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Alandalus, todo junto
Alandalus. Oriente en Occidente | Crítica
Oriente en Occidente, el encuentro. Es lo que dio lugar a Alandalus, sin el alienante guión, como defiende el profesor Emilio González Ferrín.
La ficha
Alandalus. Oriente en Occidente. Emilio González Ferrín. Shackleton Books. 240 páginas. 19,90 euros
Al lector desprevenido quizá le sorprenda lo que entendería como una chirriante errata en el mismísimo título de este libro: Alandalus. Emilio González Ferrín, profesor de pensamiento árabe e islámico en la Universidad de Sevilla, disipa todo error. A su decir, si asumimos una serie de arabismos en nuestra lengua y los escribimos sin aditamentos extraños (almendra, alféizar, almohada, etc), ¿por qué –se pregunta– este guión alienante que nos lleva a escribir al-Ándalus? De ahí su Alandalus, todo junto.
El también autor del reciente ¿Qué es el Islam? señala que definir Alandalus como la España musulmana es equivocado (el islam con minúscula es la religión y su adjetivo es musulmán; igual que Islam con mayúscula es la civilización e islámico su adjetivo, mientras lo árabe sería el idioma y una forma de cultura). Para la península ibérica, González Ferrín prefiere hablar de la España árabe (recuérdese “el alma de nardo de árabe español” de Manuel Machado). No ajeno a sonadas polémicas, para el islamólogo no existió en el 711 una conquista islámica como tal, dado que en aquella hora y en atención al adjetivo “islámico”, el Islam todavía no existía como civilización. La importancia del año 711 obedecería a una ideología (el nacionalcatolicismo), que sigue puesta al servicio de una interpretación histórica inexacta o, cuando menos, matizable.
Si en Mahoma y Carlomagno (1935) el historiador belga Henri Pirenne dio a entender con polarizante voluntad que la Europa del norte habría heredado Roma y la Europa del sur el caos islámico, González Ferrín lo refuta por completo. Su tesis muestra que el islam primigenio no llegó a España por la fuerza del alfanje, sino como expansión y amalgama de un sur mediterráneo, gracias al comercio y a los flujos migratorios. El Mare Nostrum se había convertido en un espacio lagunero de continuidad civilizadora grecolatina, lo que propició, ya en suelo ibérico y coincidiendo con la extensión geográfica de la península, una entidad cultural propia. Esto es, un Oriente en Occidente. De ahí Alandulus, que sería, como explica el autor, una retroalimentación de lo oriental, pero sobre la base de unas poblaciones arabizadas y conectadas desde siempre por el mecanismo esencial del Mediterráneo: el comercio. Por todo ello, sin el arquetipo base, habríamos dejado entonces sin trabajo a don Pelayo.
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