'Maro' se cobra en la Escuela de Bellas Artes el homenaje que nunca recibió
Brillante y aplaudida intervención de Antonio Mariscal, que recorrió con sabiduría y amenidad la vida del dibujante. Alivio para su viuda Mami, que ve cumplido un sueño.
Ayer, lamentablemente (porque mucho ha llovido desde entonces) se escenificó en la Escuela de Bellas Artes lo que hace mucho esperaban. Especialmente una mujer. Se llamaba María, aunque todos le llaman Mami, que todavía hoy sigue por donde le escuchen pidiendo un sitio para su marido. Las viudas podrán ser, en ocasiones, gente extraña e intransigente, pero Mami es mujer de una pasta especial.
Al grano: María fue mujer y santa esposa de un genio que se llamó Manuel Rodríguez Romero, apodado Maro. Puedo jurar y volver a jurar que fue un matrimonio feliz. Cuando, hace años, yo acudía como periodista a su casa de la plaza Rivero para asistir a la reunión de presos de la Codepa, la de los presos andaluces, me guardaban una esquina. Y el ambiente resultaba feliz.
Y ayer, Mami, en aquel imponente claustro, se contenía las lágrimas. Eran de alegría. Nada más puede que una mujer desesperada. Había removido cielo y tierra y ahí tenía, entre sus manos, la recompensa. Los nervios le traicionaron, pudo articular pocas palabras pero Mami consiguió que la memoria de su marido no se perdiera. Yo creo que nunca se perderá.
Imaginen. Doce del mediodía en la Escuela de Bellas Artes. Visita a la exposición de cuadros dispuesta en los claustros de la Escuela. Un deleite a la vista que se prolonga hasta, parece ser, fin de mes. Ahí, en la presidencia, estaba el amigo Antonio Mariscal con su gran vozarrón: Nos dijo multitud de cosas, entre otras lo que mantenía Maro, que la gente debía reír, y que llorar o entristecerse no conducían a nada. “Y él hacía que la gente se carcajeara inclusive cuando con su chispa denunciaba atropellos o injusticias, describiendo siempre todo cuanto acontecía con sus luces y sus sombras de forma magistral.”. Maro fue siempre un artista. Qué duda cabe. Y nos obsequió a lo largo de más de medio siglo el más puro arte y el mayor ingenio, siempre aderezado con su fina e inteligente chispa, gracejo y ocurrencia.
Hagamos algo de historia: Maro publicó sus primeros trabajos cuando aún no había cumplido los 17 años en la revista Vida y Luz, una publicación que editaban los Hermanos de la Salle, ya que en uno de los colegios de esta congregación se educó, y lo haría entonces bajo el seudónimo de “Maroro”. Luego llegaron las viñetas en el Ayer, La Voz del Sur y, poco después, en El Periódico del Guadalete, en sus distintas ediciones. Pero la vida profesional de Maro traspasó fronteras y resulta tan prolija que aquí nos perderíamos: Tánger, México, Nueva York, Uruguay, Bulgaria... infinidad de agencias y revistas del humor de la época. Pero muchas cosas más nos desveló Mariscal en su exposición: No conocía de la afición de Manolo por el motociclismo, ni por el boxeo, ni tampoco sus dotes de pintor, o su desconocida faceta de escritor que hacían de él un hombre polifacético, controvertido, jovial, agudo y perspicaz, a veces hiriente pero siempre honrado. Honrado. Mami dijo ayer en público que su marido era algo tímido. Con esa larga presencia y enorme humanidad, caminaba siempre Manolo cabizbajo de un lado a otro de la alameda Cristina.
Por eso, estoy de acuerdo con Mariscal cuando habló de la faceta humanitaria de Manolo. Lo mencionaba antes pero su entrega no era cosa cualquiera: A la cárcel de Jerez acudía diariamente a dar clase de gimnasia y a atender a los internos en lo que podía. Esta inquietud le llevó en 1983 a fundar, legalizar y presidir la denominada Coordinadora Pro-Derechos de los Presos de Andalucía ‘Codepa’, cuyas reuniones se celebraban en su propia casa de plaza Rivero. Podría decir cualquiera que no conociera al personaje que su vida fue taciturna y triste, pero -con la risa de por dentro- Manolo irradiaba esa gracia, ironía y picardía que siempre le acompañó.
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