Reescribiendo el siglo XIX

Literatura

'La Templanza', el tercer libro de María Dueñas, desarrolla la historia de Mario Larrea, que transporta al lector desde la joven república mexicana hasta el Jerez bodeguero de 1860.

Reescribiendo el siglo XIX
J.p. Lobato

17 de marzo 2015 - 06:55

La pluma de María Dueñas, cual cápsula del tiempo, revive con ‘La Templanza’ el Jerez clásico y bodeguero del siglo XIX como escenario final de la historia de Mauro Larrea. La obra arranca al otro lado del charco, en el México independiente de 1860. Como si de una historia actual se tratara, el lector conoce la vida del indiano a través de las deudas a las que tiene que hacer frente tras una ruina absoluta. Buscará oportunidades en La Habana –resumiendo al máximo la tercera obra de la puertollanera– y, tras ganar una apuesta, el destino hará que desembarque al sur de España donde Soledad Montalvo, una poderosa jerezana de familia bodegueros, hará que su destino se tuerza para siempre.

De esta forma, la autora del reconocido y exitoso ‘El tiempo entre costuras’, decidió que no había mejor sitio para presentar el libro internacionalmente que Jerez, donde ayer hizo un recorrido por el tiempo. ‘La Templanza’, con María Dueñas de embajadora, permitió hacer un repaso –in situ– de las calles, los edificios, las anécdotas y la historia de una ciudad que forma y de la que bebe la tercera parte de un libro situado en la época de máximo esplendor para el Jerez bodeguero.

El primer paso de este recorrido es la plaza Rafael Rivero, donde Mauro Larrea gana gracias a una partida de billar una desolada casa-palacio (en este entorno), una bodega inoperativa desde décadas atrás y una viña abandonada. El nombre de este palacete es el que da el título a la obra. El indiano, que pronto empieza a tomar fama de indiano rico prófugo, intenta por todos los medios vender las propiedades para regresar lo antes posible a México, cosa que se ve frenada por una cláusula testamentaria que obliga al difícil tránsito de la compraventa de las posesiones en su conjunto.

“Ya había oscurecido cuando partió hacia la plaza del Cabildo Viejo, plaza de los escribanos la llamaban también, actividad mañanera que éstos realizaban bajo la sombra de sus tenderetes (...). Ahora pateaba las calles tortuosas de la vieja ciudad árabe con las secuelas del trabajo bruto clavadas como aguijones en los músculos y las manos metidas en los bolsillos, oliendo a vino en el aire, esquivando charcos y perros vagabundos envuelto en un universo ajeno”.

Este fragmento narra una de las idas y venidas de Mauro Larrea a uno de los palacios de la plaza de la Asunción. Un universo ajeno para el indiano que poco a poco lo cautiva gracias, también, a las gracias de Soledad Montalvo, hija de bodegueros que vivía en una de estas casas en el enclave jerezano. La mujer, casada con Edward Claydon, es la última descendiente viva de la casa que gana Larrea en La Habana. No es de extrañar, ahora, la inseparable conexión entre las dos plazas.

Los muros de los salones del Alcázar son testigos, fieles y callados, en un baile del primer acercamiento “un paso más allá” entre Mauro y Soledad. La autora lo revela en la visita a uno de estos espacios mediante la lectura de otra página de ‘La Templanza’:

“La fachada del palacio barroco del Alcázar resplandecía mediante las antorchas insertadas en anillas de hierro en las jambas del portalón. Fueron prácticamente los últimos en llegar, provocando sin quererlo todas las miradas giraron hacia ellos como un solo hombre. La nieta expatriada del gran Matías Montalvo, dentro de un espectacular vestido azul de Prusia que exhibió tras dejar resbalar desde los hombros la capa de piel. El indiano, con un frac intachable y estampa de próspero hombre del nuevo mundo de regreso a la vieja piel de toro (...). Hubo pues saludos y cumplidos en un ambiente tan exquisito como cordial.

– Soledad, querida, qué alegría tan inmensa volver a tenerte entre nosotros.

– Señor Larrea, grandísimo honor al acogerle en Jerez”.

La última parte de la visita y las explicaciones de la obra de María Dueñas tuvo lugar, como no podía ser de otra forma evocando a una obra en el Jerez bodeguero, en González Byass. La autora, acompañada de historiadoras, fue contando, en cada enclave, las anécdotas y la historia del Jerez al casi medio centenar de medios de comunicación citados en la ciudad. Quiso adelantar, pero sin desvelar demasiado, la tumultuosa historia entre el indiano y la jerezana, cuyo final aseguró sorprenderá. En más de una ocasión aseguró sentir “un pellizquito en el estómago” por el libro que se pone a la venta hoy.

La de ayer no es la única cita programada de la reconocida escritora en la ciudad. Esta noche, a partir de las 20,30 horas, María Dueñas presentará ‘La Templanza’ en los Museos de la Atalaya. La entrada al recinto es gratuita hasta completar aforo y durante el evento, la autora firmará los ejemplares de todos los seguidores de su pequeña pero exitosa bibliografía.

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