Peribáñez y el Comendador de Ocaña, de Lope de Vega. Clásica y actual a la vez

Crítica

La calidad de las puestas en escena de Noviembre Teatro, una vez más

Un momento de la obra Peribáñez y el Comendador de Ocaña, en el Villamarta.
Un momento de la obra Peribáñez y el Comendador de Ocaña, en el Villamarta. / Miguel Ángel González
Nicolás Montoya

07 de noviembre 2021 - 21:38

Título: Peribañez y el comendador de ocaña

Autor: Lope de Vega. Dirección: Eduardo Vasco. Compañía: Noviembre teatro. Reparto: Elena Rayos, Mar Calvo, Rafael Ortiz, Alberto Gómez, Francisco Rojas, Julio Hidalgo, Jesús Calvo, Manuel Pico, Daniel Santos.

La programación de una obra clásica en los tiempos que corren es un ejercicio de destreza y de riesgo ante un público cada vez más meticuloso con los espectáculos que elige. Un acierto. El conocimiento de la obra de Lope, Calderón y los demás reyes del siglo rimbombante de la literatura española está más que aparcado. Un error. A pesar de lo poco que se lee en nuestra sociedad actual, hay una conciencia generalizada del alto valor literario e histórico de dicha época. Una realidad. El recelo a acudir a obras clásicas por miedo al aburrimiento, un prejuicio real.

Por eso, poder imbuirse en el mundo de las historias de capa y espada, del costumbrismo y del honor, de los sonetos encadenados, de la música de pandereta y charanga y del olor a heno de la Mancha es un lujo. Y una necesidad para entender cualquier tipo de literatura posterior al Siglo de Oro. Más cuando se moldea un libreto de hace siglos para dotarle de frescura y cercanía y hacerlo fácil de asimilar con una escenografía clara, original e impactante visualmente y se subraya con una iluminación seductora y acertada, un ritmo de acción y tiempos conseguidos y un trabajo actoral que defiende la palabra en verso como herramienta básica de la producción para conseguir trasladar el espíritu que encierra lo que Lope de Vega quería contar. Los corrales de comedia con sus sillas de nea y sus patios al aire libre eran, en su momento, el centro neurálgico de la vida cultural de aquellos tiempos. Teatros como el Villamarta, se convierten como la pasada noche del sábado en un patio de butacas pero de aire fresco, con el tipo de adaptación de la obra de Lope que hace esta compañía. “Noviembre Teatro” se caracteriza por muchas cosas. Todas se pusieron sobre las tablas en esta ocasión. Para los muchos, demasiados, que se las perdieron el otro día, hay que recordarles que, siempre apuesta por la autenticidad y dignidad del libreto, pero facilitándolo al máximo, por el esmero y la metáfora en la puesta en escena, por la verdad del esfuerzo actoral y por la cuidada selección de números musicales como complemento casi necesario de sus obras.

Los romanceros de la época, los diálogos costumbristas, las palabras con rimas y musicalidad eran los recursos de los autores clásicos para contar historias. Todas con enseñanzas sociales. La tragicomedia del drama de Peribañez no es una excepción. Lo difícil es traerlo a nuestros días con talento y con tirón escénico. En esta ocasión, las desventuras de la pareja de recién casados, los enredos sobre el amor, el poder militar del comendador, la honra y el honor, se presentan de manera limpia, clara y concisa y con una carga de efectos lumínicos, sonoros y de figurines capaces de ser por sí mismos los verdaderos protagonistas de la obra. Gracias a los filtros, los focos de bambalinas, los de calles y los contras, se consigue un relleno de espacio completo y audaz y una profundidad única, dando importancia a un telón de fondo lleno de vida durante toda la obra, con pinceladas de contrastes en tonos acompañando a los sentimientos que traducen el texto, llenando de contenido los apartes de los diferentes diálogos, y oscureciendo los mutis falsos con la silueta en segundo plano de muchos actores.

El vestuario, por su parte, alcanza a crear protagonismo por sus texturas y colores, definiendo las diferentes acepciones del amor. Los trajes regionales y nacarados del blanco más inmaculado en una Casilda profundamente fiel a sus principios el amor puro. Los rojos y calientes definiendo claramente la pasión y el deseo sincero de un Peribáñez enamorado. Y los grises y oscuros típicos del oscurantismo de un Comendador de capa y sombrero con aires de superioridad y de sus adlátares en forma de buitres en busca de carroña como prototipo del amor interesado.

La música pastoril es la enésima protagonista narrativa. Lo es desde la presentación de los personajes y de la trama en los minutos iniciales, durante todas las secuencias de filtrados escenográficos y hasta en el epílogo detallado para dotar de ritmo el desenlace. Sin ella, el ambiente rural y costumbrista de las tierras de Castilla no aparecería. Sin ella, los momentos de transición entre escenas, no se entenderían. Sin ella, el ritmo de la producción no existiría. Unas notas musicales donde la pandereta, las campanillas, las maracas y las pequeñas percusiones logran crear ambiente de romería costumbrista dentro de la tragedia.

La escenografía es variada y efectista. Gran trabajo de los técnicos. El protagonismo de los diferentes tipos de telones es crucial. Con una forma progresiva de ocupar el escenario comenzando de menos a más, desde proscenio con el uso de telones colgantes hasta fondo con telones y superficies de madera castellana móviles, que acaban ampliando hacia un ciclorama fijo sugerente y perfectamente enmarcado para dotar de luces las siluetas y los perfiles de los gozos y las sombras que, a modo de personajes, aparecían y desaparecían. Es, en suma, una manera de ir agrandando los espacios del universo de los protagonistas, desde el mundo interior de la pareja con telas claras y limpias en el inicio de su casamiento y al final de la obra, hasta la oscuridad de los sentimientos de venganza y deshonor con que el Comendador va llenando la escena, pasando por los tonos dorados y plateados de las telas del conflicto desarrollado para que la maldad y el deseado derecho de pernada sea capaz de ocupar espacios sobre las tablas.

La nobleza, la dignidad y el honor como valores que se encuentran en el subtexto de la obra están bastante bien etiquetados en cuanto al guion adaptado. Las diferentes interpretaciones están al mismo nivel de maestría que la dirección escénica dando por bueno el resultado del trabajo previo que realiza esta compañía en todas sus producciones y subrayando la importancia de la parte actoral en la ocupación de espacios, la comunicación no verbal y la claridad de lo vocal. Un trabajo que se demuestra en el ritmo y en la meticulosidad de los personajes en sus monólogos o en sus salidas y entradas a escena de modo milimétrico. Noviembre parece querer que su trabajo siga la línea que defiende. Apuesta por una manera de entender la producción artística. Un espectáculo que se nos ofrece complejo y a la vez simple, lo que hace grande a una compañía. Eso se transmite.

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