El legado del helenismo
Acantilado publica una hermosa colección de estampas narrativas en las que Pedro Olalla, a la manera de los 'Momentos estelares de la humanidad' de Zweig, recorre algunas de las sucesivas encarnaciones del espíritu griego a lo largo de la historia.
Historia menor de Grecia. Pedro Olalla. Acantilado. Barcelona, 2012. 384 páginas. 24 euros
No corren los mejores tiempos para las humanidades, los estudios clásicos y la transmisión de ese legado milenario que constituye el primer y más sólido fundamento de la civilización europea, pero la llamada de Grecia sigue convocando a las generaciones y es poco probable, pese a todo, que un día enmudezca para siempre. Nacido a mediados de los sesenta, el asturiano Pedro Olalla es un reconocido helenista que sintió esa llamada pero no se ha dedicado, o no exclusivamente, a la tarea universitaria, un raro ejemplo de humanista que combina la escritura, la investigación, la traducción, la fotografía y el cine. Afincado en Grecia desde 1994, Olalla ha publicado un extraordinario Atlas mitológico de Grecia (Akal), el ensayo Arcadia feliz. La seducción de un mito en la cultura de Occidente -aún inédito en castellano- o la serie documental Los lugares del mito, entre otros muchos trabajos literarios o audiovisuales destinados a divulgar, desde el rigor científico pero con acentos muy personales, la cultura griega y los valores asociados al helenismo. No por casualidad su voz también ha sonado, en artículos, entrevistas en la prensa o vídeos disponibles en internet, para denunciar el actual colapso que sufre su país de adopción y ofrecer un diagnóstico de la crisis -óiganse sus Palabras desde Atenas- muy alejado de los implacables recetarios al uso.
Pese a su título, este nuevo libro de Olalla no es tanto una Historia como una colección de estampas narrativas que recuerda, en más de un sentido, los Momentos estelares de la humanidad de Stefan Zweig, obra maravillosa -también en el catálogo de Acantilado- con la que esta comparte la intención literaria, el uso del presente histórico, el canto a los grandes valores del espíritu y "una mirada humanista" que defiende con ardor la civilización frente a la barbarie. Como señala en su prólogo el historiador Nikos Moschonas, Olalla se distancia del enfoque cronográfico y dinástico para describir "los momentos invisibles de la acción de los hombres, los momentos del drama personal o colectivo de los protagonistas o de los simples testigos de los hechos", con idea de retratar comportamientos, decisiones o motivaciones que conforman, más allá o por debajo de los grandes sucesos, el verdadero sustrato de la Historia. A este sustrato, como es fama, Unamuno lo llamó intrahistoria, pero ya Plutarco -en uno de los pasajes célebres de sus Vidas paralelas, recogido por Olalla al frente de la introducción- afirmaba que "no es en las acciones más ilustres donde se manifiesta la virtud o la vileza, sino que, muchas veces, algo breve, un dicho o una trivialidad, sirven mejor para mostrar la índole de los hombres que sangrientas batallas, nutridos ejércitos o asedios de ciudades".
No es que Olalla prescinda de los grandes personajes, que de hecho comparecen en bastantes momentos de su Historia, sino que aquellos son abordados de una forma distinta, entre otras cosas porque el autor no cree en los "seres ejemplares", sino en los "gestos aislados". Tampoco, nos dice, ha tratado de escribir una novela. El libro se presenta como una sucesión de relatos autónomos -titulados con nombres de ciudades o áreas geográficas seguidas de una fecha- que se cierran en cada caso con un breve repertorio de fuentes documentales, primarias o secundarias. Y lo que estos relatos, cuidadosamente concebidos y redactados, conforman, es un apasionante viaje a los orígenes, no sólo de Grecia o del territorio que se identifica con ese nombre, sino de lo que llamamos helenismo, que tampoco se reduce a la Antigüedad dado que llega -en el libro- hasta mediados del siglo XX. Más allá de su realidad histórica o geográfica, argumenta el autor, "Grecia, como ideal, es una patria espiritual eternamente joven", cuyas conquistas, que nacieron en el solar de la antigua Hélade pero pertenecen a la humanidad en su conjunto, deben defenderse todos los días.
El itinerario se abre con un conmovedor retrato de Homero cuando, hacia el 750 a.C., "presiente que el poema que se propone componer está llamado a sustentarse en la escritura en vez de en la memoria", y acaba, de modo elegantemente circular, con la evocación de una copa de barro descubierta por Giorgio Buchner en Ischia, la antigua Pitecusa, que podría ser contemporánea del aedo jonio y en la que el arqueólogo cree ver el más antiguo testimonio del alfabeto griego, unos versos que citan el nombre homérico de Néstor y aluden al deseo inspirado por Afrodita. Entre ambas estampas, decenas de episodios que proponen, como dice Moschonas, "una restauración de la historia griega" de la mano de una cultura que fecundó el mundo conocido y ha seguido viva de muy distintas formas, descritas en estas páginas de una manera física, introspectiva, concerniente. Por su excelente escritura, por su depurada erudición, por su doble propósito de fascinar y persuadir, Historia menor de Grecia es un libro excepcional y perfectamente accesible del que no es arriesgado afirmar que perdurará en el tiempo. Instruye, deleita, invita a la reflexión y anima a mantenerse en guardia.
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