Wicked | Crítica
Antes de que Dorothy llegara a Oz: la historia de Bruja Mala
Es un excelente conversador. Generoso en los recuerdos -de la mili, de los trabajos que odiaba-, cálido cuando evoca a ese público que ha crecido a la par que su carrera y comprometido si a la pérdida de derechos sociales deriva la charla. Manolo García (Barcelona, 1955) lleva 30 años on the road, un buen puñado de ellos los pasó, como usted sabe, al frente de ese quejío a medio camino entre el pop y el rock que fue El último de la fila, un grupo inolvidable, como muchas de las letras que este catalán con alma del sur ha escrito en un tiempo robado a la pintura, pasión que relegó por la música. Regresa hoy a Sevilla y el próximo día 8 de julio a San Fernando con la gira de Los días intactos, su quinto álbum en solitario. Entre tanto, atiende al otro lado del teléfono desde el estudio de "un amigo, cerca de Figueras".
-¿Qué anda grabando?
-Unos disparates nuevos.
-¿Para el nuevo disco?
-Trabajo con parsimonia. Para el nuevo disco no signifca que vaya a salir dentro de dos meses. Siempre tengo ideíllas que grabo y a lo mejor dentro de unos meses, las borro. La gente dice que tardo mucho en sacar disco, tengo mi método: trabajo, compongo, produzco....
-Los años sabáticos no existen.
-Para mí la música es vitalidad, le da sentido a los días. En lugar de estar haraganeando, prefiero coger la guitarra. Desde que despierto, tengo música. Muchos discos llevan acompañándome desde los 17 años.
-¿Cuáles son?
-Hay muchos que escucho periódicamente, como Rumours, de Fleetwood Mac, The River, de Springsteen, el primero de Veneno, Sisa, que tiene Galeta Galáctica, un disparate, todo Led Zeppelin... Los Beatles los oigo menos, pero los Rolling, de los 80 y 90, mucho más. En los últimos años, he descubierto a Green Day, Wilco...
-¿No reescucha sus discos?
-Cotidianamente, nunca. Sólo, a veces, cuando pasan los años, acudo a algunos temas y los meto en la gira, los refresco. Más que por descubrir o por analizar a otros, escucho música por placer: Lapido, que lo conocía de 091, Ivette Nadal, que canta en catalán y le pedí que colaborara en Los días intactos,Triana...
-A Triana llegaría hace ya mucho.
-Los descubrí con veintipocos, estando en la mili, en Gijón. En una salida del cuartel, vi unos carteles y me las apañé para ir a verlos. Yo hacía de bibliotecario y era pintor en el cuartel, pintaba murales con los escudos de zapadores... Muchas veces, al encargado le decía que tenía que ir a la tienda a por pintura y ya me escaqueaba media tarde.
-Usted es poco de escaquearse.
-En 30 años, sólo ahora he tenido que parar una gira por temas de salud [dos semanas, por una operación de apendicitis de la que estoy totalmente recuperado].
-La gira arrancó en Roquetas de Mar, ¿qué le une a Andalucía?
-Es más una mezcla de sensaciones. Creo que en otra vida he sido un romántico inglés del siglo XIX, de esos que idealizaban Andalucía. Tengo idealizada Andalucía. Mi patria es Cataluña y de joven, vi esos primeros festivales de calé-rock. Hubo un momento en el que surgió el rock mesetario, el rock layetano y el rock andaluz. Escucho a grupos en inglés y me gustan, pero cuando escucho a Triana, sus letras me llegan, cantan en mi lengua.
-Trabaja como un orfebre las letras de sus canciones. ¿Qué le inspira?
-Hay una intención de lirismo. No concibo cantar algo que para mí no sea importante. Igual lo que digo no cambia el mundo, pero a mí me arregla el día, es mi filosofía de bolsillo. Escribo y realizo un ejercicio casi terapéutico. Para mí no hay otra manera de pasar los días si no es pintando y componiendo. Ésa es mi patria y mi patrimonio.
-Suena a 'Los días intactos'.
-Los días son una oportunidad única de ser feliz. La mayoría del tiempo, estamos en una borrachera estrambótica donde los árboles no dejan ver el bosque.
-¿A la borrachera de información económica se refiere?
-Sí, hay una serie de factores externos que nos tienen abucharados, acojonados. Intento crear un muro de defensa frente a esa agresión del ánimo y la cultura es un oasis contra esta gran tormenta. Yo hasta los 30 años, quitando un estudio de diseño gráfico que sí me gustaba, he trabajado en cosas que, a priori, no eran lo mío.
-¿Como en qué?
-Pues en un almacén, moviendo muebles de metal para oficinas. ¡Madre mía, eran monstruosos! He sido también repartidor de cajas en una empresa de transporte. Y lo odiaba. Ahora bien, todo lo he intendo hacer con dignidad. Intentaba superar esa fobia de ir a la-mierda-esta-de-trabajo-que-tengo. Y la cultura siempre hace la vida más llevadera.
-Insurrección es uno de sus clásicos. ¿Contra qué nos debemos levantar?
-Contra la injusticia de que paguen el pato los que no tienen culpa y los que la han provocado, se vayan de rositas. Es estrambótico. Más allá de la cultura, es de locos que la educación y la sanidad estén llevándose estos palos. ¡Señores presidentes de comunidades y del Gobierno, sean mileuristas! No pueden mandar a morir a los demás sin estar ellos delante de la batalla, sin dar ejemplo.
-¿Cómo lleva que le pidan temas de su época en El último de la fila?
-Del pasado no reniego jamás. Yo puedo estar situado donde estoy, gracias a las diferentes piedras que he puesto en el camino. Desde que empecé con el primer disco con Los Rápidos, he sido muy respetuoso con el público. Una persona podría hacer cualquier cosa una noche y decide ir a tu concierto, eso es una resposabilidad grande. No sé si está bien que lo diga, pero me he dejado la piel. Jamás, nadie podrá decir que me ha visto desganado, siempre salgo al escenario contento.
-¿Y cuál es la clave?
-El amor a la música, que es sincera la idea. No empecé en esto porque no sabía hacer otra cosa. Durante diez años, fui músico de orquestas, de versiones y admiraba a los grandes de la época, hasta que un día decidí intentarlo. Eso se llama pasión por la música y tesón. Mucho trabajo.
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