Barbudo, el pintor de la luz y la opulencia
Pinacoteca de papel
Recorrido por la vida y obra del autor jerezano, cuyas obras han sido valoradas y admiradas por los más prestigiosos coleccionistas de arte de Europa
Sin duda alguna, fueron los acontecimientos acaecidos en Jerez a partir del segundo tercio del S. XIX que, debido al auge económico experimentado por la ciudad y gracias, en su mayor parte, a la evolución de las industrias vitivinícolas de Jerez y su comarca, los precedentes generadores de ese desarrollo sociocultural sin el cual sería impensable la existencia de estas dos generaciones de artistas jerezanos que de tanta gloria gozaron.
La actividad de instituciones como la Real Sociedad Económica de Amigos del País, la Escuela de Nobles Artes de Cádiz, Prensa Local y Provincial, la incipiente pero fuerte burguesía y la enorme ilusión de un nutrido grupo de personas y entidades comprometidas con el desarrollo artístico y cultural de Jerez, fueron las que propiciaron que esa época fuese la más esplendorosa para el arte pictórico jerezano.
Hijo y nieto de maestros, garantía para una correcta instrucción educativa, Salvador Sánchez-Barbudo y Morales nace en Jerez de la Frontera el día 14 de marzo de 1857, fruto del matrimonio formado por Francisco Sánchez-Barbudo y Catalina Morales, jerezanos y de cómoda situación social. Con una infancia más dirigida a seguir los pasos de sus padres respecto a la gran afición literaria de estos, su natural inclinación a las artes dibujísticas y pictóricas prevalece sobre cualquier otra disciplina. Ya desde su más tierna infancia hace pinitos, junto a su inseparable amigo José Gallegos Arnosa, de su misma edad, por los talleres de los pintores locales de la época.
Francisco, su padre, maestro que ejerce la función de escribano, mantiene buenas relaciones con el entorno cultural jerezano, y no encuentra dificultad para la orientación artística del joven Salvador. En el año 1868 es matriculado en el Instituto Provincial de Segunda Enseñanza de Jerez. En 1871 fallece su padre y deja algo de lado los estudios, prestando más atención a la pintura y el dibujo.
En 1873 visita con su amigo José Gallegos el taller del restaurador Pablo Vera, quien se ocupa de orientar, en cierto modo, sus primeros pasos de impaciencias artísticas. Sus trabajos eran admirados por los artistas jerezanos de la época y sus dibujos y acuarelas pasaban a ilustrar cuadernos de poesía en tertulias artísticas y literarias.
Con 19 años y bajo la protección de José Juan Fernández de Villavicencio, marqués de Castrillo, Salvador ingresa en la Escuela Provincial de BBAA de Sevilla y se hace socio de la Academia Libre de Acuarela al tiempo que recibía lecciones de José Villegas Cordero, quien más tarde sería líder indiscutible de la colonia de pintores españoles en Roma.
En 1878, Salvador Sánchez-Barbudo marcha a Madrid para ampliar conocimientos, donde permanece casi cuatro años y recibe lecciones de Federico de Madrazo. No hay constancia oficial de la formación académica de Barbudo en la Real Academia de San Fernando. Sí, una prueba de ingreso por la que fue admitido para cursar estudios en dicha institución, pero no hay datos que confirmen su asistencia a clases ni tampoco existen expedientes de calificaciones. Conservo copia de un documento que descubrí mientras confeccionaba los expedientes académicos de nuestros artistas, en los archivos de la Real, a través del cual Sánchez-Barbudo solicita poder compaginar los estudios con el servicio militar, pues era cabo, dibujante cartógrafo del Instituto Naval, por lo que cabe la posibilidad de que denegaran su solicitud o desistiera.
Vivió provisionalmente en el 149 de la calle Atocha y, al igual que José Villegas, obtuvo autorización para ser copista por encargos del Museo Nacional del Prado, de esa forma se ayudaba en su manutención, pues pasó algunas vicisitudes económicas ya que, al parecer, las ayudas proporcionadas por su mecenas no cubrían sus necesidades.
Durante estos, al parecer, difíciles tiempos para Sánchez-Barbudo, nuestro artista pinta una de sus mejores creaciones, que le valió una medalla de segunda clase titulada 'Sala de Esgrima del S. XVII' y que ofrece lleno de gratitud a su mecenas y amigo José Juan Fernández de Villavicencio. A partir de este momento, sus obras empiezan a ser valoradas y admiradas por los más prestigiosos coleccionistas de arte y su nombre comienza a oírse en bocas de ricos burgueses e importantes galeristas y marchantes. Ayudado por su mecenas, nuestro artista se traslada a Roma en 1882 donde se reencuentra con su viejo maestro y amigo José Villegas.
Apunta el doctor Carlos González López -experto en Fortuny y los Madrazo, y autor de muy importantes obras- que Diego Angeli, en su libro 'Le cronache de Caffe Grecco'' (Milán, 1930) indicó respecto a aquella época: "...los artistas españoles tuvieron en Roma una posición que ningún otro grupo ha tenido nunca. Durante todo este tiempo fueron los árbitros y los directores del pensamiento artístico romano. Los salones más exclusivos les abrían sus puertas...''.
Así, los jerezanos Salvador Sánchez-Barbudo, Gallegos Arnosa, Cala Moya y Muñoz Otero, se beneficiaron de la estela de fama y prestigio obtenida por sus compatriotas los Madrazo, Eduardo Rosales, Mariano Fortuny, entre otros y, como no, el gran José Villegas Cordero, líder indiscutible como apuntamos antes, de la colonia de artistas españoles en la Roma de la época, y se integran en las tertulias y reuniones de los grandes coleccionistas y de la elite intelectual de la Ciudad Eterna. Es en Roma donde Barbudo consolida su personal estilo algo al margen de la influencia fortuniana.
Entre 1883 y 1884 pinta en Roma su cuadro de tema histórico 'La Última Escena de Hamlet' que presenta a la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid obteniendo Medalla de Plata. Lo adquiere el Estado por 7.000 pesetas para el Museo Nacional del Prado. Y, como el trabajo era considerado por su autor de más mérito que el concedido por el jurado, decidió desengañado, no volver a presentarse más a ningún certamen. Fue su último trabajo de temas históricos de gran formato.
La apreciación por su obra y el prestigio alcanzado hace que sus trabajos sean solicitados por los más importantes coleccionistas de Europa, estando considerado entre los autores de más alta cotización en el mercado internacional del arte moderno. Sólo en el invierno del año 1886 la rentabilidad líquida obtenida por nuestro artista ascendía a 20.000 pesetas, teniendo en ese momento preparados trabajos para Londres y Niza por valor de 70.000 pesetas, cifra esta, más que respetable en esa época. Fue considerado el pintor de la luz dramática y la opulencia mística.
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