Wicked | Crítica
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Por mucho que algunos certifiquen una y otra vez su defunción, el flamenco sigue en plena forma, vivo y coleando, gracias a la voz y el talento de grandes esperanzas como Jesús Méndez. Un joven cantaor forjado, como mandan los cánones, en el atrás de las compañías de baile, las de Mercedes Ruiz y Carmen Cortés, y en un tablao, el del Bereber, que en la noche del pasado sábado acogió, en medio de una enorme expectación, el estreno en su tierra de su primer trabajo discográfico, Jerez sin fronteras. Un debú que, de alguna manera, confirma lo que muchos intuían y otros ya llevábamos tiempo proclamando: Jesús Méndez tiene todo, cualidades y facultades, para ser una primera figura en el porvenir flamenco del siglo XXI. La suerte y el tiempo volverán a ser de nuevo piezas claves en su devenir, pero por lo pronto la cosecha es inmejorable.
Más allá de los lazos de consanguinidad y su hilo directo con La Paquera, el plazuelero ha demostrado que es un cantaor hecho a sí mismo, humilde y dispuesto a sortear las numerosas pruebas y desafíos que surjan en su camino hasta la madurez artística. Y Méndez ya tiene mucho sendero recorrido, como demostró durante su sumarísima presentación (apenas media hora de recital) en Jerez. A su estilo elegante, clásico, afinado y a ratos virtuoso, sumó una distintiva manera de abrirse en canal para dejar fluir un torrente de sensaciones que mana de lo rancio, de lo más genuino de una herencia cantaora indiscutible. Ahí no hay quien le tosa. Está por ver su ancho y largo en un recital de mayor duración y tocando palos más diversos, aunque muchos ya le hemos visto despuntar con igual acierto en las variantes más ajenas al cante típico de Jerez y su zona.
Pero si es de agradecer y digno de halago lo cabal que es a la hora de diseccionar los cantes que dan cuerpo a su disco, y que en gran parte puso de largo en el coqueto tablao de la calle Cabezas, no se queda atrás a la hora de seleccionar el exquisito acompañamiento que le respalda tanto en su grabación (excelente producción del sello de Gerardo Núñez, en cierto modo su padrino artístico) como en el directo de presentación.
Por el escenario desfilaron dos grandes presentes de la guitarra flamenca jerezana, Santiago Lara y Diego del Morao, y un espejo en el que mirarse, Moraíto chico. Los tres ofrecieron un respaldo de excepción a Jesús Méndez, quien bajo su timidez habitual, presentó al autor de Morao y oro como "mi ídolo". Sintomático es que el cantaor tenga como referencia ineludible al guitarrista; señal de que sabe escuchar. Tras abrir fuego con una toná con remembranzas a Tío Juane escrita por David Lagos, otro de esos magníficos cantaores jerezanos que mantiene rediviva la llama del flamenco, Jesús Méndez abordó con el toque de Santi Lara unas saladas cantiñas, con letra de Rafael Lorente; y Qué corta es la vida, una soberbia y cadenciosa soleá que constituye probablemente el punto más álgido de su disco.
Ya con Dieguito del Morao a la sonanta, el cantaor evocó a su tía La Paquera interpretando la zambra Soleá de mis pesares, compuesta por el insigne Antonio Gallardo y adaptada por el propio Morao bajo un compás ternario propio de la bulería. Una ejecución sobresaliente que enlazó con una tanda por fiesta en la que retuvo los ecos de Mojama, La Serneta y la propia Paquera con aquello de Si te llamas Dolores… Un fin de fiesta con sabor netamente jerezano, contundente, para un recital breve pero de gran intensidad y emoción. Apenas unas gotas del inmenso océano flamenco que atesora Jesús Méndez. Un sorbito que invita a desear cuanto antes un recital de largo recorrido de un cantaor que ha dejado de ser promesa para convertirse en incontestable realidad.
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