Priego de Córdoba

Vayan preparando la tortilla

Pasó el tiempo de la cosecha de la aceituna y llegó el momento de volar sobre montañas y olivos, dejando atrás Estepa, Rute, Puente Genil y Lucena. Sin querer nos encontramos tarareando una copla y recordando historias de bandoleros, buceando en la Andalucía Profunda de jacas alazanas y mujeres morenas, esa tierra de postal que olvidó la injusticia social y la sangre derramada durante siglos para brindar al mundo un brillo eterno de sol, palmas y castañuelas. Sin darnos cuenta hemos llegado a Priego.

El barrio de la Villa nos acoge con sus calles estrechas cuajadas de cal y flores. El Sur. El sur del Sur. El centro de la gracia y el salero. La estampa maldita hecha realidad para regocijo de turistas desnortados que pernoctan en casas llenas de macetas con calefacción, cómodas camas, desayuno continental y agua corriente. Jugar a ser El Tempranillo, a ser Carmen Sevilla cortejada por Luis Mariano al lado de un pozo. Convertirse por arte de magia en una pareja de talabarteros de un cortijo de Córdoba, entre arrayanes y adelfas. Vivir un sueño dulce de claveles y aceite de oliva dando la espalda a la historia, ciegos en el Reino de la Luz...

Priego fue un día una tierra negra de fuego y cuchillo, de luchas entre moros y cristianos, entre cristianos y cristianos. Una tierra de injusticia, de nobles y plebeyos, de marqueses ricos y campesinos muertos de hambre que no cesaban de pagar impuestos para que se levantasen palacios y un castillo de altas murallas que aún vigila unos olivares en los que ya no se esconden enemigos. Testigo silencioso de tiempos de guerra y llanto convertido en escaparate de pasadas atrocidades, engalanado de jardines y paneles informativos. Recuerdo constante de la broma que el destino quiso gastar a los hombres del Sur, llevándose por delante miles de vidas.

Pero no todo fue tristeza. Pasaron los siglos y Priego volvió a recobrar la paz y la prosperidad. Y conoció legiones de monjas y frailes, de sacerdotes y devotos que llenaron sus rincones de iglesias y conventos. La cruz y el incienso se unieron para crear un delirio barroco que llega a emborrachar a quien lo contempla. Toneladas de escayola labrada, pintada y dorada que suben por las paredes de los templos proclamando dogmas, fingiendo nubes llenas de santos, abriendo las Puertas del Paraíso a los pobres mortales.

Priego es la calle Río. Lo imposible hecho realidad. El triunfo de un pueblo que quiso imitar la grandeza de las fuentes de Roma. La naturaleza domada para nuestro deleite.

Hay que venir a Priego y caminar despacio hasta acariciar la orilla de la Fuente del Rey, sentarse en un banco y aguardar a que la belleza se pose sobre nosotros. Pronto notaremos el blanco del mármol del cuerpo del dios Neptuno y el brillo dorado de los caños de bronce. Nos arrullará el caer del agua y las ondas verdes poco a poco nos irán sumiendo en un profundo sueño que nos desvelará la verdad. Quedarán lejos los faralaes y la pandereta, las macetas de geranios y el quejío andaluz. Entonces aparecerán Europa y Bernini, el lujo de los papas y la fantasía barroca.

Es el momento de abrir los ojos y comprobar que Priego de Córdoba no es el escenario de una obra de los Álvarez Quintero, sino un milagro de la historia del arte universal perdido entre montañas y olivos.

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