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El Brujo, en su salsa, bailando en Jerez

Crítica

Clase de yoga magistral de más de dos horas, energética y dramatúrgica

Nicolás Montoya

10 de junio 2018 - 01:41

Bailando en la cuna de las bulerías y sin poner los pies en el suelo. Así pasó El Brujo por Jerez. Sin que seamos eruditos en el yoga ni en lo que ese tipo de filosofía de vida supone, un acercamiento a él, a través de una puesta en escena original, y un libreto abierto al sarcasmo, la ironía y la meditación, es como realizar un máster con título oficial sobre las incongruencias trascendentes de nuestro mundo tamizadas por una forma de entender la energía humana. Las expectativas que este actor crea son la mejor de las justificaciones para ir a verle pero, cuando además se abriga con un texto ya contrastado, fruto de una historia real y de numerosas habilidades artísticas, asistimos, a la vez, a un auto sacramental, a un vodevil y a una performance dramatúrgica sin anacronismos fatuos ni veleidades escénicas. Una mano que mece la cuna de la interpretación con una ternura decimonónica, ambas manos como alas al viento moviendo una cabellera plateada como estrella fugaz anaranjada surcando el espacio escénico; un director de orquesta sin batuta ni instrumentos, con los acordes de su garganta cambiando de personajes como timbres se proponga y un ambiente escenográfico que no por escatimar en grandilocuencias asoma menos acogedor. Los incensarios, las máscaras, las luces reflejadas y el olor a hierba del Índico, siempre presentes, conforman un ambiente esotérico envolvente e insinuante.

La magia del teatro, como manera de hacer aflorar los sentidos desde la perspectiva de un yogui que es además actor, en el que es difícil discernir lo de persona que contempla su vida o el actor hecho discípulo de Yogananda. Una autobiografía de un autor pero que, en definitiva, es también la autobiografía de Rafael Álvarez. La profundidad del personaje que todos conocemos, que ha creado un estilo, que se basa en la unidad de planteamiento, en la energía sincronizada con los recursos que presenta y con una delicada belleza poética y plástica a través del verbo y del sonido. Una magia del teatro elegante por antonomasia. Del teatro cargado de intenciones donde se combina la información y la formación. Donde se dejan aparecer conversaciones de terceros y se soslayan las intenciones por un cuidado trato del tono y de los silencios. Un diálogo desigual por la prepotencia del personaje central pero perfectamente ensamblado en la amplia gama de personajes de reparto que nombra, que es capaz de proporcionar una puesta en escena capaz de transmitir tanta fuerza y tanta delicadeza a la vez, que son capaces de desnudar los pilares clásicos del teatro de autor.

Los espectadores asisten a una interpretación magnífica, llena de registros vocales y musicales y vacía de deslices. Una forma diferente de atacar cada personaje para hacer que levite y baile en el escenario. Una nueva manera de entender la interpretación desde la perspectiva de un ser humano haciendo de conejillo de indias de sus propias inquietudes. Una apuesta total por sentir y hacer sentir como todo gurú del yoga es capaz de hacer y como cualquier actor que se precie debe desear.

El prólogo, como ya nos tiene acostumbrados, rico en matices, en guiños a lo jerezano, a la historia propuesta y a la enorme dificultad de crear un espacio escénico. El desarrollo vertiginoso y perfectamente acompasado en lo musical. Extenso pero justificado. El epílogo, haciendo de tripas corazón para que el conflicto desenmascarado sea capaz de dejar su impronta en los espectadores de más de dos horas de reflexión meditada y de ensimismamiento trascendental tan entusiasta como enrevesado. Los nexos, apoyados en música del sitar en directo y de sonidos acentuados, cambios de personajes y cambios de intenciones. Los movimientos, más bien, estiramientos musculares y descargas de neuronas bailando con el texto. Las licencias, tanto por olvido como por necesidad de pausa energética, cuajadas de ternura y ricas en frescura.

La incorporación de las proyecciones de fotografías, elementos visuales y frases del texto, posibilita un nuevo entorno del Brujo como holograma permanente dentro de una escenografía estática. Holograma con un espacio infinito y una energía devastadora. Un bufón anaranjado de la corte de los yoguis. Un Einstein teórico a modo de títere dirigido desde el cosmos viviendo en el escenario. Una obra corta para la noción del tiempo que se atreve a mostrar. Una melodía densa para la filosofía de energía que intenta transmitir. Una clase de yoga surrealista necesaria, con un profesor único, y en un lugar apropiado. Una clase de monólogo en la Andalucía del siglo XXI, de la que todos los asistentes salen con energías renovadas para el día a día. Lo malo es que este profe tiene tantos compromisos que no sabemos cuándo podremos tener la siguiente sesión. A no ser que nos hagamos yoguis profesionales y le sigamos, como a un profeta, por todas las tierras donde vaya dando sus clases magistrales enganchando al público y bailando para soñar. Es cuestión de energía.

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