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'Pasión y muerte de Suor Angélica', ópera de autor

Una propuesta no orquestal y a piano en un espectáculo digno de ser enmarcado, en el Teatro Villamarta

Una escena de 'Sour Angélica', el pasado viernes, en el Teatro Villamarta
N. Montoya

27 de noviembre 2011 - 05:00

(Suor Angélica. Puccini- O Welt, Ich Muss Dich Lassen. Brahms). Versión y dramaturgia: Francisco López. Solistas: Maribel Ortega y Alicia Nafé. Teatro Villamarta. Viernes 25 de noviembre de 2011. 20,00 horas.

Si Puccini levantara la cabeza y observara, casi un siglo después, lo que un director de escena andaluz hacía con su obra, le estrecharía en un abrazo tal que hasta los ángeles del cielo se estremecerían. Claro, que enfrascados como están en Italia con los desmanes de un tal Berlusconi, ni la Scala ni la Fenice se han percatado del lujo de cabeza creadora que desde hace años anda por estas tierras. Mejor para nosotros.

Todos conocemos las más importantes creaciones de Puccini, pero quizás en esta ocasión, la que se representó el pasado viernes en el Villamarta no sea de las más conocidas. Obras como ésta demuestran la complejidad de un autor, que era partidario de alterar los hilos argumentales en beneficio del cierre musical. En esta obra aparece también ese crescendo temático propio de él, desarrollando la trama con parsimonia hasta que acaba grandilocuente entre las bambalinas de la vida y la muerte. Tosca, Turandot y muchas otras, son buen ejemplo. Cuando Puccini empezó a creer en sí mismo quizás era ya demasiado tarde y de ahí las metrías de melodías no tan regulares con la influencia consabida wagneriana ni los planteamientos comerciales como otros autores de principios del siglo XX.

En un principio, la propuesta de este espectáculo a piano parecía arriesgada pero a la vez atrayente. Había expectación en los corrillos del hall de entrada sobre lo que se avecinaba y existían ganas de sentarse en las butacas a modo de cita a ciegas ante directores ya conocidos. A nivel escénico, la genialidad del dueto formado por Francisco López y Jesús Ruiz se volvió a disfrutar en un escenario. Luces y sombras, blancos y negros, ambiente intimista, tonalidades como protagonistas y un vestuario que reflejaba en todo momento las intenciones de sus protagonistas. Quizás el espectáculo visual se enriqueció en gran parte debido a la maravilla de creación lumínica que, como siempre, nos tiene acostumbrados, y que en este caso además consiguió llenar de sentimientos y de emociones los momentos cruciales de la producción. La esmerada ocupación de espacios, a pesar de algunas indecisiones, los movimientos en escena en segundos planos, la capacidad de mover como unidades visuales a los participantes y la enorme carga de intenciones en todas las creaciones de personajes, fueron impactantes. Todo el ambiente conseguido rezumaba un trabajo milimétrico, y en esta ocasión, aforando calles en líneas verticales cruzadas en busca de lo trascendente, con un escenario abierto y limpio en aras de lo inmaculado, y con la grandiosidad de un ciclorama que a nivel audiovisual impactaba y conseguía hacer latir en pocos metros las entrañas más divinas de lo humano.

A nivel musical, el éxito se basó en el triángulo artístico formado por la pareja protagonista y los directores musicales. De una parte, Maribel Ortega volvió a demostrar la fuerza de su canto, tanto por su atractivo color vocal como por la inmensa proyección de su instrumento. Todo ello pese a que el calentamiento sonoro en escena tardó algunos minutos en llegar. Inmejorables las notas en el ataque de la coloratura final de su aria, y los sobreagudos de varios momentos en los que la carga dramática buscando subir al cielo se empapa de profundidad espiratoria y de un elevado nivel de mantenimiento de vibraciones torácicas, sin duda, demostrando a los asistentes la carga de trabajo y de esfuerzo respiratorio que encierra este tipo de voces. Asimismo, la elegancia de Alicia Nafé quedó enmarcada en un hálito de timbre más rotundo que se plasmó igualmente sin signos de quiebre entre las voces registrales. En las apariciones que tuvo apareció con una muy limpia elaboración vocal y una enorme calidez en base a una destacable mordiente de voz donde se notaba la elasticidad de su laringe, dominando el repertorio con soltura.

El planteamiento no orquestal, salvado con elegancia por todos, aportó al mundo lírico actual una solución elegante a modo de medida de rescate a la lírica en tiempos de crisis. La apuesta, partiendo de quienes venía, es digna de elogios y plausible por lo de arriesgada, creativa y auténtica. El resultado, muy conseguido, redondo y lleno de matices.

Tanto la elegante maestra Silvia Mkrtchian así como Carlos Aragón, derramando una frescura y un amor por las teclas del piano tales, que llegaron a hacerse sentir más allá del proscenio; el coro femenino tan espléndido, entregado y disciplinado como siempre en lo coral y en los movimientos, la regiduría visible en su eficacia y en utilería y atrezzo, tan profesionales como siempre.

Habría que estar en la cabeza de Francisco López para conocer de primera mano el resultado de esta propuesta tras estrenarse. Una pena de quienes no hayan podido disfrutar de ella. Pero en la retina de todos los que asistieron la noche del viernes al Villamarta es seguro que quedó grabada una imagen: la de un espectáculo único con la capacidad de transmitir a través de las voces, las imágenes y los matices teatrales tal gama de sentimientos que por sí mismos dejaron de ser terrenales y se acercaron más al universo de las estrellas. Esas por las que Suor Angélica derramaba lágrimas. Las mismas por las que algún alma cándida del patio de butacas seguro que también lloró.

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