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La crítica | Gala 25 Aniversario
Jerez/La gala del XXV aniversario que ha celebrado el cumpleaños de la etapa actual del Villamarta celebrada ha confirmado muchas cosas. Que Jerez cuenta con un centro cultural a la altura de los mejores. Que las ganas y las ilusiones siguen intactas. Que la calidad no está reñida con la cercanía al público. Pero sobre todo que, la apuesta que, en su momento, hizo esta ciudad ha tenido un recorrido cultural de un alto nivel plasmado en todos los ámbitos de las artes escénicas.
Beethoven ha estado presente. Ha participado y ha traído a sus amigos a una fiesta. La gala ha contado con el sello de un director de escena crucial en estos veinticinco años de la ciudad de Jerez y de un director musical que ha crecido entre las bambalinas de este teatro y que ahora comparte arte musical. Una gala fundamentalmente visual y sonora. Una gala que consigue embaucar desde el principio al público. Un público que, en su inmensa mayoría, se ha sentido copartícipe de la noche desde el primer momento habida cuenta de la predisposición mostrada al querer estar presente en una noche así. Una celebración especial con gente especial. Una fiesta del sonido y del color centrada en las señas de identidad propias del Villamarta en estos años, el género lírico y el flamenco. Preludios, intermezzos, romanzas, arias, coros de zarzuelas, la guitarra flamenca, las granainas, el fandango, el baile flamenco y la danza. Las proyecciones han apoyado a modo de memoria histórica y los mensajes de felicitación se han intercalado entre las actuaciones.
Una gala dinámica y rica en emociones que ha sido moderada por el tenor José Manuel Zapata a modo de maestro de ceremonias y que ha dado la nota de humor en sus intervenciones. Una gala que ha rezumado fortaleza internacional en las felicitaciones y andaluza en el compromiso, pero, sobre todo, una gala muy jerezana, con protagonismo especial para dos de las figuras actuales del bel canto como Maribel Ortega e Ismael Jordi. El propio tenor José Manuel Zapata. La guitarra de Javier Patino. Mercedes Ruiz al baile. Felipa del Moreno al cante.
Las academias de Maria Jesús Durán y de Belén Fernández. El director de orquesta jerezano Juan Luis Pérez. El impresionante coro del Villamarta, la reconocida regidora Carmen Guerra y todo el equipo técnico y de sastrería que durante años ha sido el soporte vital y necesario de un teatro engrandecido por jerezanos que acaba brindando en el epílogo del vinillo de Jerez en el último cuadro de Don Gil de Alcalá.
Los valores de la cultura como estandarte de las emociones se han dado cita en las casi tres horas de espectáculo. La imagen del camino recorrido en busca de la identidad en el Va pensiero, a través del coro de Nabucco, refleja a las mil maravillas la apuesta y la identidad del Villamarta durante estos lustros. La osadía para encontrar respuestas ante la adversidad en la calidad orquestal de Tosca. La frescura de la Carmen de Bizet, representada en la alegría y la ilusión por el futuro de un teatro y de un coro de niños jugando a ser mayores. El mimo del amor por la cultura de la Senza Mamma. El ritmo y la fuerza de Bellini para ir a por nuevos retos. La nostalgia como paradigma de la celebración ha estado presente, pero sobre manera en el dueto aflamencado de Zapata con Felipa que nos llena de sentimientos de dulzura y nos eriza la piel con el compás del cante jondo. El embrujo y la sensibilidad de la música callada del baile por la que este teatro ha querido apostar simbolizado en un mantón en las manos de una pintora del cuerpo, unas castañuelas en las muñecas o dos bailarines danzando, hacen que el preludio agitanado del tercer acto de la ópera Carmen, el fandango o el intermezzo de Cavalleria Rusticana adquieran aires de ensoñaciones gracias a la cuidada selección de imágenes de fondo y a la inmersiva iluminación evocando la magia y el embrujo de lo que se espera en el futuro. La belleza de números como el coro de románticos y el fandango del último acto de zarzuelas como doña Francisquita junto a la alegría final del brindis jerezano abrían las ventanas del Villamarta al aire limpio del futuro.
La puesta en escena ha sintetizado perfectamente las directrices de un espectáculo hecho a la medida de sus participantes. Entre lo cinematográfico y lo teatral. Con un escenario encuadrado y diseñado para crear profundidad en proscenio y con ciclorama de fondo enmarcado para servir de apoyo visual a las proyecciones. Perfecto engranaje de éstas con oscuros diseñados para limpiar los numerosos entradas y mutis que este tipo de espectáculos requiere. Los dos marcos laterales sirven para dar significado emocional al corazón del escenario, porque se han enmarcado los cuadros y las escenas a modo de pinturas escénicas con el rojo-fuego, el verde bucólico, el azul turquesa o los fotogramas de escenas reales de espectáculos del Villamarta en todo su esplendor y con lámparas, vestuario y maniquíes presentes, a ambos laterales del escenario, a modo de testigo mudo pero, a la vez, elocuente, de las huellas indelebles de tantos años de creación. Maribel Ortega ha transmitido emoción y profesionalidad. Segura en los agudos y rica en matices de las subidas y bajadas. Perfecta sincronización con la respiración, limpieza del timbre en los tramos medios con potencia y buena articulación. Muy profunda la Casta Diva y llena de intenciones su Marinela. Ismael Jordi, se ha escusado a causa de encontrarse indispuesto, no ha podido cantar el repertorio previsto y ensayado durante varios días, pero con el detalle de acercarse para brindar junto a la soprano al final de la gala recibió el calor del público. Rememoró a ese niño que estuvo sentado hace veinticinco años en la inauguración del 1996 disfrutando de su posterior maestro, Alfredo Kraus, ofreciendo unas notas de fin de fiesta junto a Maribel Ortega.
La calidad vocal y dramatúrgica del coro del Villamarta ha quedado de nuevo patente, soportando el peso de la gala con maestría. La presencia de sus directores ha ofrecido una estampa tierna y a la vez necesaria del gran trabajo realizado para dotar de coro propio a una entidad como ésta. Las notas flamencas se han acoplado perfectamente al discurrir de la gala, dando una vuelta de tuerca a la calidad de la misma. Las otras músicas, los villancicos, los innumerables tipos de espectáculos y el teatro como tal han tenido sus pequeñas pinceladas en los brazos de la dramaturgia creada para la ocasión aunque fuese en un formato de gala. Una forma de crear un subtexto en el que todos los movimientos escénicos han sido medidos con pulcritud, las escenas han respondido al conflicto planteado con la ayuda musical, donde el alma se ha visualizado en la presencia de un piano de cola como director de orquesta, donde todos los instrumentos vocales han estado afinados y la batuta escénica desde dirección ha posibilitado que la obra tome cuerpo de manera sui generis: la del agradecimiento a estos años de andadura y por otra, la de demostración de sentimientos acumulados en una noche, en un escenario, en un patio de butacas, a través de un libreto técnico en la que han primado los sentidos para que el ambiente intimista recrearan el alma, corazón y vida de un proyecto. Después de tantos años, lo correcto sería seguir en la brecha. Sobre todo, porque las almas, los corazones y las vidas de las generaciones venideras nos lo agradecerán. Que sean muchos más.
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