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El hombre que fue Torre

El orden del azar | Crítica

Domingo Ródenas reconstruye la trayectoria del gran editor, ensayista y crítico madrileño en una biografía narrativa que analiza por lo menudo su relación con los Borges

Guillermo de Torre y Borges en Adrogué, 1929.
Ignacio F. Garmendia

24 de septiembre 2023 - 06:00

La ficha

El orden del azar. Domingo Ródenas de Moya. Anagrama. Barcelona, 2023. 600 páginas. 29,90 euros

Recordado hoy por su único poemario, Hélices (1923), que destaca entre los más audaces y representativos de la aventura ultraísta, y sobre todo como temprano autor de un libro sorprendentemente informado, Literaturas europeas de vanguardia (1925), donde cartografió el mapa continental de los ismos en el momento mismo de su eclosión, Guillermo de Torre tuvo después de esos hitos, precoces obras de un joven entusiasta, nacido con el siglo, una larga y fecunda trayectoria intelectual que suele ser orillada frente a su notorio protagonismo de la primera mitad de los años veinte. Aunque no pocas veces interpretado en la clave paródica que ya le aplicó Cansinos, en su desmitificadora novela El movimiento VP, el papel del "Poeta Más Joven" en aquellos años inaugurales es bien conocido, no tanto su activo itinerario posterior en Buenos Aires, Madrid o París, ciudades que señalan las etapas previas a su definitiva residencia en Argentina. Algo contó él mismo en un proyecto de libro, Tan pronto ayer, que no pasó de borrador y fue recuperado –con otros textos más o menos memorialísticos– por Pablo Rojas en Renacimiento (2019). Poco comparado con todo lo que Domingo Ródenas, gran conocedor de la Edad de Plata, la prosa vanguardista y la obra de Guillermo de Torre –de quien ya editó una antología, De la aventura al orden (Fundación Santander, 2013), donde reunía parte de su producción ensayística, y también el citado libro de poemas (Cátedra, 2021)– ofrece en esta rigurosa y estimulante aproximación a su figura.

El trabajo de Ródenas incorpora el resultado de pesquisas a lo largo de una década

Fruto de una familiaridad no sólo bibliográfica con el periodo, pues su trabajo incorpora el resultado de pesquisas y entrevistas a lo largo de una década, en la que ha podido consultar la correspondencia y el archivo familiar, El orden del azar traza un exhaustivo recorrido que arroja luz sobre la obra y la incansable actividad del escritor y estudioso, pero también, lo que es más infrecuente, sobre el hombre que fue Torre y muy en particular, como avanza el subtítulo, sobre su estrecha relación con los Borges. Después de casarse con la hermana artista, Norah, el madrileño convivió de modo habitual, aunque nunca habían congeniado, con el hermano escritor, Georgie, hasta el punto de que residieron durante varios años en la misma casa. Y es en buena medida la historia conjunta o confrontada de los dos autores, secuenciada en una estructura discontinua que rompe la linealidad –empieza con el funeral de Guillermo, en 1971– y alterna los capítulos referidos a los años españoles y americanos, lo que nos cuenta Ródenas, recreando evoluciones muy distintas pero siempre entrelazadas.

A la discrepancia estética, se añadió una soterrada rivalidad entre los cuñados

A la discrepancia estética, más abierta a medida que el antaño compañero de fervor ultraísta –se habían conocido en el Madrid de 1920, con ocasión de la mítica estancia de los hermanos en España– se distanciaba del porvenirismo, se añadió una soterrada rivalidad que derivó en sensación de derrota cuando el genio del argentino, tardíamente celebrado, acabó por opacar la figura de su cuñado. Si Torre, molesto por la defección de su antiguo correligionario, deja constancia del "reaccionarismo hediondo" de Borges, este se burla de las ideas (deformadas) del apologista de la innovación –además de citar desdenes explícitos, Ródenas detecta olvidos o alusiones despectivas en textos varios– y la paradoja estriba en que mientras el autor de El Aleph pasó a ser un escritor venerado por la posmodernidad, después de que lo descubrieran los franceses, su secreto y menguado antagonista, el veterano teórico de avanzadilla, aunque también en parte reconocido, se fue convirtiendo en un hombre del tiempo viejo. Es probable que le consolara no haber perdido nunca, incluso después de muerto, el amor de Norah.

La fuerza de una literatura no sólo tiene que ver con el talento de sus creadores

La magna obra de juventud sobre las vanguardias europeas –cuya cristalización definitiva, en realidad un libro nuevo, data de 1965– sigue siendo un monumento, a la vez estudio y testimonio inmediato, pero Ródenas va más allá al defender la labor de Guillermo de Torre como editor de amplísimas miras, como mediador entre los ecosistemas literarios de España e Hispanoamérica, como intelectual de ideas ilustradas, capaces de trascender las barreras del nacionalismo. Su biografía, que tampoco pasa por alto el relevante papel desempeñado en La Gaceta Literaria de Giménez Caballero y otras iniciativas de anteguerra, tiene además la virtud de abordar la vida cultural argentina en los años dorados de la revista Sur, de la que Torre fue primer secretario, el modo en que se vería enriquecida por los exiliados republicanos, a los que ayudó, y la decisiva impronta del madrileño en proyectos tan importantes como la colección Austral y la editorial Losada, de enorme influencia en todo el mundo hispánico. La fuerza y la vitalidad de una literatura, en fin, no sólo tienen que ver con el talento de sus creadores.

Norah Borges y Guillermo en 1928.

Lucidez y grandeza

Como los de otros autores mayores, los devotos de Borges tendemos a ver a los personajes que rodearon al escritor a lo largo de su vida como figurantes, entre otras razones porque él mismo –expresamente o a través de Bioy, en las profusas anotaciones donde este último registraba sus conversaciones privadas– dejó retratos ácidos o denigratorios de muchos de ellos. Pero a despecho de sus exaltaciones juveniles, compatibles con una curiosidad y una capacidad de evaluación y rastreo verdaderamente formidables, Guillermo de Torre no fue o no fue sólo el crédulo filoneísta de los inicios. Y en su decisión de abandonar la creación para dedicarse a la literatura de otra manera hay una lucidez y una grandeza que no encontramos en los autores inconscientemente mediocres. La justa reivindicación de Ródenas trasluce una cierta antipatía hacia Borges, no porque rebaje su estatura como escritor, que ni lo pretende ni sería posible, sino porque hace notar su bien documentado hábito de la maledicencia y la arbitrariedad, innegable, de sus juicios críticos, sumados a comportamientos que podrían calificarse como mezquinos. En la valoración de los pioneros del Ultra, sin embargo, ha pesado más la nada generosa actitud de los poetas del 27 respecto de sus inmediatos predecesores.

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