Pasiones y penumbras
Lectores sin remedio por Ramón Clavijo y José López Romero
Acabo de leer el último poemario que se añade a la ya larga trayectoria poética del autor José Lupiáñez.
Jerez/Adiferencia de los narradores, poco proclives a cambios cuando el método funciona, el poeta, el bueno, está en un permanente proceso de transformación y renovación, a menos que quiera convertirse en un productor industrial de poemas prefabricados. Y digo todo esto porque acabo de leer el último poemario que se añade a la ya larga trayectoria poética de José Lupiáñez titulado ‘Pasiones y penumbras’ (ed. Carena, 2014) y los cambios son significativos con respecto a ‘La edad ligera’ (2007), su penúltimo libro, cambios que nos muestran la permanente preocupación del poeta, la búsqueda de nuevos tonos que incorporar a su ya rico acervo literario. Una trayectoria poética la de J. Lupiáñez cuyas cifras pueden impresionar: el año que viene se cumplen los treinta y cinco de su primer libro ‘Ladrón de fuego’. Pero es que Lupiáñez –todo hay que decirlo- empezó muy joven en este siempre esforzado oficio de hacer versos. Una obra poética tan dilatada como fructífera y variada, con una exultante madurez que va del barroquismo, al intimismo y de este a una poesía escrita a luz de las pasiones y a las tímidas sombras de las penumbras. Pero ni en los poemas más apasionados la luz nos ciega, ni en las penumbras la oscuridad es tan completa. En muchos de estos últimos poemas se percibe un fondo de melancolía, consecuencia de una madurez que es conciencia de lo vivido y también de lo inexorablemente perdido. No nos sorprende el abundante uso del alejandrino, del heptasílabo, de estructuras estróficas tan clásicas como intemporales como el soneto (ya en alejandrinos, ya en endecasílabos. Magnífico el conjunto dedicado a los meses), y no nos sorprende porque sabemos del gusto clásico, la influencia que sobre Lupiáñez han ejercido (porque los conoce como pocos) desde Garcilaso (‘Voseo garcilasiano’), San Juan, pasando por Góngora, Bécquer hasta llegar al gran Darío, y porque ya en su ‘Número de Venus’ nos dejó excelente constancia de su dominio del alejandrino. ‘Sobre las aguas’, el poema que cierra la primera parte del libro, antes de comenzar con las ‘penumbras’ es un ejemplo del tono decadente, melancólico, misterioso e inquietante que domina buena parte de los poemas: “por esas ondas iba tu belleza, libre, / coronada de trinos, inventando reflejos / de gloria fugitiva, encendiendo deseos / y penumbras en mi alma…”. El poema inicial ‘Alguien me llama’ nos trae ecos del ‘pórtico’ de ‘Número de Venus’; y otros se resuelven en una de las constantes de la poesía de Lupiáñez: la captación de escenas que evocan momentos de un pasado que ahora, a la melancólica luz de las penumbras se recuerda (‘Niño antiguo’) o parecen leyendas en verso (‘Otoño en la Alpujarra’). La desnudez de la amada, los abrazos, las caricias forman parte de esas pasiones a veces efímeras, otras insatisfechas, otras interrumpidas (‘No le abras a nadie’). Pero también las penumbras, el compromiso con su tiempo (‘Éxodo’), la tristeza de los días (‘Día gris’) y, finalmente, el sentido de acabamiento y pérdida: “Adiós a cuantos fuisteis marineros conmigo, / cuando la mar nos daba con su furia en el rostro. / ¿Para qué la nostalgia? ¿Acaso fuimos libres? / Adiós, nuestro navío se ha perdido en la noche; / el puerto queda lejos y nadie nos aguarda.” (‘Canción del hereje’). ‘Pasiones y penumbras’, un libro pleno.
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