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La maestra

'Mademoiselle. Conversaciones con Nadia Boulanger'. | Crítica

Nadia Boulanger (París, 1887-1979) / D. S.
Pablo J. Vayón

24 de marzo 2019 - 06:00

La ficha

'Mademoiselle. Conversaciones con Nadia Boulanger'. Bruno Monsaingeon. Trad. Javier Albiñana. Acantilado. Barcelona, 2018. 173 páginas. 14 euros

Nadia Boulanger nació en París en 1887, hija de un compositor de segunda fila y de una aristócrata rusa. A los 3 años se sentó por primera vez ante un piano y pronto la música se convirtió en la pasión y el motor de su vida. "Pienso en notas antes de pensar en palabras", confiesa en este volumen a Bruno Monsaingeon, quien tuvo ocasión de visitarla en 1967, cuando Boulanger era ya un auténtico mito de la música del siglo XX.

Mademoiselle - Monsaingeon

Y el caso no deja de ser singular, ya que Mademoiselle, como era conocida en los círculos que la frecuentaban, no fue compositora ni virtuosa de relieve. Desechó la primera opción cuando, muy joven, entendió que su música podía estar bien compuesta, pero era por completo inútil. Así que se consagró a la educación, y fue como profesora como marcó la música de su siglo. Su influencia en generaciones de compositores, europeos y americanos, no tiene parangón.

Monsaingeon presenta en forma de conversaciones algunas de las claves del pensamiento musical de Nadia Boulanger, mujer que entendió su papel casi como un sacerdocio, incluido el celibato. Poseedora de una memoria musical fuera de lo normal (a los 12 años se sabía entero El clave bien temperado de Bach), la base de su método pasaba por una disciplina draconiana y el cultivo del carácter individual de cada alumno ("cada cual debe orientar las propias actividades hacia el límite de aquello a lo que aspira"), que en el caso de los más dotados consiste sobre todo en "inducirlos a ser ellos mismos, procurar transmitirles un vocabulario y no bloquearlos".

Pero en la base de todo Boulanger colocaba unos principios éticos insoslayables no sólo para la música, sino para la vida: la pasión por lo que se hace, la curiosidad y el interés eran la fuente de sus convicciones morales ("toda persona que actúe sin sentir interés por lo que hace malogra su vida") y son ellas, más incluso que sus relaciones con los grandes maestros del siglo o el repertorio que hacía estudiar a sus alumnos, las protagonistas de este librito tan simple en su planteamiento como instructivo.

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