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Como manda la tradición

54 Fiesta de la Bulería

La Fiesta de la Bulería comienza con un alegato al flamenco de Jerez donde brillan las apariciones en solitario de Luis 'El Zambo', Enrique Soto y Pepe de Joaquina

Enrique Soto y Miguel Salado, durante su actuación. / Vanesa Lobo
Fran Pereira

18 de agosto 2021 - 02:00

La Fiesta de la Bulería más larga de la historia comenzó en la noche del pasado lunes con un espectáculo netamente jerezano y en el que el espíritu más insigne de este evento, con 54 años de vida, quedó patente de principio a fin.

Con una estructura tradicional, como ha ocurrido en la mayoría de ediciones de esta cita, prevaleció por encima de todo el cante, el toque, el baile y el compás de Jerez, cuatro pilares con los que el público, que casi llenaba el aforo de los Jardines de la Atalaya, disfrutó durante la velada.

El enésimo cambio de ubicación, las instalaciones que albergan el museo de relojes, no es una mala opción, si bien es verdad que el escenario planteado resulta un tanto soso que no está a la altura de una ciudad como Jerez ni de un evento como la Fiesta de la Bulería.

Fue un cuadro de artistas el que abrió la noche, un cuadro representado por las voces de Coral de los Reyes y Joaquín ‘El Zambo’, la guitarra de Domingo Rubichi, las palmas de Ali de la Tota, Curro de Joaquina, El Macano y Rafael Romero y por el baile de La Yoya, Juana Carrasco y Manuela de la Majuma.

Manuela de la Majuma, en un momento de su aparición. / Vanesa Lobo

A ritmo de bulerías, Coral de los Reyes rompió el hielo.La jerezana, en su segunda aparición en la Fiesta, demostró una vez más que de tablas está sobrada y que es elegante en todo lo que hace. Sin perder nunca el sello de la tierra, Coral alternó las letras de toda la vida, con otras nuevas para rematar su intervención recurriendo al cuplé.

De seguido, fue Joaquín ‘El Zambo’ quien tomó el testigo. Con el sonido excesivamente alto, el cantaor del barrio de Santiago ofreció su clásico repertorio en el que, sin olvidarse de los aires tradicionales, recurrió especialmente a las letras de Tomasa Guerrero ‘La Macanita’, que le sirvió para ilustrar el baile de Juana Carrasco. La hija de Tía Currita, presente entre el público, nos volvió a dar muestras de que lo suyo es canela pura. Esperando el cante, y gustándose, regaló al público su braceo infinito y su naturalidad. Una maravilla.

Bajo los sones de la siempre cumplidora guitarra de Domingo Rubichi, los cantes de Coral y Joaquín fueron los mejores acicates para las apariciones de Manuela de la Majuma, con un baile mucho más cercano a la chufla, pero no exento de arte, y el de Tía Yoya, que con su traje blanco con lunares rojos y sus enaguas a juego, pareció sobrevenir al escuchar los sones por bulerías. ¡Qué arte!

La festera carta de presentación del espectáculo continuó con Enrique Soto, que acompañado a la guitarra de Miguel Salado, compareció en el escenario. Treinta y cinco años después de su última presencia en la Fiesta de la Bulería, el primogénito de Manuel Soto ‘Sordera’, con su hermano Vicente como espectador de excepción, brindó al público un recital al que se le pueden poner pocos peros. Es Enrique un profesional de los pies a la cabeza, y eso se nota desde que se sube al escenario.

Evidenciando experiencia y muchas tablas, Enrique Soto comenzó por soleá, seguido maravillosamente por la guitarra de Miguel Salado, una garantía a la hora de acompañar el cante. Gustándose y reposando cada tercio, el hijo del Sordera realizó un curtido recorrido por los estilos de la soleá, parándose en Alcalá, donde hizo un guiño a Joaquín el de la Paula, Cádiz, haciendo lo propio con el Mellizo, y en Jerez, acordándose del Sernita y La Serneta.

Acto seguido avanzó entre los aires de Levante, de nuevo con un Miguel Salado superior. En concreto, comenzó por tarantos, para proseguir con una taranta y rematar la faena por cartageneras, exhibiendo de principio a fin un grado de control del cante exquisito, algo que le valió para ganarse la ovación del público.

Enrique finalizó su actuación por bulerías. Con unas palmas de primera categoría, el jerezano mostró un variado repertorio, otro detalle más de su maestría.

Pepe de Joaquina y Domingo Rubichi. / Vanesa Lobo

Tras un interminable descanso de veinte minutos, la fiesta resurgió gracias a la impronta de Pepe de Joaquina. Tenía ganas de enfrentarse a su público y desde el primer momento dejó clara su intención. Fue una especie de torbellino sobre el escenario, arrancando los aplausos en cada cante, en cada gesto y en cada replante, que los sabe hacer y muy bien.

Porque Pepe de Joaquina es un artista con personalidad y que exprime al máximo sus virtudes. Comenzó, con la guitarra de Domingo Rubichi, recurriendo a los cantes de trilla, que engarzó con gusto con sus clásicas bulerías por cuplé, concretamente con letras de aquel ‘Príncipe azul’ que grabó Agustín Pantoja y de ‘Me quedo contigo’, tema de éxito de Los Chunguitos de hace ya unas décadas.

Arropado por las palmas de su Curro de Joaquina, Rafael Romero, El Macano, Ali de la Tota y su hijo Currito de Joaquina, que se había incorportado, el jerezano se dejó la piel con una actuación intensa a más de no poder y en la que no faltó la pataíta de su hermano Curro. El público le despidió con palmas con bulerías.

La noche la cerró Luis ‘El Zambo’, un artista ejemplar ya no sólo por su manera de cantar, que guarda los misterios de un barrio, sino porque lo cuida como un templario, defendiendo los estilos y variaciones de Jerez sin caer en modas ni tonterías. Resulta curioso, a veces, que muchos artistas jerezanos recurran a un repertorio de otras zonas o maneras alejadas de su tierra, algo que en ocasiones roza el sinsentido. No es el caso del Zambo, para mí el mejor embajador del cante de Santiago y Jerez.

Todo lo que hace suena a su tierra, desde sus características bulería por soleá a la seguiriya que nos recuerda a Tía Anica la Piriñaca y por supuesto, su cante por bulería, esa bulería corta de Jerez tan melódica y cautivadora a la que no le hace falta nada más. Su actuación fue brillante, con una fuerza y una vitalidad asombrosa, tanto que el público, que lo despidió en pie, se quedó con ganas de más. Porque uno no se cansa de escucharlo.

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