Con Fernando Quiñones, en su Caleta

evocaciones flamencas

Chiclanero de la gracia más salinera, gaditano caletero hasta los huesos, se sintió siempre poeta, escritor y flamenco

Fernando Quiñones, aún vive en el bronce, respirando el aire de su caleta.
Fernando Quiñones, aún vive en el bronce, respirando el aire de su caleta.
Juan De La Plata

23 de octubre 2012 - 05:00

Pasear, charlar con el poeta Fernando Quiñones era siempre una pura delicia. Pero, más todavía, si nos encontrábamos en su Caleta, esperando a que llegaran los pescadores con sus mojarritas y demás peces, recién pescados y todavía saltando, medio vivos, en las pequeñas redes. Allí estaba Fernando Quiñones, el poeta, el gran escritor, el hombre sencillo y humilde que gustaba codearse con la gente de la mar, para hablar de sus cosas, de sus problemas y sus quehaceres.

El hombre que mejor los conocía y que mejor los entendiese, porque era un verdadero sabio; se sabía pueblo, y gustaba de ser pueblo, entre la gente del pueblo.

Allí iba yo a buscar a mi buen amigo Fernando, al bueno de Fernando, para hablar de flamenco y de poesía. Y el día que esparcimos en el mar las cenizas del Beni de Cádiz, recuerdo que me hizo el impagable honor de leer en voz alta, allí en su Caleta, con aquella voz suya, tan característica, unos versos acabados de improvisar por mí, aquella misma mañana, en recuerdo del querido cantaor desaparecido. Leídos de aquella manera, mis pobres versos adquirían realmente importancia, porque parecían salidos de su pluma.

Mi amistad con Fernando Quiñones venía desde muchos años atrás y durante otros muchos nos carteamos asiduamente. Incluso, a propuesta mía, se hizo uno de los primeros miembros fundadores de la Cátedra de Flamencología jerezana, a finales de los años cincuenta, para cuya revista mandaba, desde Madrid, sus desinteresadas colaboraciones y hasta gustaba de intervenir en sus cursos internacionales de verano.

Porque, con Fernando se podía contar para todo. El año que murió, ya gravemente enfermo, se había comprometido para dar una conferencia en los cursos de la Cátedra, pero no pudo ser. Su hija Mariela iría a cumplir con el compromiso adquirido por su padre, leyendo unas cuartillas que sirvieron de despedida de la que también fue su Cátedra de Flamencología.

La actividad de Fernando Quiñones en el ámbito del mundo flamenco fue muy extensa y variada. Escribió libros, produjo discos de cante jondo, presentó programas de televisión, entrevistó a flamencos famosos, y hasta se atrevió a cantar, en las Américas que fue a descubrir junto a su gran amigo y compañero, el también poeta Félix Grande, que le sirvió de lazarillo con su guitarra, compañera inseparable de ambos por aquellas lejanas tierras.

Fernando Quiñones, chiclanero de la gracia más salinera, gaditano caletero hasta los huesos, se sintió siempre poeta, escritor y flamenco. No dejando ni un solo día de ser ninguna de las tres cosas que marcaron fuertemente su identidad. Con su voz de viola de gamba, el cante le surgía natural y casi por pura necesidad biológica, tal era su gran vitalismo.

El aire de Cádiz daba a Quiñones alas a su espíritu emprendedor, soñador y aventurero, mientras la copla flamenca se le hacía suspiro, en los labios, a la orilla misma de su Caleta del alma, mientras recitaba sus versos.

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