Jerez hace inmortal a Morao
Casi cuatro mil personas homenajean al guitarrista jerezano en un macrofestival que se prolonga durante más de seis horas y donde El Torta se erige como protagonista
Allí estaba. Desde el fondo del escenario divisaba cuanto pasaba. Imponente, como si nada hubiera pasado, con la cejilla al dos y entonando ese 'La mayor' con el que tantas y tantas veces hilvanó el soniquete de la bulería. Allí estaba. Con esa media sonrisa y esa clásica pose. Desde allí presidió una noche mágica, su noche, aquella en la que Jerez le convirtió en inmortal, aquella en la que amigos y seguidores quisieron elevarlo a la altura de mito, aquella que pasará a la historia y que, de una manera u otra, formará parte del corazón de los que nunca le olvidarán. Desde el improvisado atril, Morao comprobó el calor y el respeto que le profesaban cada uno de los artistas que pasaron por el escenario del palacio de deportes, unos expresivos a más no poder, otros más reservados, pero todos con la misma devoción hacia una persona que caló hondo en todos y cada uno de los que le conocieron.
Allí estaba, para ver cómo su Diego ha asumido con respeto y orgullo el testigo de su guitarra, de una guitarra que ha marcado época y que ha labrado una nueva vertiente dentro del toque de Jerez; para escuchar muchas de sus falsetas, ahora en las manos de su primogénito, falsetas que por momentos tuvieron vida propia. Sí, aquellas que sonaron en el mítico Morao y Oro y que el público aplaudió como contraprestación a su legado.
Allí estaba, para oír la resquebrajada voz de Juana la del Pipa, para sentir la personalidad arrolladora de La Chati, metiéndose al gentío en el bolsillo con aire plazuelero, para descubrir la dulce garganta de Felipa del Moreno, para recuperar a una Macana que desenpolvó su mejor versión, primero por bulería por soleá y luego por fiestas, y para disfrutar del baile cabal de María del Mar Moreno, con ese braceo angelical y bailando en el sitio, como debe ser.
Allí estaba, para escuchar el inquebrantable metal de su inseparable José Mercé, parco en palabras, grande en el escenario. Domina como nadie los registros del cante, como demostró por soleá. Irradia magisterio por los cuatro costados, y hasta en la forma de sentarse denota unas tablas y una sapiencia cantaora irrefutable. Sin desmarcarse de su terreno, deambuló por Jerez, recorrió Utrera y terminó por cuplé. A su manera se acordó de él: 'Que mala suerte la mía/que se ha ido mi Morao/cuando más falta me hacía'.
Allí, para saborear el soniquete de Capullo de Jerez, un potro desbocado y único en su especie. Ni la prima de riesgo, ni Rajoy, ni Rubalcaba, a Miguel Flores sólo le basta con una buena guitarra, en este caso José Ignacio Franco y Periquín, para poner bocabajo un auditorio. A ritmo de tangos festeros y con el ya clásico 'Son de lunares' y 'No me gusta el pan, no me gusta el queso...', el de la Asunción hizo enloquecer al público. Le dio tiempo hasta sacar su parte más revolucionaria con ese 'Lucha por la libertad' que el palacio coreó al unísono. La había formado. Un registro radicalmente opuesto a la mesura de su anterior compañero, pero igual de efectivo. Completamente entregado, el grano que faltaba salió de la improvisación, si no, no sería Capullo. "Esta letra final me la voy a inventar ahora mismo, pero va para ese pedazo de Morao". A compás, y sin perder el pulso a la bulería, Miguel levantó a la grada. Poco más hay que decir.
Allí estaba, para impregnarse del sello de Los Zambos, Joaquín y Enrique, para redimir al cante tradicional de Santiago que propusieron Mateo Soleá, algo desentonado, Lorenzo Gálvez 'Ripoll' y Pepe de Joaquina, con esos cuplés por bulerías que tan bien ejecuta, y para paladear el ángel y la gracia de Angelita Gómez, por la que no pasan los años, de la Currita y la Yoya, y por supuesto, para deleitarse de la espontaneidad del baile de Manuela Carpio, una maravilla verla moverse. Desde allí, desde su púlpito celestial, Morao sonrió con la recurrente pataíta del Bó, y con la cátedra de Diego de la Margara, cuyos desplantes deberían ser una asignatura obligatoria en los colegios. Sencillamente magistral.
Allí estaba, para regodearse de la sonanta de Paco Cepero, impecable en la ejecución de su 'Aguamarina', el único tema que ofreció, pero al que exprimió al máximo, principalmente gracias a su capacidad para captar la atención del público y como no, a su maestría para sacar jugo a los silencios.
