Diario de las Artes: Pintura con nombre propio
MAGDALENA BACHILLER
Colegio Oficial de Arquitectos
SEVILLA

MAGDALENA Bachiller es una pintora inmersa en ese segmento artístico privilegiado, que sólo algunos poseen, y donde la plena madurez creativa ha sido configurada desde una evolución lógica proyectada con el mejor sentido plástico. Siempre me ha parecido y son, ya, muchos los años los que llevo siguiendo su obra que, desde el primer momento, su pintura nunca ha ofrecido la menor duda porque en todo momento ha estado suscrita a los más altos valores de la pintura; esos que están sujetos a estrictos sistemas compositivos que se rigen por el conocimiento del arte y por los parámetros que la hacen posible.
Desde el principio de su carrera, Magdalena Bachiller nos ha ofrecido una pintura llena de entusiasmos. En sus sucesivas etapas, el rigor y la seriedad han impuesto sus sabios argumentos. Nos hemos encontrado con una artista lúcida, que realizaba una pintura, también, lúcida; con las argumentaciones de un desarrollo pictórico donde se mantenían las posiciones plásticas de la gran pintura de siempre. Una pintura clásica en su planteamiento formal, en sus desarrollos y desenlaces artísticos, en sus postulados estéticos; pero una pintura moderna en concepción, clara, convincente y descubridora de una artista en constante y permanente búsqueda de lo mejor. Con la obra de Magdalena Bachiller estamos en los medios de una artista en plena madurez pero que, todavía, le queda mucho de aquella inquietud que protagonizaba la joven Malali; aquella que descubrimos iniciando un camino que, entonces se nos antojaba lleno de expectación y que, el tiempo y su contundente pintura, nos ha dado la razón.
Malali Bachiller es una pintora pintora; de eso estoy más que seguro. Lo es porque sabe pintar, porque tiene un dibujo de gran lucidez, porque plantea los estamentos pictóricos y sus registros de forma consciente y con los criterios exactos para demostrar lo que quiere pintar y hacerlo casi de forma racional. Además, ya, está donde ella ha querido estar, en un lugar de mucha personalidad, en el que el lenguaje es suyo, particular, intransferible y único. No obstante, hay algo que no me resisto a declarar porque creo que es de justicia. Malali Bachiller, que posee una entidad pictórica superior, que planta una obra sujeta a los mejores valores de la forma plástica, con una obra, como decíamos antes, que no ofrece duda, que es profesional absoluta desde hace muchos años, no es artista con comparecencias individuales en galerías importantes; algo que sólo se explica por esos increíbles y absurdos presupuestos que se manejan en el arte; con los manipuladores y santones de lo artístico manipulando los entresijos e imponiendo sus realidades, tantas veces contrarias a los generales criterios de la verdad. Aquello que tanto preocupaba al gran Juan Antonio Ramírez para el que la supervivencia de una especies -las artísticas- está supeditada a la de otras; así, desde los años 80, los mediadores artísticos son los que asumen el máximo papel en el engranaje artístico e imponen sus criterios y quiénes son los privilegiados. Dicho de otra manera, Malali Bachiller debería ser artista de galerías importantes y su obra permanecer en los mejores catálogos de la pintura española.
La sala del Colegio Oficial de Arquitectos de Sevilla se ha convertido de unos años a esta parte en un espacio expositivo muy solicitado y hasta donde han llegado muchos y muy buenos artistas. Ahora acoge una pequeña pero muy significativa muestra de una Malali Bachiller en plena gran madurez creativa, con una gramática pictórica poderosa dispuesta desde unas fórmulas geométricas que no son nada más que la esencia de la representación; una representación, sobre todo natural, que ha perdido las posiciones epidérmicas para mostrarnos la verdadera dermis de las cosas. Es como si su pintura recreara un espacio entre la figuración y la abstracción. La realidad se ha despojado de sus perfiles identificativos y nos muestra sólo su entramado conformador.
En este su nuevo momento creativo, la pintora se deja llevar por el entusiasmo de la luz sobre las formas, por las estructuras pseudo geométricas, por los espacios conformadores de inquietantes posiciones plásticas y estéticas. Se abandona al mero juego pictórico, al sutil guiño de complicidad entre lo que existe y lo que, internamente, lo configura y lo hace posible. La naturaleza, el medio, incluso los paisajes han perdido sus distintivos elementos y sólo plantean sus formas generadoras. Hay una especie de radiografías internas de lo real; como si la naturaleza hubiese entrado en un proceso analítico y su génesis motor fuese visto desde ese interior que sólo desarrolla sus propias estructuras conformantes.
La exposición de Malali en el COAS nos muestra a una artista segura, consciente de lo que hace; sabedora que su pintura está confeccionada desde un organigrama sereno y lúcido, desde unas perfectas maquetas que luego serán portadoras de sabias formas geométricas donde subyace la esencia misma de la representación. Además, algunas de las obras, antes descritas con las sobrias posiciones del dibujo y la tinta, ahora asumen posiciones coloristas que acentúan su carácter plástico.
Estamos en una exposición muy esclarecedora de ese importante universo pictórico creado por una Malali Bachiller en plena madurez creativa y con los perfiles artísticos perfectamente asumidos y llenos de energía. Se trata de una muy buena pero corta exposición donde se argumenta la trascendencia de una artista total, con un lenguaje único en el que se compendia la verdad de la gran pintura.
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