Cuerpo y alma en cada nota
En los apóstoles
Ni siquiera dificultades técnicas y un apagón ensombrecieron el directo de Son de la Frontera
Jerez/La consagración de un sonido exclusivo. La revisitación de un universo musical con alma. El eco de las notas de Diego del Gastor fue tan amplio, tan inabarcable, que en el año del centenario de su nacimiento aún sigue amamantando a las nuevas generaciones. Y éstas, a su vez, dando forma a un nuevo concepto nutrido gracias a la raíz pero capaz de crecer por sí mismo, con autonomía y por derecho. Retroalimentándose de un legado y devolviéndolo a la vida. Asistimos a esa experiencia casi mística y espiritual hace un par de años de la mano de Son de la Frontera y anoche regresaron al Festival de Jerez, a la Bodega Los Apóstoles, para presentar la evolución seguida en este lapso de tiempo. Un tiempo breve pero más que suficiente para percibir que el esqueje agarra.
Una década después puede decirse que lo del grupo moronero no es casualidad. No es un experimento fruto del azar y de que un grupo de jóvenes de la localidad sevillana se encontraran en el lugar y en el momento adecuado. De hecho, con el paso de los años, han conseguido que al hablar y pensar en ellos ni siquiera tenga ya cabida ese término tan manoseado y prostituido como es el de la fusión. Con Raúl Rodríguez a la cabeza y su tres cubano como percutor y elemento que expresa la gramática de un nuevo lenguaje musical, el quinteto ya acumula dos trabajos discográficos -Son de la Frontera (2004, Nuevos Medios) y Cal (2006, ídem)- y, por ello, quisieron brindar anoche una sesión en la que seleccionaron un repertorio con lo mejor de ambos álbumes. De la Bulería negra del Gastor a las Sevillanas del Mellizo; de Arabesco, la genial zambra moruna de Tío Diego, a Bulería de la cal, un tributo a la sustancia que más se ha exportado desde esa tierra andaluza.
Ni siquiera ciertas dificultades técnicas y un apagón por problemas en los generadores eléctricos de las instalaciones bodegueras lograron ensombrecer el directo de Son de la Frontera. Estos chicos tienen arte hasta en la oscuridad. Suponen una experiencia musical que hay que verla, oírla, sentirla y saborearla hasta desmenuzar todo el intenso aroma de la ida y vuelta, del compás machacón de los pies de Pepe Torres, de la chispa de Manuel Flores y del torrente desgarrado de Moi de Morón, uno de esos cantaores viscerales de los que son capaces de rasgar su pecho para rasparse una soleá o adentrarse en la bulería con el peso de la oscuridad sobre su cabeza y las de su gente. También merece atención David Sánchez El Galli, invitado de la noche que tuvo tiempo de dejar varias pinceladas con esmero.
Pero el cenit, el culmen de la noche, llega en el alzapúa, en el pulso guitarrístico, concertístico, de Raúl Rodríguez y Paco de Amparo, heredero de sangre del mito en el que se inspiran. Un tocaor que funde lo viejo y lo nuevo, que bucea en los ecos de Diego, tal y como éste perseguía las notas de Niño Ricardo. Parecen Ry Cooder contra Ennio Morricone en unos tanguillos con tintes a western crepuscular. Parece un desierto de arena sobre el que llueven los acordes, los arpegios y trémolos, de dos maneras de entender el toque. La nota antropológica. El estudio arqueológico de una concepción sonora.
Los tangos de mi novia devuelven el ambiente caribeño, rumboso, y esta atmósfera tiene continuidad en las bulerías del Cumbanchero. Una suerte de cuplés por fiesta que incluye Toda una vida y Un compromiso. Y Moi de Morón se parte la camisa, y Pepe Torres se arranca de nuevo, y Raúl se balancea a compás con Paco de Amparo. El ritmo en las venas, la música en las tripas. El corazón en la boca, el alma en cada nota.
En la impagable entrevista incluida en la trascendental obra Rito y geografía, Diego del Gastor ya avanzaba su concepción abierta del arte flamenco, su respeto por el extranjero que llegaba a aprender los secretos de lo jondo y su comprensión hacia las nuevas generaciones de tocaores, más preocupados por la velocidad y la técnica. Una cosa, decía, "es el sentir de la guitarra y otra es la ejecución". Sus discípulos aventajados, a la sazón Son de la Frontera, tienen la valentía de colocar por delante la sensibilidad y el sentimiento antes que el gélido y posmoderno virtuosismo: el toque manufacturado, el arte de serie, lo pop y el estribillo barato. Los de Morón han demostrado que se basan en que la sencillez no es una elección sino una forma de ser. Y en que su innovación no consiste tanto en descubrir como en explorar, en esa búsqueda que necesariamente debe partir desde los orígenes. Y es que no hay nada más original que hundir la cabeza hasta lo más profundo de las raíces.
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