La izquierda humanista
Galería de retratos. Tras su reciente libro de conversaciones, el escritor y periodista Jean Daniel publica una colección de semblanzas en las que recuerda a los personajes más influyentes de su trayectoria y ofrece una mirada a una izquierda con rigor intelectual que cuestionaba sus valores
Los míos. Jean Daniel. Prefacio Milan Kundera. Trad. María Cordón Vergara y Malika Embarek López. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2012. 304 páginas. 22 euros.
Se repite a menudo y no sin razón que los intelectuales franceses no han recuperado la influencia que llegaron a tener hasta la década de los setenta o poco más allá, cuando aún mantenían un peso decisivo tanto en lo que se refiere a las ideas sobre arte y literatura como en el plano de la filosofía, el pensamiento o la política. Esta concepción sacerdotal de la cultura, propia del siglo XX, nos resulta cada vez más ajena, pero en nuestro tiempo globalizado todavía sobreviven algunas de las personas o instituciones que durante décadas actuaron como poderes o contrapoderes del mundo anterior a la era de internet, en el que los santones de la intelectualidad conservaban su ascendiente. Es el caso del nonagenario escritor y periodista Jean Daniel, que casi medio siglo después de haber cofundado Le Nouvel Observateur, en 1964, sigue al frente del prestigioso semanario socialdemócrata y escribiendo libros que en los últimos tiempos han sido publicados en España por Galaxia Gutenberg: el ensayo Camus. A contracorriente (2008), el volumen de conversaciones Ese extraño que se me parece (2011) y ahora esta colección de semblanzas, Los míos, que de algún modo viene a complementar el contenido autobiográfico de su anterior entrega.
Nacido como el autor de El extranjero en la Argelia francesa, Daniel era un joven treintañero cuando Camus lo llamó por teléfono a la revista Calibán, que aquel dirigía, para que publicara un texto de su amigo Guilloux. Lo cuenta aquí y lo ha contado otras veces: el impacto fue inmediato y desde entonces se sintió estrechamente vinculado a un hombre del que sólo le separaría, como le ocurrió a otros integrantes de los círculos izquierdistas, el doliente pero firme rechazo de Camus a la causa de la independencia argelina. Antes se había unido a la Resistencia y combatió con las tropas del general Leclerc, pero fue su papel al frente de L'Obs -y en particular su implicación en los debates que impulsaron la descolonización- el que encumbró a Daniel como un referente internacional de primer orden, no tanto por sus principios, que fueron evolucionando al ritmo de las embestidas del siglo, como por la actitud comprometida e independiente con la que afrontó las polémicas en las que se vio envuelto.
Como señala Kundera en su prefacio, la identidad personal (además de francoargelino o pied-noir, Daniel es judío agnóstico), el deseo de cambiar la realidad ("un sueño de revolución", lo llama el autor checo) y la "identidad nacional como misterio", ligado también a la lengua, son los tres grandes temas que atraviesan estas semblanzas en las que Daniel evoca y rinde homenaje a los "seres que iluminaron [su] camino": cincuenta y dos hombres y mujeres (todos ya fallecidos) que corresponden a personajes ilustres, a los que se añaden unos pocos cuya relación con el escritor pertenece a un nivel más íntimo, como su madre ("Ella") o el joven amigo comunista ("Vicente") que murió en la guerra de España o el "teniente" con el que compartió hospital cuando fue herido mientras ejercía como corresponsal en Túnez. Los retratos son elogiosos o incluso hagiográficos, como reconoce Daniel, aunque contienen por igual coincidencias y desacuerdos. Escritores (Gide, Camus, Mauriac, Malraux, Senghor, Milosz o Solzhenitsyn), pensadores (Barthes, Sartre, Aron, Foucault, Derrida o Lévi-Strauss) y políticos (Churchill, De Gaulle, Mendès France o Miterrand) son las tres principales categorías representadas en la colección, que tiene algo también de testamento literario.
Dejando aparte su poco afortunado título, que Daniel califica de "ambicioso" pero sugiere un carácter familiar o partidario que no se corresponde con el contenido, Los míos ofrece una interesantísima galería de retratos que llenan, es verdad, una época, la moderna edad de los intelectuales que empezó con el siglo pero vivió su máximo esplendor en la segunda posguerra mundial. El hecho de que muchos de ellos se equivocaran de manera contumaz o no alcanzaran ni de lejos -lo señala Kundera- a prever los debates que ocuparían a las generaciones futuras, no "debilita su pensamiento" ni deslegitima el valor, la convicción o la honestidad de unas actitudes que por otra parte no son patrimonio exclusivo de la izquierda. Como su amigo Carlos Fuentes, que si no aparece aquí junto a Paz y Semprún es porque aún vivía cuando el retratista amplió (para la edición española) la nómina de retratados, Daniel no ve contradicción entre la defensa de las posiciones progresistas y el trato con los poderosos, pero llamar exquisita a esta izquierda sólo por sus veleidades mundanas es ignorar que también lo es -o lo fue- por su rigor intelectual y su profundo bagaje humanista.
En ocasiones, Daniel parece un poco sobrado, demasiado consciente de su importancia o aquejado de ese mal típicamente francés -compartido por muchos de los personajes retratados- que lleva a quien lo padece a situarse por encima de los mortales y aun de la propia Historia. Le ocurría también a Claude Lanzmann, el no menos inteligente y longevo director de Les Temps Modernes, en sus por lo demás excelentes memorias, La liebre de la Patagonia (Seix Barral, 2011). En todo caso, aunque ambos comparten esa devoción extemporánea por la grandeur y se complacen en recalcar más de lo debido la alta opinión que tienen de sí mismos, no caben dudas sobre una capacidad profesional que está a años luz de la que se gasta ahora en los papeles. En este sentido, el recuento de Daniel invita a la melancolía, al tiempo que ofrece, en diversos terrenos, un puñado de lecciones a tener en cuenta. No la izquierda temerosa y adocenada que se encastilla en la consigna, sino la que cuestiona sus propios valores. No el periodismo que se limita a halagar los gustos del lector, sino el que lo hace pensar hasta la incomodidad. No el comentario aséptico, sino la glosa apasionada.
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