Elvira Quintillá Talento y encanto no del todo reconocidos
La actriz fallece en Madrid a los 85 años Fue mucho más que la maestra de 'Bienvenido Mr. Marshall': una de las grandes intérpretes del cine, el teatro y la televisión de España

Villar del Río se queda definitivamente vacío. Alberto Romea (el hidalgo) falleció en 1960, Fernando Aguirre (el secretario) en 1965, Pepe Isbert (el alcalde) y Félix Fernández (el médico) en 1966, Manolo Morán (el representante de artistas) en 1967, Nicolás Perchicot (el boticario) en 1969, José Franco (el delegado general) en 1980, Joaquín Roa (el pregonero) en 1985, José Vivó (otro secretario) en 1989, Rafael Alonso (el recadero) en 1998, Manuel Alexandre (otro secretario más) en 2010. Murió en 1991 hasta el apuntador Fernando Rey -en este caso el narrador- y en 2010 el mago que creó de la nada la mismísima Villar del Río y sus personajes, Luis García Berlanga. Hace pocos días murió Lolita Sevilla, la folclórica que ratificaba los disparates del sinvergonzón Manolo Morán con un "ojú". Y ahora se nos muere -en Madrid, a los 85 años- la maestra del pueblo, Elvira Quintillá. La gran, la elegante, la maravillosa actriz Elvira Quintillá, mucho más -siendo tanto- que la maestra de Bienvenido Mr. Marshall o que la señora al cuidado del urinario público de Plácido, personaje aún más grande por más conmovedor, esposa del Cassen que fatigaba para poder pagar el plazo del isocarro con el que se ganaba la vida.
Elvira Quintillá fue esos dos personajes, pero también mucho más que ellos: una de las más grandes actrices teatrales, cinematográficas y televisivas que este país haya tenido. Quizá ensombrecida por el prestigio teatral de su marido, José María Rodero. Quizá desaprovechada por nuestra siempre tambaleante cinematografía. Quizá olvidada demasiado pronto y condenada desde la muerte de su marido en 1991 a una soledad de la que se quejó en un testimonio radiofónico conmovedor.
Nacida en Madrid en 1928, Elvira Quintillá debutó en el teatro a los 13 años y en el cine a los 15. Se formó junto a la elegante Conchita Montes interpretando papeles secundarios en la compañía encabezada por ella y sostenida por el inmenso talento de Edgar Neville. En 1947 se casó con José María Rodero, en cuya compañía teatral se integró cuando el actor la formó en 1950 tras consagrarse con el estreno de En la ardiente oscuridad de Buero Vallejo. Actor de talento tan grande como su vanidad, hay quien piensa que el matrimonio no favoreció a Elvira Quintillá, de estilo dramático más encantador y exquisitamente frágil aunque sin un ápice menos de talento. Es sabido que la tragedia es más respetada que la comedia, y por ello que los actores trágicos son más respetados que los cómicos. Y si Rodero era un gran trágico experto en personajes de mucha intensidad y sufrimiento, Quintillá era una gran comedianta siempre magnífica en las medias luces de la comedia sentimental y agridulce.
Esa pareja feliz en 1951 y Bienvenido Mr. Marshall en 1952 supusieron su consagración en el cine, medio en el que injustamente nunca llegó a ser una estrella. Sin dejar de trabajar en teatro durante muchos años -dos de sus mayores éxitos fueron La gaviota de Chejov en 1981 y Los interesescreados en 1992- encontró su mayor popularidad como actriz de dramáticos televisivos y series como Tercero izquierda (1963, Noel Clarasó) junto a José Luis López Vázquez o Escuela de maridos (1963-1965, Francisco Prosper) y su continuación Escuela de matrimonios (1967), Las doce caras de Juan (1967, Pedro Amalio López y Jaime de Armiñán) junto a Alberto Closas, Las tentaciones (1970, José Antonio Páramo y Antonio Gala), Juegos para mayores (1971, Víctor Ruiz Iriarte) y diferentes emisiones de Novela (1968-1971) o de Teatro de siempre (1971, magnífica su interpretación en Calígula de Albert Camus). Repasar los trabajos televisivos de Elvira Quintillá es hacer historia de la mejor televisión en España, desde los inicios de sus emisiones a nivel nacional.
En teatro, cine y televisión Elvira Quintillá puso más talento del que se le ha reconocido. Y puso sobre todo un muy personal encanto que la hacía inconfundible y la hace irrepetible. La unión de talento y encanto es algo raro y digno de admiración. Salvo, tal vez, en un país tan cicatero y olvidadizo para con sus actores como el nuestro.
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