Los ‘aleluyas’, germen de las viñetas gráficas

Lectores sin remedio

Natalio Benítez Ragel

12 de enero 2018 - 08:11

“Con su guitarra en la mano da placer el jerezano”. Esto es lo que reza bajo una de las viñetas del pliego titulado “Habitantes de las provincias de España”. Son los “aleluyas”, unas estampas, normalmente cuarenta y ocho, contenidas en láminas de llamativos colores y descritas al pie con pareados en octosílabos. La que ilustra este artículo da un repaso a la mayoría de territorios hispanos, tanto peninsulares como de Ultramar: “De La Mancha el buen vino, pero el manchego ladino ; De la honradez es la vid al que es de Valladolid”. En ocasiones los ripios aciertan de pleno: “El natural de Sevilla con suma arrogancia brilla”, “El asturiano infanzón no es de gran disposición” o “El navarro en robustez a nadie cede la vez”.

En otras, sin embargo, no sabemos si el dibujante juega con la ironía o estaba desinformado: “En su trato el granadino, es honrado franco y fino”. Hoy circulan otros tópicos sobre los naturales de Granada, que omitimos por razones obvias. Una casa editorial que publicó muchas “aleluyas” fue la de Hernando en Madrid, cuyo taller estuvo abierto desde el último cuarto del siglo XIX, llegando hasta 1921, ya en manos de sus hijos. También salieron estos materiales de las prensas madrileñas de J. Marés o de Boronat y Satorre. Es un formato de publicación, y un género, si podemos llamarlo así, que tuvo su auge en el siglo XIX. Puede que los antecedentes se encuentren en los llamados “pliegos de cordel”, unos cuadernillos impresos sin encuadernar que los ciegos llevaban de ciudad en ciudad desde el siglo XVI, y que exhibían para su venta en tendederos de cuerda. Lo que está fuera de toda duda es que estas piezas fueron el germen de nuestras actuales historietas gráficas, dedicándose en sus comienzos no solo a entretener sino también a educar al público lector que, dicho sea de paso, en el XIX no constituía un grupo muy nutrido. Los temas que tocaba eran muy variados: la religión, la historia, las costumbres, la tauromaquia, la literatura, el humor e incluso el ejercicio físico. En el Legado Soto Molina de la Biblioteca Municipal contamos con una veintena de ejemplares, que abarcan prácticamente toda la temática que acabo de mencionar: “Escenas matritenses”, un cuadro costumbrista sobre el Madrid de la época: “En las noches de verbena, al Prado baja la gente, a respirar puro ambiente y a bailar sobre la arena”.

Sobre historia trata el llamado “Los Reyes y el ejército de España”, o uno sin título sobre la vida de Napoleón, quizás el más antiguo que conservamos. Son mayoría los de temática cómico-burlesca, tocando asuntos vedados para el humorista actual: “Vida del enano don Crispín”, “Desdichas de un hombre flaco” o “Vida de una criada de servir”, donde la susodicha no sale muy bien parada. Dramas literarios, como “La historia de Fausto” o la llamada “Historia de Atalo”, completan una colección de “aleluyas” que son algunas de las valiosas piezas custodiadas en el Fondo de Materiales Gráficos Patrimoniales. Natalio Benítez Ragel.

Bienestar

“Sé que cientos de millones de nuestros congéneres prefieren el fútbol a la música de cámara y que se quedarán absortos ante un culebrón o una película porno antes que coger un libro, y menos un libro serio. Amén a todo eso, dice el capitalismo. Que elijan libremente. Que se cocinen en su bienestar”, dice un personaje de la novela ‘Pruebas’ de George Steiner. La verdad es que algunas de las opciones o alternativas al libro o a la música de cámara expuestas tienen su punto. Como aficionado al fútbol y, por tanto, espectador impenitente hasta el cansancio y el aburrimiento (mi mujer dixit) de varios partidos a la semana (“hasta de la liga de Guinea Conakry”, mi mujer dixit), no puedo engañar a nadie: para mí la música de cámara, de vez en cuando y en pequeñas dosis. Sin embargo, nunca he seguido un culebrón en la tele, aunque algún amigo tengo por ahí que no paraba de recomendarme aquel “Caballo viejo” o don Epifanio del Cristo Martínez, por nombre del protagonista, que tanto éxito tuvo por los años finales de los ochenta y que incluso llegó a estudiarse en la universidad. Ahora, en estos tiempos tan azarosos, la libertad de elección que tenemos todos entre las alternativas a la música de cámara o a ese libro serio de lo que se lamentaba el personaje de Steiner ya no es el fútbol o un culebrón; la queja que entonamos los que nos lamentamos del bajo nivel cultural general de este país, y en concreto de la escasez de lectores, va dirigida a las nuevas tecnologías: los móviles, las plays, incluso Internet como instrumento de distracción. No se lee, la gente, sobre todo nuestra juventud, cada vez es más inculta (analfabetos funcionales) porque el mundo de hoy les ofrece muchas más posibilidades de entretenimiento que la música de cámara o la telenovela. ¿Y hay remedio a esto? ¿se puede revertir la situación? ¿qué hacer para formar a una sociedad lectora cuando, como dice Steiner, cada uno se cocina su propio bienestar, es decir, su modelo de vida? Una propuesta: ¿y si los actores de las pelis porno salieran leyendo? Mejor no. Nadie se fijaría ni en el título del libro. José López Romero.

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