Nacho Vegas regresa al lugar del crimen
El cantautor asturiano cierra la primera edición del festival Monkey Week de El Puerto con un dramático y sobrio recital
"Al llegar al puerto, subes por el barrio pescador". Nacho Vegas vuelve al lugar del desastre, la tierra que vio grabar sus canciones tensas, crudas y literarias, y ofrece un recital sobrio, pleno de dramatismo e intensidad, para cerrar el festival Monkey Week. "¿Quién me ha robado el sol?", pregunta de primeras al público que no llena el teatro Pedro Muñoz Seca y que parece agotado de tanto trajín. Con la cara tapá por su flequillo rebelde, el asturiano posa su vaso en el suelo y canta La plaza de la Soledá, afila su estilo descriptivo, suena a Cohen y a Dylan pero también a juglares franceses y palacios de cristal, va a saltar el Levante, él dice que "no es un drama", pero las cosas pintan "mal, muy mal". Nacho se esconde por los rincones del Blonde on Blonde. E ironiza con su amigo Paco Loco, anfitrión de la fiesta, "la persona que mejor toca el pedal steel de todos los que no saben tocar el pedal steel que conozco". Vegas despide Monkey Week en español, demostrando que también se puede ser independiente y vender en el Cortinglé. De momento, ventila sus miedos en público, detiene el tiempo, alterna las cosas duras con las drogas duras, se muestra tan hermético como sincero y por las tablas desfilan sus personajes predilectos: Ezequiel, Miss Carrusel y el suyo propio. Falta Simón a la cita, pero Vegas brinda por el fracaso con su dry martini, repasa piezas de casi todos sus álbumes, rima el acordeón con el dolor y la locura, la castración como solución, un poco de vodevil para sobrevivir.
El artista que casi conoce a Michi Panero, la copla que a la postre culmina el concierto crepuscular de MW, desea al festival larga vida, aunque la letra expire con un inquietante "hasta nunca". Nunca se sabe con los nudos y desenlaces que emplea Vegas para emocionar y capturar al personal. Antes, Paco Loco y amigos ofrecen una noche exquisita, tan especial como inesperada. El aragonés Bigott, un Syd Barret tó volao con un punto genial de duendecillo silvestre, regala su sensacional repertorio, con su inseparable Clarín y sus compis portuenses. Este hombre lleva una lluvia de ritmos y melodías en su cabeza. "¿Qué tal va eso? Muchos días de festival, eh?", exclama el cantante. "Pregúntenle a Esteban". Esteban Fernández Perles, batería que esta noche hace doblete, cinco veces ha subido a las tablas el versátil músico.
La rica voz de Alondra Bentley se posa en el teatro con delicadeza, una luz tan tenue como sus canciones más profundas, y la inglesa criada en Murcia firma un bello concierto pleno de arpegios y excelentes maneras. Zapatos rojos, entre lo lírico y lo onírico. Hoy la gente habla bajito, despacito, muy educadita, tras cuatro días de tormenta musical y palabras al limbo. Si Bigott parece Toribio el Náufrago bailando sobre las nubes, Alondra canta para darle las gracias con suavidad. Al fondo se oye a la niñita de las coletas de los Brass Buttons, la espectadora más joven del festival, que no se ha perdido ni una puntada. Pone sus cinco sentidos cuando canta Muni Camón el impresionante disco escrito por Remate. La artista portuense colma de fantasía y belleza el recinto, Paco Loco aporta el fuego guitarrero si se tercia, Remate invita a todos los amigos al fin de fiesta y entonan un canto amoroso y agradecido al entregado público. Camón y Remate bordan un momento mágico.
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