Autobiografía de un exilio
El libro de las despedidas | Crítica
La nueva obra del bosnio Velibor Colic, 'El libro de las despedidas', continúa explorando la condición del exiliado con retazos de humor
La ficha
El libro de las despedidas. Velibor Colic. Traducción de Laura Salas Rodríguez. Periférica. 208 páginas. 19 euros
En realidad, El libro de las despedidas es un texto complementario al anterior y sarcástico Manual de exilio de Velibor Colic (Modrica, Bosnia-Herzegovina, 1964). Se dibujaba aquí el perfil del exiliado y del apátrida en treinta y cinco lecciones llenas de vitriolo y espíritu mordaz. Colic, desertor de la guerra de Bosnia, explicaba cómo fue haciéndose escritor en Francia, el país donde se instaló para intentar vencer el extravío, el dolor y el hambre. "Tengo que aprender lo más rápido posible el francés. Así mi dolor permanecerá siempre en mi lengua materna".
Lo que hacía peculiar su visión del exilio es el citado sarcasmo. De ahí esta suerte de autobiografía, itinerante y no poco picaresca, y que ahora, en El libro de las despedidas, se retoma como coda añadida, donde vuelve a asomar, desde un sesgo personal, el constructo de Europa a través de la inmigración. La condición del exiliado se refleja de nuevo en el espejo de los ausentes. "El exilio pocas veces es una cuestión de presencia. Es, casi siempre, una suma de sombras, la historia de una ausencia". Pasados los 41 años, uno deja de ser ambiguamente joven. El autor acepta que vive entre dos mundos y en versión doble. En la memoria habita en Bosnia; en la realidad vive en Francia. Igual que vive en la frontera inmadura de quien dejó la juventud sin entrar de lleno en la adultez más grave y cenicienta.
Colic vuelve a regalarnos trozos de su vida como exiliado, a la par que va trazando su idea, hasta cierto punto peregrina, de convertirse en un escritor importante en lengua francesa. El éxito de Los bosnios (véase texto aparte), lo catapultó como escritor reconocido en el pagado mundillo literario francés. Sus trabajos en una mediateca de Estrasburgo y en una empresa de mudanzas con otros trabajadores ex yugoslavos, darán paso al alumbramiento del escritor en ciernes, al que le saldrán encargos y bolos, mientras combina, para pasmo de su audiencia, sus historias sobre la atroz guerra de Bosnia y sus rocambolescas anécdotas como apátrida, lo que acaba moviendo a la risa. Asoma aquí una y otra vez el Colic mujeriego, pero obsesionado también por la gordura y el acopio de grasa en papada y barriga. El alcohol, con idas y venidas, interviene como recurrente neblina de trasfondo.
Los libros de Velibor Colic (Periférica ha publicado tres títulos en España de entre los diez que lleva publicados el autor en Francia), se dejan leer con esa mezcla de picaresca lírica, tristeza poco solemne y humorismo a menudo crudo o simplemente campanudo (los bosnios, en particular, prodigan un humor negro que la guerra no desmanteló). De ahí su estilo literario, deudor de lecturas y autores. "El texto que escribo a continuación es un Bildungsroman, una forma inestable y febril a caballo entre Georges Perec y Julio Cortázar, entre el pesimismo lúcido de John Fante y la tragicomedia eslava al estilo de Jaroslav Hasek". De ahí, también, esta "novela inventario, perdida y encontrada, vivida e imaginada en el espacio imposible que hay entre el no miento y el me acuerdo. Sólo hay una evidencia: la memoria es también Historia". La escritura a través del doblez de la lengua francesa y del croata se convierte en parte de la lucha irónica que es la propia vida del exiliado. Su frontera, dice Colic, es el francés, pero su acento es el exilio, por mucho que se sorprenda a sí mismo pensando: "Anda, si soy francés".
La Europa de los años noventa y la del cambio de siglo vio llegar la inmigración de muchos bosnios que huyeron de la guerra y la posguerra (sobre todo se instalaron en Alemania y Suecia). Eran peregrinos de un país perdido, devastado desde dentro. En parte la peripecia de Velibor Colic como ganapán recuerda a la de otros colegas del exilio bosnio. Muchos de ellos se emplearon también en trabajos y oficios peregrinos, como Teodor Ceric, que de no saber apenas nada de jardinería, se convirtió en experto jardinero, recalando en ciudades y conociendo, por puro azar, historias de personas y tesoros botánicos que le harán escribir esa joyita que es Jardines en tiempos de guerra. Como en el caso de Colic, el desarraigo se convierte al cabo en un espacio extraño, hecho con cimientos de fría distancia.
Con ‘Los bosnios’ empezó todo
El nombre de Velibor Colic pasó de ser el de una sombra exiliada, hambrienta y errante al de un escritor que, vencido el problema de la lengua, irá alcanzando su nombradía en las letras francesas. Todo vino tras la exitosa publicación Los bosnios, todo un aguafuerte, en forma de esquirlas, sobre la crudeza de la guerra de Bosnia. A ratos, como marca de la casa, el humor asoma para dar aire a una colección de breves relatos difícilmente olvidables. La ciudad natal de Colic, de ascendencia croata, no existe hoy (al menos como la recuerda la memoria administrativa de antaño). Modrica es el reflejo del actual mapa-puzle que divide Bosnia-Herzegovina en entidades políticas y cantones étnicos. Se halla dentro de la República Srpska de los serbobosnios, pero está encajada por el norte y el sur entre territorios de la Federación que conforman croatas y bosnios musulmanes (incluso se halla cerca del cantón y distrito independiente de Brcko). Los inmigrantes bosnios hicieron de la desaparición de su país un doble exilio: el extraño vacío sobre la nada.
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