidad con un truco caribeño, muy Carpentier, que hace lo mismo con Vivaldi en su Concierto barroco. Todo es tan abundante, tan irreal, tan flagrantemente legendario que lo maravilloso se vuelve convincente. Siempre hay algo sospechoso en la historia novelada; es un género que pone nervioso a cualquiera porque aspira siempre a sobreponerse a la imaginación de lector, que no hace otra cosa que intentar pasar un buen rato. Esa pretensión de verdad del personaje real en escena es irritante, y necesita mucha mentira para hacerse creíble. Bonnefoy lo consigue en El inventor.
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