Personal e indiscutible
Diario de las Artes
MARINA ANAYA
Galería Benot
CÁDIZ
He escrito en varias ocasiones que uno de los grandes problemas que acontecen en lo artístico de hoy en día es el excesivo intelectualismo que se observa en muchas de sus realizaciones. Parece como si la obra de arte tuviese que estar envuelta en un halo de absoluta seriedad; que las obras, para que tuviesen interés y rigor, debieran ser planteadas solamente con una carga de recogimiento y casi espiritualidad; que las piezas no pudieran sobrepasar unos límites de casi culto oscurantismo. Parece como si la frescura no fuese moneda de cambio en un arte revestido de encopetada afectación. Un mal que aqueja a una realidad artística que, con los nuevos planteamientos, se ve, incluso, aumentado. Hoy con ese poderosísimo conceptualismo que posee la creación no es fácil adentrarse por sus oscuros postulados llenos de insondables posiciones. La expresión artística es -o debería ser- más fácil; sin tantas argumentaciones rebuscadas que, muchas veces, no se las cree ni el que las lleva a cabo.
Marina Anaya se aleja de ese arte afecto a un absoluto encorsetamiento conceptual y plástico; a una realidad marcada por los argumentos de una excesiva intelectuación de un arte que es más fácil y verdadero que todo eso. A ella la hemos visto, ya, en varias muy buenas comparecencias en la que puede ser su galería natural en esta zona. Fali Benot siempre la ha tenido por una de sus grandes artistas; una autora convencida de lo que hace y convincente de cara a los demás. Pintora de ideas claras, de claras argumentaciones donde lo real asume una dimensión interpretativa distinta; con registros identificables no sólo por lo que expresan sino por lo que descubren. En primer lugar a esa artista de raza, poseedora de un lenguaje único, personal e intransferible . Con unos planteamientos pictóricos que dejan entrever el poder contundente de una pintora lúcida y con suficientes argumentos para no pasar desapercibida, para crear con su obra máxima expectación. Además, Marina Anaya realiza una pintura que es un relato muy bien ilustrado de una sociedad a la que ella otorga un especial sentido, una nueva dimensión donde todo queda supeditado a esa comprometida visión de una artista de mirada suspicaz. Su obra nos sitúa en una humanidad que desarrolla sus más cotidianas acciones pero que las hace desde una posición distinta y con felices manifestaciones.
La pintura de la artista palentina no se queda en un mero posicionamiento de lo más inmediato. Eso sería lo más fácil pero algo totalmente distinto a esa concepción artística que la anima y que da un paso adelante. Su realidad, tangente a los modelos canónicos de la pintura representativa, va más allá, cuestiona el orden pictórico establecido y posiciona la mirada en un estamento distinto; ese que genera la emoción por un especial desarrollo distópico. Y es que Marina Anaya cuestiona lo real, dejando que éste sólo manifieste la pureza de aquello que no muestra una contaminación social. Porque en la pintura de Marina Anaya encontramos ciertos registros de una velada denuncia social. Lo más inmediato parece resultarle incómodo. Por eso, le concede un nuevo argumento lleno de festiva trascendencia. Con sus personajes, esos modelos que ilustran un universo de posturas básica, los envuelve de una representación a contracorriente para que la propia representación formule una realidad mucha más esencial que la habitual. Plantea cada situación mediante un dibujo elegante, muy bien definido que estructura esa escena especial que ella quieren generar con su credo fino y bien constituido. Un dibujo que la artista compone con precisión para que su relato sea, todavía, más convincente.
En esta exposición, con un claro sentido evolutivo que se observa bajo una capa de infinita más trascendencia artística de cuando empezaba, Marina Anaya reduce, aún más, la línea conformante, siempre manifestada en esas gamas que la identifican -rojizas, verdosas, terrosas, azulonas- pero que acentúan y magnifican el propio sentido expresivo, que aumenta la dimensión del contenido haciendo que su obra marque, sin discusión, una nueva línea definitoria.
De nuevo, una de las felices artistas que componen el escueto pero completo catálogo que Fali Benot conserva, donde muy buenos realizadores plantean los desarrollos y desenlaces de una pintura que marca los postulados del gran arte de siempre, se hace presente en una muestra distinta, llena de valores y de intereses tremendamente atractivos. Un arte que es clásico, por eterno y que, jamás, dejará indiferente a nadie.
María Anaya es una de esas artistas necesarias que se ha de tener cerca para saber que el arte es mucho más que la traslación fiel de los modelos a las superficies de los soportes. La plástica debe tener alma y contar historias; ser verdadera, crear inquietud y llegar a todos. Las formas las pone cada cual. Marina Anaya lo hace con categoría y formulando una pintura personal e indiscutible. Una vez más, Fali Benot no se equivoca.
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