Los fantasmas de Von Trier
Salir al cine
El lunes 29 llega a Cicus-Filmoteca la polémica y transgresora ‘Anticristo’, particular y siniestra sublimación estética de los miedos del controvertido cineasta danés.
Fue el hijo pródigo del cine europeo a comienzos de los 90 (Europa), se reinventó de la mano de sus colegas daneses y la imagen digital con el Dogma 95 (Los idiotas, El jefe de todo esto), conquistó los grandes festivales (Rompiendo las olas, Bailar en la oscuridad) y fue objeto de la mejor parodia imaginable por Muchachada Nui hasta que Cannes lo nombró ‘persona non grata’ tras la enésima provocación (antisemita, hasta ahí podríamos llegar). Apartado de la escena pública y en pleno combate con sus depresiones, adicciones y, más recientemente, el diagnóstico del Parkinson, Lars Von Trier (Copenhague, 1956) ha sufrido el clásico abandono de la crítica y la cinefilia que un día lo auparon, mientras sigue trabajando en la continuación de su serie de televisión The Kingdom (Exodus).
El completo ciclo que le dedica Cicus-Filmoteca desde hace varias semanas pone en perspectiva este recorrido para llegar este lunes 29 (19h.) a la que es una de sus películas más fascinantes, Anticristo (2008), envuelta ya desde su presentación en Cannes en una polémica tan artificial como tal vez buscada.
Dice Von Trier que su película nació de un profundo proceso de depresión y de sus miedos más profundos. En efecto, Anticristo viene a encarnar los temores más recónditos del hombre en un alegórico imaginario de origen siniestro que formaliza la pesadilla diurna a través de una iconografía del horror que toma prestados elementos procedentes de la literatura (la Biblia, Sade, Freud y Nietzsche, por supuesto), el teatro (Artaud, Strindberg) o el propio cine, de la topografía del género de terror (el bosque, la casa, la amenaza exterior), al Bergman de la descomposición de la pareja o el Tarkovski más atmosférico como referentes más directos o explícitos.
Tras un espléndido prólogo en blanco y negro que nos da cuenta de la muerte accidental del hijo mientras los padres realizan el acto sexual, fascinante en su condensación narrativa y desbordamiento visual, Anticristo nos adentra en el tortuoso proceso de una terapia familiar (con tintes de exorcismo) destinada a espantar (sin éxito) el dolor de una madre (Charlotte Gaingsbourg, nueva heroína sacrificial en el universo femenino de Von Trier) inmersa en la fase del duelo.
Si en ese primer acto nos situamos ante un ejercicio de depuración de espacios y cercanía de la cámara que apunta hacia la abstracción antinaturalista del relato, el segundo, tercero y cuarto nos trasladan ya de pleno a ese bosque (Edén) amenazante (la Naturaleza como origen del Mal) en el que se desatan las furias histéricas de lo femenino como respuesta salvaje y violenta al vacío conciliador del logos racional, encarnado en la inerte palabra terapéutica del marido psicólogo que interpreta un entregado y generoso Willem Dafoe.
Von Trier articula así la dialéctica de su alegoría sobre la animalidad de la condición humana, el origen de la culpabilidad de la fe cristiana y el pecado original expuestos a situaciones límite. Y lo hace en una progresión de excesos y transgresiones que combinan la ironía (el zorro que anuncia el “reinado del caos”) y lo explícito en una sucesión de escenas extremas (el aplastamiento de los genitales masculinos, la perforación de una pierna, la masturbación del marido inconsciente, la ablación…) en las que se materializa, literalmente, ese esencial pulso entre Eros y Tánatos que preside todo el discurso de Anticristo.
Más allá de sus excesos y de los tabúes explícitos, el filme se impone como ejercicio de expiación que materializa en imágenes de insólita belleza plástica aquello que no puede ser dicho o representado. La dimensión transgresora, arcana, onírica y fantasmal de sus imágenes asume las texturas de una pesadilla encarnada que, en todo caso, no deja de ser una representación catártica para espantar, con una alta dosis de ironía autoconsciente, los muchos fantasmas del cineasta.
Realidades contra el fetichismo y la nostalgia
Es posible que muchos de los que lamentaron el cierre del cine Cervantes y ahora se congratulan y autofelicitan por la posible reapertura (habrá que ver cuándo y cómo), no se hayan acercado nunca a las remozadas salas de Cinesur Nervión MK2 para ver algunas de esas reposiciones de cine clásico que, como las que ahora están en cartelera, permiten la añorada experiencia de la pantalla grande como vínculo casi sagrado con las imágenes y sonidos cinematográficos del pasado o los destellos del cine popular más reciente.
El ciclo MK2 Classic proyectaba el pasado martes la fundacional Los 400 golpes de Truffaut, pero aún le quedan por delante en semanas próximas Los caballeros las prefieren rubias (30 mayo) y La fiera de mi niña (6 junio), ambas de Hawks, La ley del silencio (13 junio) de Kazan, la mítica Ciudadano Kane (20 junio) de Welles y Ocho y medio de Fellini (27 junio), todas ellas en flamantes copias restauradas y en obligada versión original subtitulada.
No habrá cortinas de terciopelo ni lámpara colgante, pero la programación, la calidad de las proyecciones, la temperatura de la sala, el tamaño de la pantalla y la confortabilidad de los asientos suman a favor y a prueba de excusas. Y desde otoño les ponen hasta el tranvía en la puerta. Tampoco hace falta vivir en Madrid o Barcelona para poder recuperar cine más reciente de eminente carácter popular y vocación de género. En las mismas salas pueden ver estos días Déjame salir de Peele (hoy), el anime El tiempo contigo de Shinkai, (1 junio), Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón de Almodóvar (8 junio), La muerte os sienta tan bien de Zemeckis (15 junio), Repo man de Cox (22 junio) y Aliens: el regreso de Cameron (29 junio). Luego no digan que no se habían enterado.
El estreno de la semana: ‘Extraña forma de vida’
Segundo corto de Almodóvar rodado en inglés tras La voz humana y su primera e inesperada incursión en el western, Extraña forma de vida toma el título prestado a un fado de Amalia Rodrigues para recuperar retazos de aquel proyecto truncado de dirigir Brokeback mountain en Hollywood y narrar en el desierto de Tabernas una intensa historia de amor homosexual en los contornos de una mitología tan icónica como vetada para el romance explícito entre hombres. Aparentemente más cerca de Ray que de Ford, el manchego libera a Ethan Hawke y Pedro Pascal en vestuario vintage Saint Laurent para un viaje por las pasiones y la memoria del fuego del pasado. Alberto Iglesias hace el resto.
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