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Un homenaje a modo de funeral de la artista

La crítica

La obra, a la medida de Concha Velasco, retrata el surrealismo de una figura artística como genio y figura hasta la sepultura. Su personaje se defiende de manera digna por una idea de guión sencilla y una puesta en escena facilona

Concha Velasco, en un momento de la representación el pasado viernes en el Villamarta de 'El funeral'. / Manuel Aranda
Nicolás Montoya

02 de junio 2019 - 09:09

La crítica

El funeraL Autor y dirección: Manuel M.Velasco Reparto: Concha Velasco. Jordi Rebellón. Ana Mayo. Irene Gamell. Emmanuel Medina. Teatro Villamarta. 31 de mayo de 2019.

La risa como paradigma de la terapia es muy utilizada en teatro para conseguir captar al espectador y a veces, para conseguir un espectáculo lleno de surrealismo y que haga pensar. Esto es lo que sucede en la propuesta de esta obra, que no es sino un homenaje a una figura de los últimos años del panorama artístico español, que escoge como pretexto el propio funeral de una actriz como Concha Velasco en un personaje que le viene como anillo al dedo y que de una manera digna se defiende por una idea de guión sencilla y una puesta en escena facilona.

Algo que choca es el contraste de elementos escenográficos simples pero efectistas dando apariencia de una sala abovedada pero simbolizando la de un tanatorio al uso, con combinaciones de luces que no engañan a nadie con apariencias de realidad, embaucándonos con la seducción de efectos plásticos y visuales inesperados, aderezados de efectos de espectáculo de magia donde la maga es la propia protagonista. Tanto escenario como patio de butacas rompen los cánones desde el principio. Una ruptura de la cuarta pared que no aporta dramaturgia a un ámbito escenográfico sino que aporta un aire de frescura y de inmediatez que quizás sea lo que se intenta, aunque se pierde la profundidad de la eterna historia del espectador que es parte importante de la emoción de una obra a la que observa y a la que dona vibraciones, y que sigue pautas de teatralización improvisada, de comedia suave, en la que encaja como un elemento actoral más. Un uso de las improvisaciones lleno de riesgos, que no acaba siempre con tan buenos resultados, porque a veces, el ambiente se difumina, el movimiento libre y calculado para hacer apuestas visuales se pierden, los actores tienen interacciones con los espectadores que se escapan de pautas teatrales, con movimientos no trabajados y las cadenas de diálogos espontáneas, pierden la eficacia buscada, perjudicando a la vez a que el nudo de la obra se centre, y a que los espectadores puedan seguir la trama como merecen, consiguiendo que el ritmo decaiga y los invitados al funeral pierdan continuidad

Si es verdad que dentro de los efectos visuales, sobresale el ciclorama de fondo con una imagen permanente y repetida de Concha que minimiza a la actriz en sus movimientos, y que está sujeta a las proyecciones audiovisuales que se difumina entre los movimientos de proscenio y escena. Pero se puede entresacar la figura nacarada de una Lucrecia o de Concha Velasco que sirve de nexo de unión para los diferentes cuadros encadenados dentro de las escenas. Los cuadros definen la idea original del sketch, y las escenas desarrollan la idea, con excesiva asincronía entre actos, lo que posibilita que podamos hablar de un solo acto por el que desfila, cosido a pedazos, el planteamiento inicial, con un desarrollo un poco alocado pero consiguiendo reunir la risa fácil y el disparate y un desenlace bastante visual y virtuoso de una trama que engancha por lo sencilla pero a la que se podría haber sacado más jugo dramatúrgico. Hay que mencionar que la pobreza de arquitectura escénica es un lastre que se observa durante toda la obra, sin unión entre las entidades creadas para desarrollar una trama.

La sencillez choca con los momentos de pausa o de rompimientos de la cuarta pared, aunque sea de manera enrevesada. Al nudo de la obra siempre se le espera, y el epílogo se deja entrever en todas las entradillas y acotaciones. Lo que se tiene que alabar es el trabajo de técnicos de sonido y de iluminación para encajar los puzzles de las escenas con reminiscencias de vodevil en cuanto a la forma y con entidad de revista en cuanto al fondo. La verdad del teatro como sucesión de situaciones, que hace unos meses desarrolló en las mismas tablas La Cubana, es tan diferente que dentro del género hay muchas variaciones, y las intenciones deben acompañarse de una propuesta teatral congruente, pero en esta ocasión lo que se consigue es dibujar una fotografía de un funeral algo movida. El ataúd, también centro de atención, posibilita la eterna duda de lo acertado de los objetos permanente en escenario, chocando de manera cómica cuando la protagonista aun está en vida. La posible metáfora del espectro humano es útil para la creación de la trama. La iluminación le aporta protagonismo para que esté presente en nuestro imaginario personal y como espectador hace que el surrealismo visite muy a menudo la escenografía. La muerte y el reírse de ella es el objetivo. Las formas pueden ser respetables, pero la dramaturgia se queda en objetivos. El propio surrealismo debe aportar más emoción, más texto y más creación. La experiencia en este tipo de propuestas escénicas dice que la frescura es la base de todo. Los micrófonos que se usan en todos los presentes dan un aire de comedia amanerada, pero en todo momento son limpios y acompasados. Los elementos plásticos y pictóricos que quieren añadirse con las proyecciones están siempre a remolque del ritmo e intentan agrandar la posibilidad que exista el volumen en escena por lo que los componentes dimensionales se pierden y los mensajes subliminales a los programas de televisión acentúan lo de homenaje a una diva que se plasma en la propuesta.

La música de apoyo hace posible la melancolía y la distracción a la vez con los diálogos. Así, las actrices, al frente una Concha sobrada para esta puesta en escena, están muy a la altura corporal, vocal y dramática, y los actores encierran la comedia en sí, y la llevan a cotas muy elevadas en cada movimiento escénico. Una propuesta de actores fresca y llena de improvisaciones para acercarse al patio de butacas. Un vestuario negro difunto digno de un funeral y otro contraste de túnica blanca brillantes de una aparición sobrenatural.

Sacarse de la manga un as, traer chisteras llenas de conejos, jaulas de palomas o hacer malabares con payasos son del teatro el contrapunto menos artístico. Conseguir hacer una obra para deleite del espectador fan de una artista como Concha Velasco, repartiendo diálogos y dinamizando una escena a base de un libreto pensado para hacer revista, y llevarlo al absurdo del subtexto de una artista que monta su propio funeral para que se le rinda homenaje en vida, es una labor bastante cuidada y elaborada. Digna de un director capaz de hacer reír proponiendo matices demasiados sencillos. Lo que en definitiva, es un acierto. Una propuesta sencilla, sin muchos aspavientos, que solo quiere hacer reír sin profundizar en los esquemas teatrales más rigurosos. Y sobre todo una forma maravillosa de disfrutar en escena de una maga del arte teatral y comunicativo, de una dama de las artes escénicas que como repite varias veces, consigue hacer lo que le da la gana. Y a fe, que lo consigue.

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