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Alberto Rodríguez, el cineasta honesto

Cine

Luis Álvarez Borrero y Pedro Álvarez Molina repasan en un libro, distinguido con el Premio Asecan, la trayectoria del director de ‘La Isla Mínima’

Rafael Cobos, un nadador cargado con mochila

Luis Álvarez Borrero y Pedro Álvarez Molina, autores de ‘Alberto Rodríguez. Director de cine’. / José Ángel García
Braulio Ortiz

01 de agosto 2024 - 06:30

La “honestidad” de un cineasta “hijo de su tiempo” que “nunca ha querido contar lo que no conoce”, un creador en el que confluyen “la formación, el talento y el atrevimiento” y que ha sabido atraer al público mientras mantenía “una visión autorial” son algunos de los aspectos que desgrana Alberto Rodríguez. Director de cine (Sílex), una obra escrita por Luis Álvarez Borrero y Pedro Álvarez Molina que fue distinguida como el mejor libro del año en la última edición de los Premios Asecan.

La semblanza arranca reivindicando al padre de Rodríguez, que trabajaba en RTVE y “una figura fundamental no sólo para su hijo, también para el colectivo de futuros cineastas que se forma en Camas, en la barriada de Coca de la Piñera, donde viven también el sonidista Daniel de Zayas y el director Paco Baños. Al padre le fascina la técnica, y le contagia este entusiasmo a esos chavales”, cuentan los autores, que también exploran en sus primeros capítulos el “magma” que se extiende más tarde por la Facultad de Ciencias de la Información, el Instituto Néstor Almendros, el Centro Andaluz del Teatro o la Alameda de Hércules, “un caldero lleno de pólvora puesto al fuego” como lo define Manolo Solo, uno de los implicados en el hervidero de creatividad que bulle en la Sevilla de finales de los 90. 

Es precisamente un videoclip para Los Relicarios, el grupo de Solo, la primera aventura londinense en la que se embarca Rodríguez. Pronto llamará la atención con el tándem que forma junto a Santi Amodeo, gracias al corto Bancos y el largometraje El factor Pilgrim, que tras un rodaje marcado por las limitaciones y los percances –un técnico llegó a electrocutarse “y echaba hasta humo”; Álex O’Dogherty “era el actor... y el que maquillaba”– deslumbró con su frescura en el Festival de San Sebastián. “Alberto dice que para él lo que ocurría en esos años era caótico, pero leyendo este libro comprendió que todo tenía sentido. Suele pasar que cuando vives algo te parece azaroso y con el tiempo comprendes que al final había una lógica”, analiza Álvarez Borrero.

El ensayo reconstruye a través de testimonios y anécdotas la singular y sólida trayectoria de Rodríguez, leal siempre a los compañeros de viaje en los tiempos de la Generación Cinexín. Una pandilla con tanta voluntad e intuición como desconocimiento del funcionamiento de la industria y que suscitaría recelo en el séquito desplazado desde Madrid para la grabación de El traje. “Éramos unos salvajes que hacíamos las cosas sin saber siquiera que había unas reglas”, rememora Rodríguez sobre su primer largo dirigido en solitario.

Para los autores del libro, los profesionales del sur están planteando en ese rodaje “una nueva forma de realizar las producciones audiovisuales. El cine es un oficio muy jerarquizado, pero ellos aportan una visión mucho más horizontal, lejos de esa estructura donde el de arriba impone su criterio y los demás se limitan a cumplirlo con eficiencia. Alberto continuará con esa dinámica por siempre: se rodea de un equipo de colaboradores que a la vez son amigos, y que le aportan sus opiniones”.

“Rodríguez no ha caído en el pecado del endiosamiento, siempre busca el consenso”

Alberto Rodríguez. Director de cine describe así a un creador “que no ha caído en el pecado del endiosamiento, que busca el consenso”, y que se ha aliado con los otros como una forma de mitigar el síndrome del impostor que a veces lo asalta. Baldomero Toscano destaca en las páginas de esta obra cómo Rodríguez siempre ha “necesitado un frontón”, alguien a quien plantearle las preguntas y que le ayude en el proceso creativo, como en un principio fue Santi Amodeo y después su coguionista Rafael Cobos. “Alberto es alguien que reconoce sus propias debilidades, y en el libro cuenta cómo al principio tenía dudas sobre la dirección de actores y por eso se apoyaba en Santi, que en eso se manejaba mejor, o cómo en la escritura de guiones él suele proponer ideas generales, la trama y los personajes, pero quien da forma a eso es Rafael Cobos. Necesita ese diálogo continuo cuando prepara una película”, analizan los autores de esta publicación.  

