Visto y Oído
Emperatriz
Salvador Gutiérrez Solís. Escritor
El cordobés Salvador Gutiérrez Solís publicó a finales de 2016 Los amantes anónimos, un estupendo thriller al que no acompañó la fortuna: la editorial que lo publicaba entró en quiebra y aquella historia protagonizada por la inspectora Carmen Puerto apenas pudo llegar a las librerías. Tras el éxito de El lenguaje de las mareas, otro caso que desentrañaba el mismo personaje, el autor recupera aquella obra, que ve la luz ahora en el sello Almuzara. Una intriga que empieza con la aparición de un pie, una mano y un corazón semicongelados en tres ciudades –Madrid, Barcelona y Sevilla– y en la que el narrador exhibe de nuevo ese pulso que ha cautivado a los lectores.
–Carmen Puerto ya protagonizaba El lenguaje de las mareas, pero aquí se entiende el porqué de su amor por el personaje. Una inspectora que fuma marihuana desnuda, que vive recluida en su piso y resuelve los casos desde ahí... es un bombón para un autor, todo un hallazgo.
–La literatura te permite un desdoblamiento muy curioso por el que te conviertes en otras personas. Cuando los escritores decimos que nos cuesta desprendernos de algunos personajes es cierto, porque la convivencia con ellos ha sido muy intensa. Y cuando llega una protagonista que se te agarra por dentro resulta muy difícil hacerle la maleta. A mí me ocurrió con el cocinero de El escalador congelado, y con Carmen Puerto.
–En la nota final dice que no sabe cómo definir este texto, que no sería correcto referirse a él como una nueva versión de esos amantes anónimos de 2016...
–No me gusta la palabra reedición porque parece que hemos cogido las galeradas de la primera impresión y hemos dicho: Hala, a sacar ejemplares. Y no es lo que hemos hecho. No sé si el término correcto sería variación. El sistema editorial es muy cruel: aunque la novela no tuvo recorrido, aunque sólo se distribuyeron unos ejemplares y no llegara a la prensa, se consideraba un libro publicado anteriormente. La buena acogida de El lenguaje de las mareas, donde recuperé a Carmen Puerto, permitió que Almuzara apostara por Los amantes anónimos, y ante esa oportunidad me negaba a dar de nuevo lo que ya había dado. Por ejemplo, he querido encajar algunas historias que asomaban por El lenguaje de las mareas y que se cerrarán en la novela que estoy escribiendo.
–Entre otros temas, el libro explora esas fantasías sexuales que no reconocemos a los demás.
–Lo que me fascina de la novela negra es que hay una trama, unos asesinatos, una intriga, que son como un cebo o un anzuelo, y a partir de ahí puedes hablar de muchas cosas. Este libro trata de la soledad, de cómo los medios de comunicación cuentan los crímenes, y del sexo, sí, en los tiempos del Tinder. A mí me fascina que haya gente que reconozca usarlo. La mayoría lleva, llevamos este tema en secreto, cuando el sexo es un elemento de liberación, de poder, de transgresión, y por él podemos llegar a hacer muchas cosas. Yo quería mostrar lo que se mueve en Tinder, en páginas de contactos, en webs de sexo explícito, que son más frecuentes de lo que queremos creer. Si uno ve las visitas de las páginas porno se queda asombrado: multiplican por miles las cifras de cualquier medio de comunicación.
–Cuando hablan de una de las víctimas, Verónica, unos y otros la cuestionan: es una mujer libre, y eso se ve como una amenaza.
–Nos cuesta asumir todo lo que escapa de la tradición, sólo hay que ver el escándalo que se ha montado por la portada de un suplemento dominical [El País] en el que aparecían dos chicos besándose. Y cuando la que se sale de lo habitual es la mujer nos escandalizamos más: el concepto de una mujer libre no nos parece normal. No entendemos tampoco que una pareja pruebe otras experiencias, como sucede en el libro, y lo juzgamos vicioso, sucio, degenerado. Pero la verdad es que todos, de puertas adentro, fantaseamos con probar algún día una historia de este tipo.
–El caso arranca el día de la abdicación de Juan Carlos I. ¿Por qué eligió esta fecha?
–Ese es uno de los detalles que más ha cambiado en esta versión. En la primera, la novela era más política, y Carmen Puerto estaba presente en varios chats y se pronunciaba sobre la República, la monarquía... Leyendo por segunda vez el libro me di cuenta de que esos pasajes, tal vez, le quitaban fuerza a la historia y a lo que quería contar. Eliminé esos fragmentos pero dejé esa ubicación temporal, eso de que un caso así compitiera nada menos que con la abdicación de un Rey.
–¿Contó con el asesoramiento de la Policía para estas ficciones?
–Hablé mucho con un amigo que es inspector de policía, porque los escritores tenemos una lupa enorme cuando escribimos novelas negras. Una serie o una película con todo un equipo de guionistas puede inventarse el mayor disparate en lo que se refiere a procedimientos policiales, y sin embargo a los escritores se nos exige que dominemos el tema. Esa idea de que los agentes van a casa del sospechoso a tomar café no es cierta, por ejemplo, lo suelen citar en comisaría... Lo que sí he aprendido es que los delitos que implican violencia te hablan de cómo es una sociedad. En España es muy llamativo cómo la violencia se ceba con las mujeres. Cada vez que una chica joven desaparece, por desgracia, pensamos que la van a encontrar muerta, y esa intuición no la albergamos con los hombres.
–"Putas series americanas, son una escuela de tarados", maldice otro de los personajes, Julia. Tantas ficciones de psicópatas, tanto true crime... ¿nos afectan?
–Llevamos viendo violencia en la pantalla desde hace mucho, pero a veces albergo dudas sobre si esa familiaridad que tenemos con ella es buena. Eso nos devuelve al tema del sexo: un desnudo puede subir una calificación, pero no medimos con el mismo rasero las escenas de sangre o disparos. Eso tendríamos que mirárnoslo.
–El escritor Eduardo Cruz Acillona se quejaba en una reseña de que usted, muy dado a asombrar a los lectores en su carrera, iba a dejar de sorprender por haber dado con un personaje tan potente como Carmen Puerto...
–A mí, lo que más me apasiona de la literatura, siempre lo diré, es la gente buenísima que he conocido, muchos de esos colegas son amigos íntimos. Y después, valoro las posibilidades que te da esto para aprender, evolucionar, intentar cosas diferentes. Yo he hecho novelas que calificaron de experimentales, con un solo punto al final, o una trilogía metaliteraria con el novelista malaleche... Yo no creo en los géneros, creo en la literatura. Ahora ando en la novela negra, pero es una novela negra híbrida, aquí no está el detective borrachuzo que se dedica a resolver un caso y no tiene visión del mundo; aquí está el mundo. Yo voy a seguir experimentando y afrontando nuevos retos. Espero ofrecer otras caras de Salvador Gutiérrez Solís como novelista.
–Usted aprovecha también Twitter para hacer literatura...
–Dicen mucho de Twitter que es un estercolero, pero yo siempre pienso: Oye, pues cambia la gente a la que sigues. Porque la vida es como conducir: hay quien se monta en el coche y al minuto está pitando e insultando, y hay quien prefiere disfrutar del paisaje. En El infinito en un junco, Irene Vallejo contaba cómo la palabra se adaptó a la arcilla, a la piedra, al papel. ¿Y por qué no se va a adaptar a las redes sociales? Mis hilos en Twitter son como relatos. Los concibo con su planteamiento, su nudo y su desenlace, pero, claro, con el sudoku que es adaptarse a la falta de espacio.
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