El año que España ganó dos veces el Mundial

En 2010 España ganó dos veces el Mundial: una, con el gol de Iniesta en Johannesburgo; la otra, con el Nobel de Literatura que en octubre de ese año recibió Mario Vargas Llosa

Muere Mario Vargas Llosa a los 89 años

Mario Vargas Llosa durante su visita La Puebla del Río cuando la localidad nombró a Morante Hijo Predilecto.
Mario Vargas Llosa durante su visita a La Puebla del Río cuando la localidad nombró a Morante Hijo Predilecto. / Juan Carlos Muñoz

Ha muerto en Semana Santa, igual que García Márquez. Gabo murió un Jueves Santo y Vargas Llosa se ha ido el Domingo de Ramos. Con once años de diferencia. No es por señalar, pero el año de la muerte de estos dos genios de la literatura Madrid y Barcelona jugaban la final de la Copa del Rey. En 2014 fue el Miércoles Santo, víspera de la muerte del autor de Cien años de soledad, con el gol de Gareth Bale que le dio el triunfo al Madrid. En 2025 será en doce días en el estadio de la Cartuja.

No es baladí la analogía balompédica. En 2010 España ganó dos veces el Mundial: una, con el gol de Iniesta en Johannesburgo (Sudáfrica) a un portero holandés de apellido impronunciable; la otra, con el Nobel de Literatura que en octubre de ese año recibió Mario Vargas Llosa, con Pablo de Olavide el más español de los peruanos, el más peruano de los españoles. Uno repobló Andalucía de colonos centroeuropeos; el otro repobló el idioma de palabras hermosísimas con una imaginación desbordante.

La modernidad entró en España por Barcelona. Ésa fue la muerte simbólica del franquismo. Primer lustro de los setenta. En el fútbol, entra con la llegada de los holandeses Cruyff y Neeskens, que habían ganado tres Copas de Europa seguidas con el Ajax de Amsterdan. Y con el peruano Hugo Sotil. Y en literatura, cuando por esas mismas fechas, un colombiano y un peruano se hacen amigos y vecinos de la barriada barcelonesa de Sarrià. García Márquez y Vargas Llosa, acogidas por una madrina llamada Carmen Balcells, revolucionan los cánones de la literatura española.

Los lectores somos un poco vampiros de nuestros escritores favoritos. Es como si se nos hubiera muerto un pariente. Me ha estremecido encontrar la firma de Mario Vargas Llosa en un ejemplar de La ciudad y los perros. La ciudad y la fecha, Sevilla, 84, también son suyas. Fue en una visita que hizo a la Feria de abril del año de Orwell. Es uno de los tres premios Planeta a los que entrevisté en Diario 16, entrevistas que aparecieron en el libro Azabache de talentos. Los otros dos eran Gonzalo Torrente Ballester y Antonio Muñoz Molina. Éste ha contado alguna vez que su pasión por escribir la despertó la temprana lectura de la novela de Mario Vargas Llosa Conversación en la catedral.

En 2010 el gol de Iniesta y el Nobel de Vargas Llosa le dieron a España y al español un aliento global

Lo entrevisté unos meses antes de la Expo 92 con motivo de un seminario que la sede sevillana de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo le dedicó a su obra. Recién llegado de Boston, después partiría desde Sevilla a la Feria del Libro de Frankfurt. Porque hasta en el rincón más lejano del planeta habrá lectores de Vargas Llosa. Fue uno de los primeros combatientes dialécticos contra la leyenda negra española. “Muchos gobiernos americanos”, me decía, “tratan en la actualidad a las minorías étnicas peor de lo que fueron tratadas por los españoles en el periodo colonial”. “Las controversias, las inculpaciones, los desagravios, me parecen una novela mal contada y me temo que peor escrita”.

Para aquella charla fue fundamental la mediación de su amigo y paisano Fernando Iwasaki, con quien compartía la fascinación por el americanismo de Sevilla. “¿Cómo podemos pensar lo contrario hablando a escasos metros del Archivo de Indias o de ese río donde se gestó la osadía más disparatada de la historia?”. Consideraba “la fiebre de los nacionalismos como una de las pestes del siglo XX”. Discurso que repitió cuando junto a Josep Borrell y la cineasta Isabel Coixet criticaron el dislate del proceso separatista en Cataluña.

Cuando en 1993 trabajé de guionista del programa Nocturno que presentaba y dirigía Alfonso Eduardo Pérez Orozco, uno de los colaboradores era Álvaro Vargas Llosa, hijo del escritor. Pocos años después, mi mujer y yo coincidimos en Ronda con él cuando Salvador Távora nos invitó al estreno de su Carmen en el coso rondeño. Junto a la estatua del Niño de la Palma, padre de Antonio Ordóñez y abuelo de Fran Rivera y Cayetano, esculpida por Nicomedes, coincidimos con Álvaro, que nos presentó a su padre, a Mario Vargas Llosa. Una emoción que María José y yo guardamos como una reliquia de familia.

En el Archivo de Indias hay un busto del historiador peruano Guillermo Lohmann. Me lo presentó la americanista Enriqueta Vila. Todos los años venía a Sevilla para salir de nazareno con la Amargura cada Domingo de Ramos. El día que ha fallecido su amigo y compatriota Mario Vargas Llosa, que fue el encargado de glosar los méritos de Lohmann el día que se descubrió el busto en ese monumento que encierra tantos secretos de bitácora.

Los escritores del boom hicieron de las tiranías criollas un género literario. Una veta que abre Miguel Ángel Asturias con Señor Presidente. En la Plaza de España de Sevilla vimos la adaptación de La fiesta del chivo que realizó Juan Echanove. El liberalismo feroz de Vargas Llosa, hijo de las Cortes de Cádiz y de los boleros, le llevó a ganarse la animadversión del paleoprogresismo latinoché y de Galapagar. Trazó una línea genealógica de los Batista, Somoza y Trujillo a los Maduro y Ortega que convirtieron la Madre Patria en la madrastra de Cenicienta.

Además de miembro de la Academia de la Lengua, ganó el Cervantes y el Planeta con Lituma en los Andes el año que quedó finalista Fernando Savater. Dos modelos de combatir las falacias de los nuevos liberticidas. Aficionado a los toros, celebró en el tendido de la Maestranza la aparición de un ídolo peruano llamado Roca Rey y acudió a La Puebla del Río cuando la localidad se vistió de gala para nombrar a su amigo Morante Hijo Predilecto. Lo primero que leí en Vargas Llosa, en el instituto, fue Pantaleón y las visitadoras. La punta de un iceberg.

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