Sutiles líneas de impresión
No es una exageración, ni mucho menos, afirmar que, en estos días, Jerez, gracias a su Festival, se convierte, en una auténtica meca del baile flamenco. La ciudad es, en estos momentos, más que nunca, centro internacional de un Arte que es Patrimonio de la Humanidad y que, aquí, muchos lo experimentan y lo ejecutan con un sentido muy especial, con un compás distinto, único e intransferible. Por unos días, todo gira alrededor del baile; el Festival de Jerez atrapa la realidad de propios y extraños; sobre todo de los muchos visitantes que se acondicionan a la ciudad buscando encontrar su esencia, esa que destila Arte por muchas de sus esquinas. Sólo hay que saber encontrarlo y vivirlo con intensidad por peñas, tabancos, instituciones y el propio Villamarta, convertido en catedral superior donde el gran rito se hace, cada noche, sustancia tangible y donde se escenifica un hecho máximo interpretado por unos sumos sacerdotes de un Arte casi imposible.
No ha sido esta edición del Festival de Jerez demasiado activa en lo que a exposiciones artísticas se refiere - ni en cantidad ni en calidad -. En otros años las Artes Plásticas relacionadas con el baile han proliferado y han tenido una especialísima dimensión. Además de la dedicada a la genial Angelita Gómez en el centro Andaluz del Flamenco, unas pocas sobre fotografía - Paco Sánchez en los Claustros, Claudia Ruiz en el Damajuana, Miguel Ángel González en la Guarida del Ángel y Paco Barroso en la calle Cantarería -, además de esta que nos ocupa en la sala de la Calle San Pablo sobre la obra pictórica de Carlos Jorkareli, un pintor afincado en Arcos que hace trascender, con su pintura, una parte de esa profunda realidad mediata que se desarrolla en torno al arte flamenco, especialmente al baile.
La exposición nos sitúa por los expresivos parámetros pictóricos de un autor que luce una línea compositiva precisa, clara y determinante; línea dibujística que estructura un desarrollo artístico muy bien construido, a veces con gran economía de medios plásticos y exactos encuadres que generan asuntos de poderosa conformación formal, a veces con desenlaces artísticos bien sustentados pictóricamente y argumentados conceptualmente, en este caso dejando que la realidad flamenca posiciones sus rasgos de profunda expresividad.
La pintura de Carlos Jorkareli acusa la entidad de un pintor con oficio, sabedor de cómo llevar a cabo, con suficiencia, cualquier circunstancia, en esta caso la difícil magnitud artística del flamenco, esa que genera infinitos matices a los que el pintor concede su absoluta potestad plástica y estética.
Estamos ante una pintura que desarrolla múltiples registros; sobre todo, aquellos que dejan impresionados en la mirada y en el alma, la expresividad sublime del flamenco. Pintura gestual, poderosa y contundente pero, siempre, tamizada por una sutil línea interpretativa.
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