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Tribuna libre
BAJO la más amable sombrilla que puede resguardar a la memoria, la amistad, se presentó ayer en la Bodega de San Ginés de los Consejos Reguladores de los caldos jerezanos, el libro 'Las lágrimas del vino. Trazos de memoria de Manuel Domecq Zurita', de la destacada letrada jerezana Carmen Oteo. La presentación estuvo a cargo del poeta Francisco Bejarano, Premio Nacional de la Crítica. Tanto Carmen como Paco, son más que amigos de Manolo, casi como primos hermanos, diría yo; que lo es Beltrán, el presidente del Consejo anfitrión de este protagonista irrepetible.
Manolo es perfeccionista en su trato; Blanca, su madre, le había enseñado todas las buenas maneras desde la cuna - incluso a derramar pocas lagrimas-, más Manuel trae en su genoma todas las aptitudes para ser uno de los grandes señores de Jerez y del jerez. Y toda vez que la autora ha guardado, con celo, cada capítulo de su libro - que solo ha participado parcialmente a algunos de sus contertulios- a pesar de haber adquirido el nuevo libro aún no he llegado a descubrir el sentido de su sugerente título. No obstante, desde que recibí - con atenta antelación- su convocatoria al acto de presentación, me ha dado tiempo de consultar el glosario de 'Los misterios del jerez', de Beltrán; Jerez-Xerez-Scheris, de su tío Manuel María, incluso el 'Diccionario del Vino de Jerez', de Pemartin, sin éxito en lo referente a "las lágrimas del vino"… pues… solo me queda suponer, que Carmen Oteo se refiere a cómo bajan dulcemente, por el cáliz de la copa, al agitarlos, los vinos amorosos y que son muestra de su solera y calidad; lo que es también atributo de Manolo; quien une a la gentileza para seducir en el trato, la habilidad y clarividencia en la negociación, la elocuencia en la exposición y la memoria para recordar todas las vivencias y anécdotas pasadas. De las que Carmen Oteo no regatea ni una en este libro intimista. Y Paco Bejarano mostró que la musicalidad, intrínseca de su poesía, la alcanza también en la prosa, cuando se trata de la amistad.
Los pares de Domecq Zurita, otros ilustres bodegueros del Marco - que los hubo, y hay destacadísimos y muchos asistieron a la presentación; pertenecientes a las decenas de consejos de administración que hubo, y hay, en la Zona y Sector; y sus primos - cuando estaban ellos en las vicepresidencias comerciales internacionales, enológicas y técnicas y en las direcciones de I+D+i de las Bodegas - realmente acogieron, hace ya cuarenta años, a un joven ejecutivo procedente de la mayor multinacional de la bebida, sin ninguna reserva, como obviamente correspondía a alguien de los suyos por los cuatro costados: Domecq, Zurita, González-Gordon… Quien además tenía, y conserva, la imagen propia de un político americano. Y en verdad que Manolo fue el mejor embajador de su Casa bodeguera y Marcas por medio mundo y en la Sede jerezana, donde ser recibido por "el Señor Manuel Domecq Zurita" era el privilegio que anhelaba cualquier colega bodeguero, periodista extranjero o comerciante internacional. Y de ello ha de dar buena fe el libro, que ya tengo sobre la mesa de lectura.
En aquellos años setenta, Manuel Alfonso seguía siendo un dandi elegante - casi como en la foto de la portada de la nueva obra - cuando era aún un soltero de oro. Y hasta ahí, todo parecía ser lo normal - en un hijo de las dos principales familias bodegueras - más quedaba por ocurrir lo mejor, como en un posible romance corto de Rafael de León: "En Sevilla y ya treintañero/ élle quito su pareja del baile a un marqués/ y a la mocita que el pretendía/ le prometió un palacio en Jerez". Y es que el panegírico que se le haga, en el libro - o en esta crónica de urgencia- solo se completa a partir de aquel momento. Carmen Cristina, su mujer, llegó a ser no solo es la mujer de su vida, sino la amiga del alma, la madre cristiana de sus tres hijas y a formar el mejor tándem en la dirección - por elección compartida y responsabilidad histórica- de su inmensa casa y solar de sus mayores.
Manuel y Carmen, adquieren entre 1980 y 1992, el total del Palacio de Campo Real, que llevaba casi siete siglos en su familia materna. El solar de Benavente, de media hectárea urbana, donde había sido erguido y labrado en 1545. Se había completado el palacio en 1630 con el cierre de su segundo cuerpo y remodelada su fachada a neoclásica a final del siglo XVIII, más interiormente necesitaba no solo una restauración , sino una rehabilitación en profundidad, lo que inicia el matrimonio Domecq- López de Solé, planta a planta, ala a ala, con un criterio historicista y de tan refinado gusto, que su culminación con motivo del 75 cumpleaños del vizconde de Almocadén, junto con la catalogación y conservación de su Archivo histórico, hace que sea nombrado Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras de Jerez.
Manolo, como sabrán de él, es un hombre del siglo XX, pues tiene en sus gustos y costumbres, como los aristócratas de siempre, una cultura universal y humor e inteligencia clara. Sabe a quién quiere bien entre sus muchas amistades y lo que quiere en todo momento. En el palacio de Benavente, celebraron la comunión y bodas de sus tres hijas: Blanca, Belén y Berenguela. Allí recibieron a Severo Ochoa y a Plácido Domingo - cuyas visitas cuenta con detalle -y a todos sus amigos de las letras y las bellas artes. La excelencia, es su meta y la logra en sus ser y estar, como la hemos disfrutado nueve de sus privilegiados contertulios, durante una década, que creo que es en parte lo que ha dado buen pie y mejor mano a Carmen Oteo, para hacer tan cuidada- con la Editorial Renacimiento- la biografía autorizada de Manuel Domecq. ¡Enhorabuena!, y léanla, no se la pierdan.
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