Otras voces del círculo cercano, como Daniel de Zayas, resaltan de su amigo una “vis cómica” a la que el director sevillano aún no ha sacado punta en su cine. “El día que Alberto haga una comedia va a haber una gran sorpresa”, vaticina. Sus biógrafos suscriben esta idea: “Alberto tiene un sentido del humor agudísimo”, asegura Pedro Álvarez Molina, que trabajó con Rodríguez como documentalista de La peste. “Yo he estado desternillándome en reuniones con él porque es un tipo bastante divertido. Tiene una imagen pública de hombre serio, introvertido, casi mustio, quizás porque no le gusta la promoción, pero en el trato personal es sociable y expansivo”.

Sus artífices conciben este libro también como “una guía para los interesados en hacer cine, un acercamiento a los modus operandi de un puñado de profesionales, porque a menudo hay mucha teoría y semiótica en los manuales pero poca experiencia subjetiva”. Aquí se narra, por ejemplo, cómo la propuesta de La Isla Mínima acabaría maravillando a los espectadores y a los votantes de los Goya, pero antes afrontó un durísimo rodaje en las marismas que arrancó a más de cuarenta grados en verano y finalizó en invierno con temperaturas bajo cero, con el añadido de filmar en un entorno natural tan asombroso como complicado, donde el personal aguantaba “carreteras de mierda”, “barro hasta los tobillos”, “miles de mosquitos” y “ataques de ratas”.

Javier Gutiérrez, en 'La Isla Mínima'. / Julio Vergne

La experiencia de Rodríguez y sus aliados demuestra que el camino al éxito puede vivirse a veces como una agónica travesía por el desierto. “A mí me ha sorprendido, al trazar este relato”, dice Luis Álvarez Borrero, “cómo a pesar de ciertos hitos en el cine nada está garantizado”. El millón de espectadores logrado por 7 vírgenes no impidió que su director tardara cuatro años en poder levantar su siguiente proyecto, una etapa que Rafael Cobos vincula a “una sensación de desamparo absoluto” y en la que Rodríguez barajó incluso cambiar de oficio. La incomprensión que rodeó a After, un amargo y maduro retrato generacional que no caló en una crisis económica necesitada de ligereza, no ayudó precisamente a enderezar el rumbo.   

Pero Alberto Rodríguez. Director de cine es ante todo una crónica de la perseverancia. “La industria es como un queso gruyère, y a veces te toca el agujero”, señalan los autores del libro, que defienden que pese a la impecable factura técnica de sus trabajos, Rodríguez “no ha contado siempre con toda la financiación que debería, lo que ocurre es que Alberto sabe exprimir el limón como nadie”. El presupuesto generoso, necesario para una ficción de época, llegó con la superproducción de La peste, que Rodríguez, como recuerda Pedro Álvarez Molina, “vivió como un reto. Alberto es un creador que necesita tener estímulos, y aquí estaba el poner en pie una serie histórica, como con El hombre de las mil caras le motivó el rodar fuera de España, en París, un rodaje ya más profesional que aquel de El factor Pilgrim en Londres. Pero el presupuesto de La peste venía de la mano de un tremendo nivel de exigencia. Estaba obligado a que fuera una serie excelsa, y aun así no iba a ser suficiente para el dinero que se movía”. 

Alberto Rodríguez y Rafael Cobos, fotografiados hace unas semanas en Huelva en el rodaje de ‘Los Tigres’, su próximo proyecto. / Josué Correa

El recorrido que articulan Luis Álvarez Borrero y Pedro Álvarez Molina se detiene en Modelo 77, la última cinta estrenada, y dedica un epílogo a un capítulo de la serie El apagón. Cuando este libro ya había pasado por imprenta, el director sevillano inició en Huelva el rodaje de Los Tigres, la historia de dos hermanos con el buceo industrial como trasfondo y Antonio de la Torre y Bárbara Lennie de protagonistas. La premisa que ha trascendido del guion, coescrito por Rafael Cobos, augura que esta vez no aflorará “uno de los reproches más recurrentes” que dirigen al sevillano, la falta de presencia femenina en sus películas.

“En eso, como en tantas otras cosas”, argumentan los autores del libro, “Alberto ha sido honesto. Podría perfectamente haberle cambiado el género a un personaje, hacer ese gesto de cara a la galería, pero entonces no habría sido su verdad. Él pertenece a una generación, la nuestra, que fue educada en una visión masculina del mundo. En After, o en La peste, ya había unas protagonistas muy potentes, y su próxima película le da el papel principal a una actriz [Lennie], y no por una imposición, sino porque él también, como hemos hecho otros hombres de su edad, ha reflexionado al respecto. Va a ser muy interesante comprobar qué nos propone Alberto en el futuro”.

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