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Contra la corriente

El Picasso de Málaga reúne hasta septiembre a los autores de la Escuela de Londres, un grupo de artistas que tenían en el estudio del cuerpo una de sus inquietudes más evidentes

1. 'El baile' de la enigmática Paula Rego, una de las artistas presentes en la muestra. 2 y 3. Dos obras de Lucien Freud, 'Muchacha con pijama a rayas' y 'Leigh Bowery'. 4. 'Tres figuras y un retrato', una de las pinturas de Francis Bacon.
Juan Bosco Díaz-Urmeneta

15 de agosto 2017 - 09:01

Cuántas y qué diversas cosas pueden hacerse con la pintura, qué valores puede generar, visuales, táctiles y poéticos: éste puede ser el resumen de la muestra dedicada a diez pintores vinculados a la ciudad de Londres.

Pocos rasgos tienen en común salvo su empeño en llevar al lienzo la figura -en especial el cuerpo humano- en unos años en que a ambos lados del Atlántico los pintores cultivaban la abstracción que destacados críticos consideraban la culminación de la pintura. Ir contra corriente es lo que comparten con más claridad los autores de la llamada Escuela de Londres. Hay algo más: la amistad y complicidad mutua, semilla de una cohesión que les permitió resistir la etiqueta de outsiders que pesaba sobre ellos. Más tarde, en 1976, Kitaj, nacido en América pero con frecuentes estancias en Londres, reunió en una muestra, titulada La arcilla humana, a seis de esos autores (Andrews, Auerbach, Bacon, Freud, Kossoff y él mismo). Ahí surgió el marbete Escuela de Londres. Incluiría después a Euan Uglow y a una autora de obra tan clara como enigmática, Paula Rego: nacida en Lisboa y formada en Londres, distribuye su tiempo entre ambas ciudades.

La muestra actual incluye además a Coldstream y Bomberg, dos precedentes porque intervinieron en la formación de los más jóvenes del grupo. Bomberg es un colorista con ecos de Kirchner. La obra de Coldstream es sobre todo personal y reflexiva: hay un largo trecho de prueba y pensamiento entre el Retrato de Inez Spender (1937), lleno de rasgos franceses, y la decidida fuerza del Desnudo sentado, fechado quince años después. El valor concedido al cuerpo humano es, como ya señalé, común a estos autores pero desde perspectivas muy distintas. De Francis Bacon recoge la exposición casi todos sus registros: la obsesión del destino (las esfinges de la Segunda versión del Tríptico de 1944), la agresividad (Figura en un paisaje, 1945), la fragilidad del cuerpo que desmiente la orgullosa identidad pública del individuo- y la presencia de la muerte (Tríptico Agosto 1972, reflexión sobre el suicidio de su amante, George Dyer). También es esclarecedora la evolución de otro de los grandes de la exposición, Lucian Freud: la pintura exacta y plana de Muchacha con gatito (1947) contrasta con la sensualidad de Muchacha con perro blanco (1950) y sobre todo con los rotundos cuerpos de los últimos años (David y Eli, 2003-4), a veces cargados de ternura, como en Muchacha con pijama a rayas. Frente a la fragilidad de la carne en Bacon, Freud busca con sencillez y sin reservas su verdad. Auerbach, Kossoff y Uglow ensayan diversas formas de acercarse al cuerpo. Los dos primeros lo hacen surgir de la pintura, como si la materia pictórica y la capacidad modeladora del pigmento fueran otras tantas metáforas de la carne. Uglow, mucho más analítico, persigue una sensualidad en la que es tan decisiva la línea como el color. Finalmente Paula Rego en La Novia y en su réplica al Matrimonio a la moda de Hogarth, subraya la fuerza del cuerpo de la mujer.

Otra referencia de estos pintores es el paisaje. De niños vivieron los bombardeos nazis y de adolescentes, las ruinas y reconstrucciones urbanas que llevan al lienzo Kossof y Auerbach, prolongándolos con paisajes urbanos tan atractivos como los de Mornington Crescent o Primrose Hill, donde Auerbach enfrenta el vigor del trazo a la luminosidad surgida en exclusiva del color. Más potente aún es una obra de Freud, Dos plantas: una frondosa enredadera cubre por completo el plano del cuadro, mientras abajo unas grandes hojas (parecidas a la aspidistra) parecen escapar del lienzo. Sorprende la sensualidad de las plantas (paralela a la del cuerpo) pero sobre todo la condición metafórica del cuadro: no se sabe muy bien si la pintura construye la imagen de la planta o a si la planta es una figura poética de la pintura.

Una última preocupación de estos autores son los lugares de encuentro social. Ya Andrews en un cuadro que no incluye la muestra, Colony Room, recoge a muchos miembros del grupo en un bar para bebedores expertos. De ese mismo año, 1962, es El parque de los ciervos: en un cuadro con habil construcción espacial, el propio Andrews reúne a personajes vivos y desaparecidos (Marilyn Monroe o Rimbaud). Paula Rego, en El baile, traza una imagen a la luz de la luna, pero su inocente apariencia la pone en duda el recio perfil de una fortaleza que parece vigilar a los danzantes. Kitaj, en Laboda, derrochando color, incluye a miembros del grupo mientras en Cecil Court el protagonismo correponde a los refugiados. Este talante crítico es también patente su reflexión sobre El asesinato de Rosa Luxemburg donde la pintura coexiste con el documento. La exposición es atractiva y de modo casi insensible, laboriosa. Los paralelos que trazan las obras propician idas y venidas para comparar, diferenciar, precisar. La pintura también requiere al pensamiento.

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