Sentimientos encontrados: tristeza y alegría en la boda del año entre Tina Sainz y Álvaro de Luna
LA CRÍTICA cine
Una propuesta teatral llena de encanto pero muy comercial

EL HIJO DE LA NOVIA Dirección: Garbi Losada. Reparto: Álvaro de Luna. Juanjo Artero. Tina Sainz. Mikel Laskurain. Dorleta Urretabizkaia. Teatro Villamarta. Jueves 22 de octubre de 2015. 20.30 h.
Nicolás Montoya / JEREZ
La noche del pasado jueves se presentó en nuestra ciudad una obra teatral que en los últimos años ha dado mucho que hablar gracias al éxito de la película El Hijo de la Novia. Una propuesta arriesgada en un principio pero llena de atractivo para el público porque la huella que dejó el film de Campanella fue tan generalizada que creó adeptos en todo el mundo y llegó incluso a diseñar una nueva forma de hacer cine desde el sentido del humor y la ironía. Un nudo argumental archiconocido, donde las prisas de la vida moderna chocan con la cruda realidad de una enfermedad como el Alzheimer, que es tan familiar en muchos hogares. Una reflexión sobre la vida, los fantasmas de cada mente y el deterioro del ser humano de manera inconsciente o consciente. Una defensa de las emociones primarias, donde tanto la melancolía como la soledad quedan reflejadas en los seis personajes que aparecen. Una adaptación teatral, apoyada en el nombre de grandes actores y actrices, que a su vez, son el gancho perfecto para llenar un patio de butacas. Así fue esta de vez de nuevo en el Villamarta. Es curiosa la respuesta del público ante este tipo de ofertas, y preocupante la falta de la misma ante otras apuestas teatrales que hace nuestro teatro, y que por ser menos conocidas o no contar en su elenco con nombres televisivos o mediáticos, acaban con entradas muy pobres.
El teatro que se nos presenta acartonado, muy trillado y con pocas aperturas a la sorpresa acaba por provocar desazón. Esta función va en esa línea. Comienza con una buena presentación de los personajes, una introducción de la acción muy dinámica, una puesta en escena brillante y un texto que es un lujo para cada actor que lo desarrolla, pero conforme avanza la obra, ésta acaba por enmarañar la escena de sonidos estridentes, de transiciones caducas, de soluciones demasiado a la ligera y de mutis reincidentes. No es capaz de conseguir que el espectador reciba emocionado a los personajes y los recursos están muy poco claros. Sin duda, con la buenísima intención de contar una historia cinematográfica, pero supeditada a un escenario teatral, la dirección de actores apuesta más por la transmisión de imágenes visuales en la retina, que por el trabajo expresivo de los actores, lo que acaba por limitar los diálogos en función de un decorado poco esclarecedor a expensas de empobrecer la dramaturgia como si una pobre obra de televisión encorsetada se tratara, entre tres paredes, con las cámaras fijas entre bastidores y fotogramas sucediéndose sin solución de continuidad de manera poco convincente.
Lo importante a resaltar, el buen tono de todos los actores, y en especial un muy implicado Álvaro de Luna, al que se le encontró sobrado de tablas y de capacidad de emocionar. Los personajes perfectamente definidos y claramente elaborados. Cotidianos y a la vez histriónicos.
Muy logrado el ambiente conseguido por momentos donde se mezclaron la comedia y la tragedia a la vez. Fidelidad a la sociedad argentina de hace unos años, trasladada a la española actual, que salvando las distancias, tampoco quería conseguir, en esta producción, ser una copia de la película, ni parece querer que sea así. Eso sí, sin tantas exageraciones ni metáforas. Sin aspavientos. La claridad del texto en este libreto es lo fundamental y ayuda a una dicción concisa y clara. La iluminación y los efectos sonoros hicieron el resto. La representación deja la sensación de que el naturalismo en la comedia es posible para hacer muy superficial la propuesta pero también la escenografía, al margen de criterios técnicos, estéticos o plásticos, estuvo impregnando todo el escenario de luminosidad nacarada con unos rompimientos de paredes muy blancas, a las que los juegos de filtros de luces les proporcionaba más o menos protagonismo y donde las puertas y los espacios insinuados tuvieron más presencia de la necesaria.
A destacar la colocación en la escenografía frontal, y en primer plano, de multitud de cuadros y fotografías, que remarcaban permanentemente el pasado. Un pasado, con un alto significado escénico, coronado por la fotografía de la protagonista de la boda, una Tina Sainz de hace décadas que todos recordábamos y que a modo de ojo de gran hermano nos escudriñaba desde su cáncamo con mirada acusadora hacia nuestros ojos. Una mirada que se antojaba cruel ante el envejecimiento y el paso del tiempo en escena, y que se hacía presente cada vez que una dama de pelo cano sin recuerdos era capaz de reírse hasta de su sombra a cambio de que el espectador fuera capaz de discernir sobre la realidad o la ficción, sobre la vida y la muerte, sobre la representación pictórica de nuestro cuerpo o el propio cuerpo. Nada real pero a la vez todo muy realista. Un mundo de recuerdos que se imprimen en algún papel kodak o en alguna neurona olvidada.
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