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Rafael Rodríguez Villalobos. Director de escena
Jerez/Rafael Rodríguez Villalobos (Sevilla, 1987) pone en escena los días 18 y 19 de enero su personal ‘Orfeo y Eurídice’ de W. Gluck. Una propuesta hecha para cerrar heridas y que invita al espectador a mirar de frente, de la mano de una música y elenco maravillosos.
–Viene al Villamarta con ‘Orfeo y Eurídice’ como director de escena. Un Teatro que ya con 11 años frecuentaba como espectador.
–Para mí es muy emocionante porque el Villamarta, junto al Maestranza, es donde nació mi vocación. Yo vine al Villamarta por primera vez en enero de 1999 a ver ‘La flauta mágica’ con 11 años en la que actuaba Ismael Jordi. Mi vocación nació así. Yo he vivido aquí como espectador noches muy bonitas.
–¿Cómo es esta producción?
–Bueno, esta producción se basa en dos pilares, uno primero es la viudez a cualquier edad, que es el comienzo dramático que la inicia, con la muerte de Eurídice, algo que Orfeo no acepta. Y el otro es la idea sartriana de que el infierno son los otros, es decir, que son los demás con su mirada los que nos recuerdan en vida nuestro propio infierno. Es una reflexión que Sartre hace en la obra ‘A puerta cerrada’ y que tiene que ver con el segundo conflicto de la obra que es que Orfeo no puede mirar a Eurídice a la cara porque teme que ella en la mirada de él se dé cuenta de que está enferma. Los tres personajes, Orfeo, Eurídice y el Amor, se convierten en cuatro: la pareja de mayor cuando celebra sus bodas de oro y el personaje del Amor que está desdoblado que son el Amor de Orfeo (una Eurídice platónica) y el Amor de Eurídice (un Orfeo platónico) el día que se casaron. Ese es el punto de partida de una producción que juega con un tiempo líquido en el que muchos planos temporales se mezclan. Este camino que tiene que hacer Orfeo para aceptar la muerte de ella, su destino, es un camino que también lleva al espectador a recorrer la historia de ambos. También se reflexiona sobre dónde está hoy el infierno y el cielo en la tierra.
–¿Hace referencia de alguna manera a la actualidad?
–No exactamente. Yo soy un director bastante anacrónico, no me interesa tanto lo concreto y lo anecdótico como lo universal: el dolor, el sufrimiento, la enfermedad..., jugamos con las atmósferas. Es una dramaturgia que no tiene un tiempo concreto, es atemporal y metafísica, que reflexiona sobre todos estos conflictos de la mirada. Y el final trata de arrojar cierta luz sobre lo que es el luto, en el que él asuma desde la serenidad esa nueva etapa y que es feliz recordándola a ella como una figura platónica.
–¿Le ha marcado de alguna manera esta ópera, tal como confiesa que hizo, por ejemplo, ‘Turandot’?
–Bueno ‘Orfeo’ siempre me ha gustado mucho musicalmente. Lo que me marcó mucho fue ver la película ‘Amor’ de Haneke. Fue hace unos 7 años. Es un director que me gusta mucho porque me interesan esos rincones que son incómodos del ser humano y que al final son muy humanos porque es la realidad que nos toca vivir a todos. Me di cuenta de que el drama de ‘Amor’ tenía que ver con Orfeo y que el drama de él no tenía que ver con la juventud sino con la viudez. Eso coincidió con el fallecimiento de mi abuelo. Mi abuela decía que él había muerto muy joven y que no habían tenido tiempo. Mi abuelo murió con más de 80 años, ¡pero ellos tenían planes! Cuando terminé de ver la película me puse a escribir un ensayo reflexionando sobre ella y sobre Orfeo. Un dossier que mandé aquí y que ahora ve la luz. Es un proyecto que tiene siete años y agradezco a Isamay Benavente (directora del Villamarta) que haya tenido la disposición y haya confiado en mí y que lo vea digno de llevarse a escena. Esta es una obra fundamental en la historia de la música, también por su belleza. Los jerezanos tendrán la oportunidad, sobre todo, de ver a unos intérpretes fantásticos como son José Luis Sola, Nicola Beller Carbone, Leonor Bonilla y la dirección de Carlos Aragón, y de asistir a una producción que es peculiar e interesante, que afronta temas que son muy cercanos a todos nosotros. La vida hay que mirarla de frente y qué mejor manera de hacerlo que con una música bella que la soporte y con una historia maravillosa. Esta producción aspira a hacer reflexionar al público sin lastimerías. Está siendo una experiencia catártica para todo el equipo y espero que lo sea para el público.
–¿Es un homenaje de alguna manera?
–De alguna manera... Bueno, yo creo que todas las puestas en escena deben ser en sí un homenaje, críticas... Aquí se critica a las personas que no tratan bien a los enfermos, un homenaje a las que sí... Nunca tomo como punto de partida si es un homenaje o una crítica sino como una reflexión. De hecho, todo proceso creativo es una reflexión conjunta, de todos. No es fácil tratar algunos temas y no es fácil, por ejemplo, ensayar con un ataúd porque nos lleva a todos a situaciones que hemos vivido. Recuerdo que con el Coro del Teatro, algunos de ellos estaban incómodos, casi molestos conmigo, porque pensaban que yo era un chaval que llegaba aquí con mis tatuajes y mis piercings a frivolizar sobre un tema. Y yo les dije que yo esto me lo tomo muy en serio y que esta producción tiene que ayudar a cerrar heridas. Llevo a gala que un día una corista me abrazara y me dijera: "te quería ‘matar’ y ahora te digo que me estás ayudando en mi propio luto". Yo me planteo las puestas en escenas así, como un proceso de reflexión, de curación.
–
¿Su juventud es un obstáculo?
–Yo acepto mi juventud con humildad porque tengo mucho que aprender y me equivocaré mucho porque estoy empezando, pero sí veo que a veces hay cierto recelo a que un joven hable de determinados temas. Yo, cuando hablo de determinados temas, lo hago sin sentar cátedra, pero sí creo que mi posición de joven puede arrojar una mirada fresca y de inocencia de no haber vivido ciertas cosas que puede ser interesante. Me interesa rodearme de personas con más experiencia que yo para enriquecerme. Antes estaba más incómodo, ahora cada vez menos según voy cumpliendo años . Pero si alguna vez perdiera la ingenuidad me gustaría rodearme de jóvenes que me la ofrecieran.
–¿Su juventud acerca la ópera a los jóvenes?
–Sí, sí, aunque no trabajo pensando en un público sino en todos. Trato de hacer producciones que sean lo más fiel posible al espíritu de la obra. Lo que sí hago últimamente, y me interesa mucho, es dar charlas y sí que mi lenguaje de joven, por serlo, hace que estos chavales conecten con mi universo teatral y plástico porque han bebido de las mismas fuentes.
–¿Para qué se siente preparado ahora?
–De mí depende mi trabajo y mi reputación. En mi carrera los proyectos han ido creciendo en complejidad, en número de cantantes, coros más grandes... Ahora me siento preparado para hacer una producción más grande, para sentir la presión de un teatro grande y el gasto tan enorme que supone una producción. Yo tengo bastante respeto por el dinero público y cada vez me siento más preparado emocionalmente para asumir eso. Hasta ahora he hecho mucho barroco, contemporánea, del siglo XX... Mis siguientes pasos son las obras de repertorio.
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