Allí, para disfrutar una vez más de Fernando de la Morena, de Enrique Soto y de Luis 'El Zambo', sí esos en los que tantas fiestas coincidió y con los que tan buenos momentos vivió. Posiblemente fue uno de los instantes más sentidos, en especial, cuando Fernando entonó, con esa forma tan personal, dos letras por seguiriyas realizadas expresamente para él: 'Ay, qué prontito te has ido/qué pena más grande/Moraodemi alma aún suena tu guitarra/ juntito a mi cante/qué prontito te has ido/qué pena más grande'. 'Al que está en Santiago yo le he rogao/que le haga un laíto en el cielo a mi primo el Morao/al que está en Santiago/yo le había rogao'. Aquí, aparte de comprobar el inexorable compás de este terceto, nos quedamos con los aires de levante interpretados por Enrique Soto, un cantaor excelso y que derrocha profesionalidad en todo lo que hace, y como no, con la bulería por soleá, o bulería corta como a él le gusta llamarle, de Luis Fernández Soto 'El Zambo', con ese quejío rancio y propio.
Allí estaba, para ver a su primo Antonio 'El Pipa', deslumbrante en cada paso y con ese traje estrenado en su último paso por Villamarta de hace esas semanas. De morao y oro, con la gallardía que le caracteriza, su simple irrupción vino acompañada por un estruendo en la grada, completamente entregada. Jerez vibra con Antonio y él lo sabe. Se crece ante los suyos y se hace grande. De la mano de su tía Juana (cuánto engrandece su cante el baile de su sobrino), el santiguero sacó a relucir su versión más cercana, sin artificio, cara a cara con el público. Por soleá, bien respaldado por las guitarras de Juan José Alba y Javier Ibáñez, expresó el baile con garbo, con ese braceo tan suyo, hasta rematar por fiestas. La gente estaba en pie.
Allí estaba Morao, para comprobar la devoción de Poveda hacia su persona, y de paso, para darse cuenta del calado que este artista tiene en Jerez. De pronto, el palacio se cayó por completo, algo que no había ocurrido hasta entonces. Visiblemente emocionado, Miguel recordó a su "añorado Moraíto" para meterse rápidamente por seguiriyas que remató por livianas. Con lágrimas en los ojos se volvió y le miró agradeciéndole "todo lo que hizo por mí", comentó. Seguidamente se arrancó por bulerías. Sin embargo, no fue el Poveda de otras veces. Desde fuera no se le vio cómodo con la guitarra, ni tampoco con esa seguridad que suele transmitir. De cualquier forma, el público le despidió con una ovación.
Desde allí siguió las letras sui generis de Manuel Molina, y como no la mejor aportación de la noche. Por un momento, el tiempo pareció detenerse en la década de los 90. Juan Moneo 'El Torta' y Pedro Carrasco 'Niño Jero' aparecieron por el escenario. Menos locuaz que en sus últimas actuaciones, El Torta fue el que todos quieren escuchar, sí ese que aparece cada cincuenta actuaciones, ese al que sus más fieles seguidores persiguen porque ya se sabe, si tiene el día.... Así fue, como una buena tarde de Rafael de Paula, Juan sacó la muleta y se plantó delante del toro con valentía. Taranto y cartagenera para empezar y hacer boca, y su repertorio más señero para continuar. 'Cuántos momentos, cuántas cosas me recuerdan que...'. Fue sólo entonar la letra y el público se volvió loco. Con esa fuerza y ese talento innato que posee, resulta difícil explicar las sensaciones transmitidas por el de La Plazuela. Fue como ponerse debajo de a una cascada. A ello contribuyó, porque su aportación supuso casi un cincuenta por ciento del resurgir del mejor Torta, la sonanta de Periquín. Fue él quien encendió la mecha y el que elevó su cante a las alturas. Ver para creer.
Desde allí Morao vio también cómo el patricarca de los Moneo, Manuel, descorchó el cante de su cosecha propia, como Niña Pastori, Diego El Cigala y Navajita Plateá, con un Pelé entregado, elevaron los decibelios del palacio, y como Farruquito y el Carpeta, en una pataíta conjunta, pusieron el broche de oro a una cita histórica.
Y desde allí cogió su guitarra y como escribió una vez su amigo José María Castaño, que condujo a la perfección la velada, recorrió la calle Márquez de Cádiz desde la 'Enramá', la calle la Sangre, la Calle Nueva, Cantarería y Merced para volver al cielo y seguir la fiesta con Parrilla, Borrico, Terremoto y Sordera. Ya lo dijo Jesús Quintero al inicio del homenaje: "Dan ganas de morirse para ir a esa fiesta".
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