Nueva DANA en Jerez
Cierran los colegios pero reabren las calles cortadas

Come, reza, ama... Camina

Mortero Bastardo

Ramón González De La Peña

21 de mayo 2014 - 09:04

JANE Jacobs fue una de esas personas que iluminan a los demás. Vivió durante casi todo el siglo

XX y publicó su primer libro ‘Muerte y vida de las grandes ciudades’, (Capitán Swing Libros 2011) en 1961. Eran los años sesenta, en los que el mundo pareció girar a otro ritmo, en los que se extendió tanto la idea del amor que muchos creyeron que las cosas podían ser de otra manera, que era posible concretar la utopía de que había sitio para todos. Pero no, pronto se encargaron las fuerzas del mal de devolver la situación a donde solía, es decir, a la banalidad, a la ignorancia, y lo que es peor, a la despreocupación de unos respecto de los otros.

En nuestro país se repitió esa ilusión colectiva con la instauración de la democracia. Fueron unos años en los que muchos nos sentimos esperanzados con la idea de que la ciudad podía ser diferente en muchos aspectos y, sobre todo, más hermosa. Se hicieron Planes Urbanísticos con nuevos parques y equipamientos, sólo faltaba construirlos con arquitecturas cuidadas, nuevas, bellas. Sin que sepamos por qué pronto todo se llenó de confusión. La ciudad, la arquitectura, los valores urbanos, la educación, la cultura, dejaron de ser prioritarios. Los mandatarios se aliaron con los poderosos y desde entonces, salvo honrosas excepciones, no han hecho otra cosa que tratarnos como a ignorantes y como si no fuéramos otra cosa que una máquina de otorgarles continuidad cada cuatro años. Se perdió la oportunidad de cambiar nuestras ciudades y las relaciones entre los ciudadanos, y con esos cambios favorecer una mejor vida para todos.

Sin embargo, el legado de gente como Jane Jacobs nos enseña el camino: usar la ciudad para el disfrute cotidiano. Para ello nos propone cambiar el paso, o mejor dicho, darlo, uno detrás de otro, es decir, caminar. Si hay algo que nos puede devolver la urbanidad es usar nuestro cuerpo para desplazarnos. Andar, recorrer la ciudad a la velocidad que nos es propia por nuestra condición. Humanizar la ciudad desde el espacio peatonal, devolver a nuestros cuerpos la capacidad de movernos al ritmo de nuestro corazón y así sentirnos en comunión con nuestros semejantes. Conocernos, encontrarnos, compartir el espacio público. En muchos lugares del planeta se está recuperando la filosofía de Jane. ¿Suena tan mal en este siglo XXI aquella idea antigua de paz y amor? Probemos a caminar…

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