Paisajes con alma
Diario de las Artes
En Cádiz, como en otros muchos sitios donde cualquier asunto esté manifiestamente vivo y sean de gran dinamismo sus desarrollos, existen grupúsculos de personajes que, aunque no ejerzan de excesivos poderes fácticos – o sí -, sus exuberancias dialécticas y sus estentóreos argumentos, crean unos apasionamientos y unos de estados de opinión que, al menos, centralizan y canalizan muchas de sus actuaciones. En el ánimo de todos está el inmerso poder ciudadano que tiene todo lo relacionado con el Carnaval. Pues esto ocurre, así mismo, en el universo artístico. Ciertas voces, interesantes o no; de solidez conceptual o no; de certezas constatables o no y de actuaciones creativas de cierta envergadura o no, poseen una desmedida influencia sobre una mayoría mucho más comedida y alejada de las extravagantes alharacas de los que más alto levantan la voz sin que, por ello, asuman una superior y absoluta posición de la verdad. Estos últimos, más anónimos y discretos, son artistas callados que sólo muestran su potencial entusiasta en la soledad de los talleres y peleándose ante en caballete, en el supremo ejercicio de la creación; llaneros solitarios ajenos a los excesos de los voceros de la nada y a los correveidiles de poco fuste creativo.
En el segmento de pintor pintor, alejado de comidillas y pamplinas de patio de vecinos se encuentra Pepe Palacios; artista de comprometido sólo con su trabajo y autor que únicamente accede a los supuestos de una pintura en la que parece creer y a la que impone su personal criterio, sin las influencias cuestionables de otros. Su obra parte de máximos figurativos que dejan entrever una justa y apasionante obra bien ajustada a los postulados pictóricos de lo que se lleva a cabo con solvencia y muy buen criterio artístico. Es autor de un paisaje lleno de muy buenos efectos representativos. Sabe estructurar con determinación las fórmulas de lo real, aquellas que expanden, con claridad, los exactos puntos interpretativos captados por una mirada que no se queda solamente en lo fácil sino que amplía horizontes hasta manifestar la propia esencia de lo representado.
Pepe Palacios no es pintor que retrate lo que el ojo ve; creo que en su pintura, aun plasmando los desenlaces de lo real, encontramos el alma de lo que existe y se manifiesta artísticamente. No hay, en ella, efectismos baratos que convenzan contemplaciones poco exigentes; no pinta la epidermis de la naturaleza, las bellas posiciones expresivas del paisaje cercano., sin más; en su pintura subyace el aliento de la naturaleza, el espíritu que da vida a esa realidad que desprende sentido y somete a una nueva conciencia estética lo elementos de lo real. En la pintura de Pepe Palacios se descubre el silencio que anima unos horizontes de exultante belleza, el viento que susurra y fortalece, el ritmo que hace vibrar y modifica el propio sentido del paisaje; en definitiva, todo aquello que vivifica y materializa el silente discurso del tiempo en la naturaleza.
Playas, dunas, vegetación costera… paisaje; esencia de lo simple, alma de lo inerte, motor sosegado que eterniza el sentido de unos horizontes cercanos que, además, el pintor materializa con un lenguaje muy especial, sin los estridentes argumentos expresivos de exageraciones y de cromatismos extremos. Los verdes y los tierras de Pepe Palacios son justos apoyos matéricos de un lenguaje plástico personal e intransferible.
La exposición de Rivadavia nos conduce por un acertado entramado paisajístico donde lo real se magnifica por un espíritu ideal que da vida y enaltece los simples registros de un paisaje bien conformado para que abra infinitas perspectivas de emoción.
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