Noble presa política
Mi cárcel | Crítica
Renacimiento rescata las memorias de la duquesa de Medina Sidonia tras su paso por prisión, donde ingresó tras encabezar las protestas contra el gobierno de España y EEUU por el accidente nuclear de Palomares
El sobrenombre de la Duquesa roja lo acuñaron a medias un corresponsal de la agencia Reuters y un redactor de Efe, respondía Luisa Álvarez de Toledo y Maura (Estoril, 1936-Sanlúcar de Barrameda, 2008) cuando se le preguntaba por el origen de su apodo. La aristócrata captó la atención de los medios internacionales tras ser detenida por encabezar las protestas de campesinos y pescadores que sumaban a su pobreza endémica el olvido con el que la dictadura española y el Gobierno de Estados Unidos enterraron las consecuencias del accidente nuclear de Palomares, ocurrido el 17 de enero de 1966. Un año después, la prensa olvidó el suceso, las compensaciones económicas no llegaban y Luisa Isabel no dudó en responder a la petición de ayuda solicitada por los vecinos de este pueblo de Almería.
–¿Esa quién es?, preguntó el periodista americano.
–"¡Ésa… ésa es una roja!", sentenció el plumilla español.
Así se plasmó en un titular que se replicó en televisiones y periódicos internacionales interesados en la figura de esta noble y activista en la España de Franco. Desde entonces, en uno de esos ejercicios periodísticos que tienen tanto de economía del lenguaje como de desidia y falta de originalidad, a la vigesimoprimera Duquesa de Medina Sidonia y tres veces Grande de España se le ha conocido con este sobrenombre, la Duquesa roja, que con frecuencia ha emborronado el compromiso vital e intelectual de una mujer pionera en muchas facetas, como la de ser una de las primeras en denunciar la falta de derechos en las prisiones del franquismo.
Sentenciada a un año de encierro, rebajados finalmente a ocho meses, y una multa de mil pesetas, Luisa Isabel, ya por entonces madre de tres hijos, cumplió condena en las cárceles de mujeres de Ventas y de Alcalá de Henares. Y ello pese a que "según la voz pública, por nacimiento pertenezco a una clase que cuando comete una falta, no suele recibir castigo público". Así lo dejó escrito en una serie de artículos publicados entre 1968 y 1970, a su salida de la cárcel, para la revista Sábado Gráfico que, traducidos al inglés y compilados bajo el título My prison (1972), se convirtieron en todo un éxito editorial en Estados Unidos, un libro que sirvió además como nuevo testimonio al mundo de la pervivencia al sur de la Europa democrática de un régimen contra las libertades y derechos de sus ciudadanos.
Ahora, en un ejemplo más de su empeño por recuperar la obra de grandes autoras orilladas por la Historia y las etiquetas, la editorial sevillana Renacimiento rescata este título –Mi cárcel–, en la edición de Soledad Fox Maura, doctora en Literatura Comparada por la Universidad de la ciudad de Nueva York, especialista en la historia y la literatura de la guerra civil española, el exilio republicano y a la sazón sobrina de la protagonista de estas páginas en un ejercicio de justicia con una mujer que se dedicó a buscar la libertad intelectual y personal a cualquier precio. Y siempre al margen de las manoseadas categorías. "Quizás la historiografía feminista y de izquierdas la haya marginalizado por su alta posición social, demasiado título para ser una heroína de la izquierda", reflexiona Fox Maura en el prólogo que firma.
Criada en el antifranquismo monárquico, hija única, intelectual, autodidacta, "no tenía ningún interés por los bienes materiales", su historia "obedece a una coherencia interna de una serie de valores que son muy importantes para ella", glosa Fox Maura. De ahí que las memorias de Mi cárcel no sean tanto un reflejo de los sentimientos de soledad, ira o desconsuelo propios de la privación de libertad –legítimos y tantas veces apreciados en otros diarios carcelarios– como las de un registro de lo que ocurría dentro así como de las dolorosas circunstancias sociales y familiares que habían llevado a sus compañeras hasta prisión. Asistimos, al cabo, a un ensayo entregado a la tarea de denunciar un sistema carcelario arbitrario, en absoluta connivencia con el poder religioso y la corrupción funcionarial y muy lejos, se insiste, de cumplir la función social de reinserción de sus internas.
Lo subraya especialmente a propósito de aquellas reclusas sentenciadas por delitos de prostitución. "La persecución a la que se ven sometidas las incapacita absolutamente para cualquier trabajo honesto, reflejándose el daño que reciben las madres en los hijos, abandonados en manos ajenas por periodos regulares, sin medios para subsistir. Cuando para estas mujeres llega el final de su vida, por enfermedad o por vejez, buscarán la cárcel como refugio, pues no les habrán dado la oportunidad de garantizarse el futuro".
La cárcel que vivió Luisa Isabel, en la que se entregó a las tareas de alfabetización, era un lugar tétrico en el que se convivía con un frío glacial, colonias de ratas y rancho putrefacto; y en el que sólo las presas capaces de tratar con argumentos a la autoridad, gracias al conocimiento del reglamento y al contacto con sus abogados, influencias y familiares, caso de las presas políticas como ella, podían hacer cambiar ligeramente las cosas en el contexto de un sistema sin vocación de mejora. "¡Y ésta es la prisión modelo de mujeres donde se rumorea que se sigue el nuevo Plan!", ironizó.
Al fin, a la denuncia de este sistema carcelario perverso, entre otras nobles tareas como el cuidado del monumental archivo de la Fundación Medina Sidonia, dedicó su tiempo una mujer atrabiliaria sobre la que pesan también episodios oscuros y una mirada polémica –cuando no conspiranoica–, sobre todo en sus últimos años, sobre ciertos pasajes y personajes de la Historia.
También te puede interesar
Lo último